Tawakkul (La Entrega Confiada a Dios)

Diccionario de términos sufíes de Sidi Aḥmad ben ˁAǧiba.

Traducción y comentarios de El Mehdi Flores

Con la colaboración de Sara Flores.

Dice Sidi Aḥmad ben ˁAǧiba.

El tawakkul es la entrega confiada a Dios de manera que ya no otorguemos nuestra confianza a nada ni a nadie que no sea Él. Es encomendarle a Dios todas nuestras cosas y depositar en Sus manos todos nuestros asuntos, sabiendo que Él es el conocedor de toda cosa y que lo que está en las manos de Dios está más seguro allí que en las nuestras.

El grado inferior del tawakkul es estar con Dios como uno que ha dado plenos poderes sobre sus bienes y asuntos a un administrador competente y fidelísimo.

El grado medio del tawakkul es estar con Dios como un niño con su madre a la que que recurre siempre para cualquier necesidad.

El grado más alto del tawakkul es ser como un cadáver en las manos del embalsamador.

El primer grado es el del común de los creyentes, el segundo de los selectos y el tercero el de los elegidos entre los selectos. A los primeros todavía podría surgirles algún breve barrunto de desconfianza. Para los segundos ya no hay rastro de desconfianza pero se corre el peligro de recurrir a Dios solo cuando se tiene necesidad de Él. Para los terceros no existe ya la desconfianza ni la necesidad de recurrir a Él en caso de necesidad porque se han extinguido sus almas y solo pueden contemplar en todo momento lo que Dios está haciendo con ellos.

Comentarios

El cheyj Amad ben ˁAǧība comienza dando una explicación general de cada entrada mencionando después sus tres niveles de comprensión según el grado de realización espiritual del creyente. He traducido tawakkul por entrega confiada porque contiene los dos primeros grados del dīn islámico: la entrega (islām) y la confianza (īmān). El tercer grado es el isān, que es la perfección de los dos anteriores.

En los dos primeros niveles del tawakkul todavía hay residuos de ego (nafs), en el último, el ego se ha extinguido, extinción que en el lenguaje sufí se conoce como fanà. En el sagrado Corán se nos dice que «todo en esta tierra está fānī, (aniquilado, extinguido), excepto el Rostro de tu Señor». No quiere decir que primero existía y que luego se extinguió sino que «está ya todo extinguido» desde siempre y para siempre. El gran sufí almeriense Ibnu-l-ˁArif lo expresó magistralmente en una de sus sentencias: «de manera que se extinga lo que nunca ha sido y permanezca lo que nunca ha dejado de ser».

Cuando el ˁārif (gnóstico) toma conciencia de su nada entonces y solo entonces conoce quién es realmente y se da cuenta de que aquí solo hay UNO reflejado en una infinidad de entidades especulares. De ahí que dijera el místico egipcio IbnuˁAṭāˀillāh: «El ignorante se levanta por la mañana y se pregunta: ¿Qué voy a hacer hoy? El ˁārif, por el contrario, se pregunta:¿Qué va a hacer hoy Dios de mi?

La sunna o comportamiento del Profeta es el mejor ejemplo viviente de fanà. El Profeta solo actuaba si recibía una indicación divina, de otra manera se quedaba quieto a la espera del signo que le permitiera ponerse en marcha.

Fue el caso de la hégira, cuando los musulmanes fueron obligados a dejar la Meca para salvar sus vidas. Todos habían abandonado ya la ciudad excepto el Profeta, su amigo Abu Bakr y un puñado de íntimos los cuales eran un blanco fácil para los asesinos que buscaban matarlos. El tiempo era de vital importancia, la vida del Profeta pendía de un hilo. Pronto los asesinos descubrirían la indefensión del Enviado de Dios y lo matarían sin piedad. Era cuestión de poco tiempo y sin embargo el Profeta seguía sin moverse para sorpresa y angustia de los suyos. ¿A qué esperaba, se preguntaban sus compañeros, para huir de Meca? ¿No era consciente de que si seguía allí la muerte era cuestión de minutos? Mientras tanto, el Profeta pasaba el tiempo postrado humildemente en oración esperando la orden de Su Señor para desplazarse, pues como servidor perfecto que era solo se movía por orden de su Dueño.

