Ser o no ser – Esa gran cuestión
Por Abdul Karim Mullor
La paz sobre vosotros
Miré en una ocasión al espejo y vi un hombre lleno de defectos. Prometí entonces no volverlo a hacer. Miré a mi interior y vi un hombre lleno de defectos; un alma en pena, en ebullición.
Si ese soy yo – dije – no me queda otra cosa que ponerme a trabajar, no para mejorar la imagen y volverla a ver, ni para retirar mis defectos y ver bien mi interior, ni tan siquiera para aceptarme a mí mismo, cosa que estoy seguro que nunca haré, sino para que mi propia imagen no me produzca tanto rechazo; para que, al menos, no pueda dañar a nadie de mi entorno; para no seguir siendo lo que he vi de mí.
Me puse a trabajar y me olvidé de mí mismo; llegué incluso a no saber quién soy en realidad, zarandeado como hoja al viento, yendo y viniendo, siendo y no siendo. Es entonces que aprendí a recibir la Ciencia y ella se posó en mí, y desde entonces, no me preocupo por quien soy, si soy feo o no, si soy defectuoso o no. No me importa, estoy en calma. Soy y seré lo que Allâh quiere y quiera hacer de mí. No necesito más, ni nombre, ni apellidos, ni epítetos positivos o negativos. No me importo si le importo a Él. Y sino le importara a El ¿por qué habría de importarme a mí mismo ni a nadie?
Sé que nadie va a entender lo que he dicho, pero al menos pienso que cualquiera que lo lea va a comprender una cosa: y con eso es suficiente. No quiero profundizar, quiero impactar. – ¿Cómo? – Diréis – pues quiero que os deis cuenta que somos nada sino nos damos a Allâh. Y si nos damos, tampoco somos, pero al menos le importamos a Él.
Vamos, venimos por esta vida, dando una y otra vuelta, girando en torno a nuestros pensamientos, prisioneros de esa cárcel de impresiones y sensaciones. Cuando salta una alarma nos activamos, si no, permanecemos inmóviles. Prueba inefable esta de nuestra falta de solidez y solvencia. Los estímulos nos pueden, nos condicionan, nos dominan.
Solidificamos nuestra alma para “ser alguien” y es ahí donde hemos perdido la batalla. Entonces somos, pero ¿qué somos? Somos el pequeño monstruo caprichoso que hemos creado, al que si alimentamos acabará por devorarnos y devorar a otros. Creemos que somos, y no somos ni una partícula; no tenemos entidad, somos polvo porque quisimos ser alguien. ¡Pobres ilusos!
El azúcar está disuelto en el té. No se ve, pero está ahí. Lo mismo, buen hombre, buena mujer, solamente eres algo si endulzas, eres algo si no eres nadie; si nadie te ve, ni siquiera tú mismo.
Si no eres el viento que trae la lluvia del Misericordioso, sino eres la luz que ilumina tu entorno, sino eres el azúcar en el té, la sal en las comidas, entonces ¿de qué sirves?
Es no siendo, que eres, es no queriendo ser, que serás; porque entonces Allâh te amará y te hará útil para Su creación. Serás un pilar, uno de los pilares sobre los que se edifica el Palacio de la Religión, la Morada de la Verdad. Y siendo así no te verás nadie, porque solamente serás lo que Él quiera. Un esclavo en Sus Manos, una luz.
Esa es la gloria, esa condición de esclavo rendido a Su Poder absoluto. Si no te esclavizas has perdido la oportunidad de tu vida. Si vas al Paraíso, y desde allí observas a los que se esclavizaron a Él, al igual que ahora observas las estrellas en el firmamento, entonces llorarás de pena y de impotencia por haber perdido la vida queriendo ser. Quisiste ser y hoy ves que no eres, que has fracasado.
Todo el mundo quiere presentar a Allâh, todos quieren decir como es El; y todos los que eso hacen se equivocan.
Sabed una cosa: es solamente el esclavo el que conoce de alguna manera a su Señor. El esclavo va hacia El para recibir órdenes, y como no tiene otro amo que El, su vista, su oído, su ser, se acostumbran al trato, se habitúan a la Morada a la que van a recoger los mandatos, a la Voz que los da, al Amo que ordena.
Pero si eres tú, y estás orgulloso de ello, ¿cómo podría el Dueño confiarte cualquier cosa que sea si tienes la mente y el cuidado puesto en tus predilecciones, caprichos o voluntades?
¿Podría el Dueño del Universo encargar algo a aquél de espíritu distraído, sabiendo que no va a ser capaz de cumplir con el encargo? ¡No! ¡Esto es imposible!
El Rey de reyes solamente confía en aquellos en los que El Mismo ha puesto Su sello de propiedad; a aquellos a los que ha marcado para siempre, que ha aprisionado en su Palacio majestuoso. Se han esclavizado, y esa servidumbre les ha convertido en reyes de la Tierra, porque son ellos, precisamente ellos, los responsables de traer los encargos divinos a la Tierra.