Sobre el Diálogo religioso e Intercultural

Sobre el Diálogo religioso en Intercultural

La palabra «diálogo» contiene un significado claro que no se puede tergiversar; cuando se trata de personas significa un intercambio de ideas; cuando se trata de religiones significa una plática amistosa entre confesiones distintas o irreconciliables. Nunca un diálogo religioso puede derivar en una mezcla o en un acercamiento de posturas porque entonces estaríamos hablando de vulnerar lo que por una parte u otra se considera como sagrado.

Hace un flaco favor a la verdad decir a los miembros de otras confesiones que se cree que ellos están en el Camino de Allâh (Dios), cuando nuestra fe dice lo contrario; y aunque algunos quieran jugar esta baza para “quedar bien” ante el otro, no deja de ser una mentira que, como todas ellas, es algo deplorable y que a la larga hace desconfiar de nosotros a propios y extraños.

Las reuniones para rezar juntos por tal o cual cosa traspasan los límites de lo aceptable. Por un lado, nosotros pensamos que pedir a la trinidad no tiene validez ante Dios, y estamos engañando al prójimo cuando nosotros rezamos conjuntamente por un fin común, cuando en realidad lo que estamos haciendo es utilizar la religión para hacer política de barrio. Por otro lado, los otros piensan que nuestras oraciones no son válidas, aunque no nos lo reconozcan, y nosotros, pobrecitos nos encontramos haciendo el más espantoso de los ridículos.

Esto no quiere decir que no respetemos al prójimo, al cual, en toda verdad, consideramos y valoramos como hermanos nuestros en Humanidad.

Pero la mentira es la mentira, y nunca podrá ser tomada como base de construcción de una relación amistosa y sincera. Los amigos lo son porque en ellos se tiene confianza y porque nosotros podemos confiar en ellos, y no se les puede traicionar con mentiras que un día u otro saldrán a la luz y revelarán lo oscuro de lo que habita en nuestro corazón. ¡Basta pues de fingir! ¡Ya está bien! Seamos íntegros, mostremos sinceridad, pongamos las cartas encima de la mesa.

Ellos no creen en Muḥammad – sobre él la plegaria y la paz – y si creen en él no lo hacen enteramente como para comprender que él ha sido enviado para toda la Humanidad, comprendidos ellos. Nosotros no creemos en la trinidad, pensamos que los judíos se han equivocado por no creer en Jesús y en Muḥammad, no creemos en la encarnación, ni en el chamanismo ni en ninguna otra cosa que no sea el Islâm. ¿Por qué entonces perder la dignidad diciendo que creemos que todas las religiones llevan a Dios, cuando el Libro de Allâh y la Sunna del Profeta dicen lo contrario? ¿Por qué ese miedo a la no aceptación? ¿De dónde procede esa debilidad?

Ahora bien, el que los musulmanes creamos firmemente que estamos en la dirección correcta ha de derivar en dar gracias a Allâh por la guía recibida y nunca en despreciar a los otros, que son, como somos nosotros, criaturas débiles del mismo Creador, necesitados de El en toda circunstancia. Y eso ha de hacer que nos acerquemos a ellos con bondad y misericordia, sin caer en la presunción de superioridad, ni en el atropello y las malas palabras o actos de desprecio. Esto no es el Islâm, esto es error.

La casa de la familia abrahámica

Hemos puesto este título con minúscula, porque ese contubernio, ni es casa, ni sus miembros son familia, ni tienen nada que ver con Abraham (sayyidinâ Ibrâhîm – ˤalayhi-s-salam). Se trata de la casa de los masones en los que se va a explicar la religión del Daŷŷal, al que los cristianos llaman Anticristo, es decir, del diablo. Aquí se ha embarcado un susodicho representante de la mezquita Al Azhar, con el Papa Francisco y representantes de los judíos a fin de establecer un lugar común de encuentros y de rezos, en el que el dios masón Belcebú será adorado sin duda alguna.

Algunos chias y falsos sufís se nos han desvelado como verdaderos masones que son en nuestros días. Se han quitado las caretas para enseñarnos sus verdaderos rostros en los que vienen tatuadas las letras K-F-R que son las que el Daŷŷal y sus acólitos llevan impresas en sus frentes.

Nosotros, como verdaderos musulmanes y verdaderos sufís, deploramos ese tabernáculo del mal, que, cual la mezquita de Abu Amir el Monje en tiempos del Profeta – sobre él la plegaria y la paz – hubo de ser llamada por el Corán “La mezquita del mal”.

Un contubernio también denunciado por muchos cristianos y judíos que se consideran traicionados por aquellos que ellos consideran sus representantes.

Y es así como los hipócritas de la Umma se revelan ser quienes son; es así como el chaytan mueve las fichas y Allâh pone al descubierto a nuestros verdaderos enemigos, que no son ni cristianos ni judíos, sino los hipócritas que se hacen pasar por musulmanes.