Cuando se estrechaba el cerco, Allāh le dio al fin el permiso para emigrar, entonces el Profeta se levantó y se fue directamente a casa de su amigo Abū Bakr. Y allí tuvo lugar una de las escenas más hermosas de la historia del Islam. La contó ˁĀiša, la que años después sería la esposa preferida del Profeta:

«No sabía que un hombre podía llorar de alegría hasta que vi al Enviado de Dios entrar en nuestra casa y decir: – Se me ha ordenado emigrar. -¿Conmigo? – preguntó mi padre y el profeta le respondió: – Contigo.

Estos son nuestros maestros en la Vía espiritual, gracias y alabanzas sean dadas a Dios y ¡qué excelentes maestros!

Alguien le preguntó una vez a un sufí que le resumiera en una frase qué era el sufismo y este le contestó: – ‘Que cuando estés al sol no busques la sombra sin que Él te lo mande y que cuando estés a la sombra no desees por tu cuenta ponerte al sol’.

Este comportamiento no tiene nada que que ver con el concepto taoísta del Wu Wei o ‘no hacer’ ni con el quietismo cristiano. Es la expresión de una relación amorosa entre el siervo (ˁAbd) y su Dueño y Señor (Rabb) que impide al siervo tomar decisiones por su cuenta y le obliga a conformarse a las órdenes de su Amo.

Los peldaños previos para llegar a la excelencia en la obediencia a Dios comienzan con «dejar la gestión (tadbīr) de todas los bienes y asuntos en manos del mejor de los administradores» que no es otro que Dios. IbnuˁAṭāˀillāh tiene un libro excelente titulado «El abandono del tadbīr» donde expone maravillosamente esta doctrina. Se le califica de grado más bajo de tawakkul porque puede suceder todavía que el creyente desconfíe, aunque sea mínimamente, del Gestor o Administrador, sobre todo en situaciones en las que la mente racional lo ve todo perdido. A este creyente le falta todavía conocimiento y fe en su Señor.

En el grado medio no falta la confianza, lo mismo que un lactante no puede dudar del amor de su madre que le cuida y alimenta pero puede pasar que una vez conseguido resolver el problema se olvide de ella hasta que una nueva ocasión le obligue a recurrir a sus servicios. En el grado superior, sin embargo, la conciencia sobre el autor de todo es continua e intensa y ven las cosas tal como son en realidad, ven con total claridad que el único hacedor es Dios y que ellos no tienen parte ni poder de decisión en el acontecer de los hechos.

BenˁAǧiba tiene un opúsculo titulado «Dos tratados sobre el Tawid», en donde explica la relatividad del libre albedrío que el hombre ha recibido de Dios y que lo acaba embrujando haciéndole creer que tiene libertad absoluta para hacer lo que le de la gana. Este es el embrujo bajo el que viven los ignorantes y malvados de este mundo que se creen exentos de cualquier responsabilidad por sus actos. No se dan cuenta de que esa porción de libre albredío es relativa y por lo tanto sujeta a las condiciones que Dios le ha impuesto, condiciones que llevan apararejada ya sea un recompensa si se usa bien o un castigo si se usa mal. Como califa o vicario de Dios en la tierra, el hijo de Adán disfruta de unos poderes cedidos por Dios pero esa autorización está sometida a las leyes divinas, lo mismo que un mandatario actual disfruta de muchas prerrogativas pero no puede saltarse la Constitución sin ser castigado por las propias leyes que emanan de ella.

En definitiva, el tawakkul es una estación (maqam) en la Vía espiritual muy elevada puesto que conduce a la extinción de la acción motu proprio para armonizarse totalmente con la Voluntad divina. Sus frutos son la tranquilidad, la serenidad, el sosiego, el contento y la paz mental.

¡Bendito sea Dios por todo lo que nos enseña a través del generoso Corán y la Sunna de nuestro amado Profeta, Muḥammad, la bendición y la paz se derramen sobre él y su familia!