No soy de un pueblo de bueyes

A-s-salamu ˤalaykum – la paz sobre vosotros

Hace casi 100 años un poeta español llamado Miguel Hernández, escribía en su poesía “Vientos del pueblo”: “no soy de un pueblo de bueyes”.

Estas pocas palabras me han sugerido una realidad que refleja la pasividad, la falta de iniciativa y, en algunos casos, el aborregamiento (perdón por el término), de los miembros de la comunidad musulmana. Dicha comunidad, salvo en casos muy específicos y claramente localizables, ha perdido su sentido crítico, su espíritu de iniciativa, la ansia de saber que todo musulmán ha de tener dentro de sí, para dejarse llevar por consignas que proceden de personajes altamente contaminantes, de consignas doctrinales desenraizadas de los verdaderos principios del Islam, del reclamo fácil de manipuladores que campean en grandes multinacionales de la corrupción doctrinal, la cual utilizan como reclamo, vista la pasividad con la que la gran mayoría de los musulmanes se dejan llevar, y la facilidad con la que pueden ser engañados.

Nunca se ha visto nada igual en 14 siglos de Islam que lo que vemos en esta época, es decir: una alarmante desgana por el saber, y una considerable pereza por aprender y por conducirse con entereza en la vida; todo ello acompañado incomprensiblemente de una buena dosis de orgullo que no deja reconocer la vacuidad de los corazones, la falta de aspiraciones y el materialismo “de facto” que viven buena parte de los musulmanes.

¿No dice el chaytan a Allâh: “Déjame acosarlos por el frente, la espalda y los costados”? Ahora bien, por arriba y por abajo no puede. Pero para ir hacia arriba o hacia abajo (no en el sentido peyorativo) hay que moverse, hay que molestarse, hay que formarse, hay que trabajar el interior. En tres palabras: “hay que trabajar”.

Hoy se aprende el Islam en la cocina mientras se cuecen los espaguetis, o en el salón como complemento introductorio a una buena siesta. Se acabó esa mentalidad de aquellos musulmanes de antes quienes antes de ponerse en contacto con la Ciencia, iban primeramente a hacer la ablución, a rezar dos raka’, a bien vestirse, dada la importancia del acontecimiento. Hoy se aprende por videos porque cuesta leer y estudiar; hoy se escucha al que se pone detrás de sus videos unas buenas luces, o una buena biblioteca como para certificar una sabiduría que no se tiene. Hoy se mira lo superficial, lo llamativo, lo escandaloso; se sigue a quienes más gritan, a los que crean cualquier tipo de polémica; se sigue a aquellos que levantan la voz cual la del asno, como dice el Corán, y se pavonea gallardamente en los estrados.

Y aquellos quienes sigan estos reclamos fáciles, hemos de decir, que no merecen más, que sus esfuerzos, o la falta de estos, no merecen mayor recompensa. Ignorantes que enseñan a ignorantes; ciegos que guían a ciegos; sordos que no escuchan el bien, y mudos que nada coherente saben decir.

Y eso es ser de “un pueblo de bueyes”, víctimas manejables al antojo de oportunistas que salen al circo a comer fuego, a montar en una bicicleta sobre el alambre, a hacer malabarismos con los bolos y a plegar su cuerpo como una pelota. Y es a este tipo de personajes que la gente escucha, a este tipo de escenas funambulescas que la gente acude.

Y así es la realidad: la gente no sabe quiénes son esas gentes del recuerdo a las que Allâh nos ordena en el Corán ir a preguntar. Y no lo saben porque, sinceramente, con el corazón en la mano, nunca movieron un dedo por saberlo. Aquel que no trabaja no puede pedir salario, aquél que no pena no puede encontrar nada de valor.

“Un pueblo de bueyes” que no quiere dejar de serlo. Pocos son aquellos que muestran interés en la Sabiduría; esa es la realidad y nadie puede reclamar lo contrario.

Un pueblo de bueyes dirigido, controlado, tirando de un carro sin saber que hay en él, obedeciendo a la voz del amo.

¿Es esto lo que queremos? ¿Seguiremos dejándonos controlar por equilibristas, domadores de tigres y comedores de fuego? O nos despertaremos, haremos valer nuestro honor, trabajaremos, escudriñaremos, sufriremos buscando la verdad, dejando de un lado a tanto sofista que habla en el parlamento de las aves de corral a todo el que pase y oiga.

En lugar de seguir las exigencias Divinas somos nosotros quienes exigimos a Allâh. En lugar de refugiarnos en Allâh contra la ignorancia y buscar Su Ciencia con humildad, corremos detrás de los que gritan en la plaza pública y seremos presa de sus engaños.

Y si seguimos como ahora esto se irá empeorando de más en más, ya que uno, cuando escucha las palabras del Profeta – sobre él la plegaria y la paz – no puede dejar de verse embargado por el pesimismo.