Soliloquio lleno de diálogo
Jesús Palenzuela
Vagabundeaba por la calle, como un soliloquio lleno de diálogo. Mis pensamientos radiaban desconfianza, mi lento caminar cabizbajo lloraba lánguido de desesperación. Lágrimas que bebían los poros de la piel, sí, así me sentía. Detrás de unas gafas de sol negras y una gorra beige había un ente corpóreo que nadaba en la nada, desnudo, desencontrado, un paria con amigos. Transitaba sin alma, esposado de sentimientos ocultos, esperando que alguien encontrara mi esencia y me la devolviera. En el recoveco de la mortandad decidí enfrentarme a un mal que marchitaba la piel, la masa gris, el fruto inmaculado que reverbera en el esoterismo intrínseco de algún espíritu locuaz.
Un día más, otro rayo de sol que me asfixia, me anula, me perfora, aún así me levanto con mi sincera angustia existencial para afrontar la realidad. Pero, no es un día anodino en el que se repiten los ecos de los hechos, siento sensaciones nunca encontradas, pequeños guiños que nublan esta paranoica y sangrante vida mundanal, llena de ardores desesperados en el vacío anquilosado del ser.
Con el único retal que me quedaba perenne me dirigí hacia un callejón, sones de marismas y repiques de confusión esperaban mi llegada. Mientras, él me miraba, notaba en sus ojos un dolor ávido que le impedía expulsar palabras, quería despellejar los restos del puzzle que ensuciaban el suelo de la calle.
Esos cantos alentaron el alma, fueron el detonante para una catarsis en la naturaleza más introspectiva de cierta forma. En su apariencia vi miedo, supe recomponer la tinaja que adormecía insomne en los campos. Le invité a conversar en una cúpula de embriaguez, aceptando mi invitación. ¿Por qué esa actitud tan destructiva con el ser humano? Esa era la pregunta. Miraba al suelo, sus primeras alocuciones eran pequeños balbuceos, acompañados del dolor sangrante de su ser, la falta de autoestima, la soledad impertérrita que caminaba junto a él. A pesar de su egoísmo con mi persona, yo estaba asumido en los límites de la consciencia, por lo que quise ayudarle. Estaba agónico, requería beber agua de la fuente de la vida, una amistad que lo sumergiera en una complacencia verdadera, acompañada de un enjambre de cactus.
De mí no quería nada, simplemente era yo el causante último de toda ilusoria composición. Los murmullos de aquellos fantasmas que nos persiguen podemos combatirlos con los anhelos de futuro, con odas venidas del intimismo, con el autoconocimiento. Aunque son dolores que se resienten, que escuecen en lo más profundo de un ente, son también dulces sabores aderezados de besos de libertad. Las creencias son salvadoras, ayudan a romper las falsedades que nos corrompen, a quemar la máscara que aniquila el espíritu, dando paso a los comportamientos funambulistas que nos preceden desde los albores de un cierto pasado. Tiburones de arena sobre el campo. De pronto, un sórdido sonido me penetra, estoy absorto, casi desubicado de la vida, despierto del largo letargo en el que estuve inmerso. Estoy cansado, creo que viví mil existencias, volví de un viaje hacia los bordes del universo.