Un ensayo sobre hermenéutica holística del color: la luz negra

Por Hashim Cabrera Fuente: Webislam

Como nos previene la astronomía contemporánea, no debemos confundir la energía oscura con la materia oscura ya que, aunque ambas conforman la mayor parte del universo, la materia oscura es una forma más de manifestación, mientras que la energía oscura es un campo energético invisible e indetectable que llena todo el espacio. Nuevamente hemos de distinguir, pues, entre la materia negra de la que hablamos al principio de estas maqamat y la luz negra.

La cosmogonía de Ibn Sina (Avicena) establece también con claridad esta diferencia. Por un lado están las “tinieblas en las proximidades del polo” y, por otro, “la oscuridad en el occidente de la materia”.  Esta oscuridad material a la que parece abocarnos lo azul es la que aparece descrita por la física como una energía que absorbe y retiene la luz, oponiendo una resistencia a su paso. Es la tierra negra de Adam de la que hablábamos al inicio de nuestro recorrido. A diferencia de esta negrura densa y opaca, las “tinieblas en las proximidades del polo” conforman la estación o maqam de la luz negra (asuad nurani), anterior a toda manifestación material, previa a esa misma materia que actualizará convirtiéndose en luz visible.

La dialéctica se establece entonces, no entre la luz visible y la oscuridad material, sino entre la luz negra del polo, la luz de la ipseidad real, y la negrura del cuerpo material del que la luz trata de escapar manifestando la diversidad de los colores, venciendo las resistencias, tornándose visible. Esta tensión creacional abre el espectro cromático, según Corbin, “en estado de vida y substancialidad autónomas.”

Como hemos dicho, a propósito de su naturaleza teofánica, la experiencia humana del color tiene lugar en un ámbito intermedio entre la percepción exterior, física y ocular, y el mundo interior de los valores, de la cultura y de los conceptos, a través de una fisiología sutil, pero ¿dónde se produce la percepción? Entre lo externo y lo interno existe una correspondencia que deviene en un simbolismo, y es ahí, en el ámbito imaginal, donde la dimensión conceptual simboliza con la dimensión perceptual, y es ahí donde surge la percepción visionaria de las luces coloreadas.

La vida imaginal tiene una autonomía que no necesita de órgano sensible ni de soporte físico pues, según los gnósticos ishraquiyún, su órgano es el corazón (qalb), el núcleo de nuestra conciencia más profunda, órgano que transmuta los datos de los sentidos en materia conceptual y viceversa, y ese es el ámbito fronterizo del alma imaginadora, allí donde lo material se espiritualiza y lo espiritual se manifiesta.

En este lugar podemos distinguir entre la noche de la ipseidad divina —la “noche que alumbraba la noche”, descrita y vivida por Juan de la Cruz, matriz original que hace que la luz se manifieste— y la tiniebla material —la “noche oscura del alma”— que mantiene prisionera a la luz y que sólo la devuelve tras una resistencia, un gozo o sufrimiento, al decir de Goethe. Pero también el mundo imaginal tiene sus soportes, sus formas o receptáculos, una cierta ‘materialidad’, aunque se trate aquí ya de esa materia sutil que soporta la experiencia visionaria de las luces coloreadas, una materia que no es sino el acto mismo de luz, su actualización mediante la experiencia imaginal, no su percepción visual ocular en el ámbito del claroscuro material.

Esta “noche que alumbra la noche” es la fuente y el origen de toda luz percibida, de todo color, pero una vez se produce su manifestación cae de nuevo prisionera en la oscuridad pesada de la materia, en la “noche oscura del alma”. En la tiniebla cósmica que existe “en las proximidades del polo” se originan las manifestaciones primarias de la vida y de la conciencia. Acceder a esa fuente creadora requiere del conocimiento de la doble naturaleza que tiene todo lo manifestado.

Para el místico del ishraq las luces coloreadas se sitúan en una dimensión plenamente simbólica, significativa, siempre en una situación de relatividad y dependencia con relación a la Luz real, pero con una autonomía respecto de sus expresiones materiales y significados culturales particulares, muy lejos de cualquier alegorización. La luz negra es la Luz real y esencial en estado de ocultación, de no manifestación. Percibirla supone, para el místico, una aniquilación de su devenir contingente, de su conciencia separada, en la Realidad.

Se trata de una experiencia límite que conlleva ciertos peligros psicologicos y dificultades de todo tipo pues la luz negra existe tanto en presencia del objeto —como una manera o capacidad de percibirlo— como en su ausencia —cuando la atención, desviándose de la manifestación sensible, se dirige hacia Quién o Qué lo manifiesta. La extinción del yo, del alma del sujeto, de la conciencia de ser algo o alguien separado e independiente, impregna de precariedad esencial al místico y al artista que se hallan inmersos en esa luz originadora sólo visible para sí misma.

La latifa que rige esta estación espiritual es denominada por los ishraquiyún como latifa jafiya 84, centro u órgano sutil donde el ser humano desvela el secreto. Se corresponde con el chakra de la garganta, donde se articula el Verbo que nombra y anuncia a todas y cada una de las estaciones espirituales. Se relaciona con el profeta Isa (Jesús), la paz sea con él. De ahí, también, que la experiencia de la luz negra en esta latifa esté relacionada con el proceso de la resurrección y con los hechos milagrosos, con la santidad y la taumaturgia.

De la misma manera que nuestro punto de partida, el Adam de nuestro ser, es la materia negra primordial que incluye un inventario de nombres, un código filogenético de posibilidades, la estación de la luz negra es el maqam donde estos nombres adquieren su sentido, donde se transmutan en Verbo Creador. Es la estación donde el Logos se torna elocuente, donde nuestra visión alcanza su destino.

El recorrido en busca de la fuente del color nos ha conducido hasta el maqam de la luz negra, hasta esa luz sin sombra que nos hace ver pero que es, en sí misma, invisible a nuestros ojos, a cualquier otra cosa que no sea ella misma. Es por tanto un regreso a la fuente, la misma experiencia que hace decir a Lao Tzú, en los versos finales del Tao Te King: “Ser y no ser sólo se diferencian por sus nombres, proceden de un fondo único y ese fondo único se llama Oscuridad. Oscurecer esta oscuridad, he ahí la puerta de toda maravilla.”

Nota

84. Aunque se corresponde, por su función, cualidad y localización, con el chakra vishuda del hinduismo, también en este caso existe una discordancia en cuanto al color, ya que en el sistema de chakras está regido por la vibración azul.