Musulmanes en tierra de nadie
A-s-salamu ˤalaykum – La paz sobre vosotros
Antes, hermanos/as, estamos hablando de los años 70, los musulmanes europeos podíamos ser considerados como musulmanes en tierras cristianas. Al fin y al cabo, así era como se nos captaba en nuestras sociedades, en las que nacimos y convivimos con conciudadanos quienes habitualmente, aún a pesar de no practicar su religión, se auto denominaban cristianos, más como una seña de identidad que como producto de una profunda convicción intelectual, de vida o de fé.
Ahora, no podemos decir propiamente, casi 50 años después, que estemos en tierras cristianas, sino en tierra de nadie. Al menos, los estados europeos y americanos se auto definen como sociedades laicas, en las cuales practicar la religión es un derecho y nunca una imposición.
Por eso hemos titulado a este escrito “musulmanes en tierra de nadie”.
Sea como fuere, nuestra religión presenta connotaciones que, en repetidas ocasiones, nos hacen sentir de manera bien clara que nos encontramos ante situaciones complejas de resolver. No ya en cuanto se refiere a nuestro comportamiento en sociedad, que si somos centrados e inteligentes, lo llevaremos con soltura y sabiduría, sino en lo referente al choque de pareceres que, un día y también otro, podemos percibir entre nosotros y el resto de la sociedad. Y ello es porque la fuerza de la fé en el Islam es absolutamente férrea; nuestra confianza en que el Islam es el camino de la Verdad es absoluta, y algunos, quizás faltos de experiencia, no pueden llegar a comprender que alguien pueda seguir otros parámetros que los nuestros, que son profunda y sólidamente arraigados. E incluso, algunos no pueden llegar a comprender que otros vivan sin parámetro alguno, haciendo y deshaciendo en sus vidas llevados por lo inmediato , tomando decisiones esporádicas y no elaboradas.
Mucho menos comprenden los no musulmanes lo enraizado, lo fuerte, lo contundente de la fé islámica, basada en verdades incontestables; mucho menos se puede comprender desde fuera que el musulmán vive otras realidades que ellos no alcanzan a vivir; que las capacidades de percepción en el musulmán, y eso lo sabemos quienes nos hemos convertido al Islam y podemos comparar, se implementan, y que los horizontes de conocimientos imperceptibles a simple vista, se abren de tal manera que se puede caminar por ellos con total comodidad.
Todo ello forma una realidad: la vida de un musulmán en tierra de nadie. La vida de los laicos, quienes se creen con todo derecho a practicar su laicidad, se ve confrontada con una parte de la población que se ve con derecho a vivir y practicar su fe. Un laico, por definición, no acepta el modo de pensamiento musulmán, así como este último no acepta el cuadro de pensamiento laico.
Esta dicotomía no deja de ser incómoda, desde el momento en el que se sabe que se debe convivir sin hacer alusión a las convicciones ajenas. Aun así, todo hay que decirlo, este sentimiento es mucho más confortable para el musulmán que, bien enraizado en su fe, ha de aceptar que Allâh ha puesto en el interior de cada hombre un acceso diferente a la realidad, tanto en la potencia como en la calidad de las sensaciones y pensamientos.
Ahora bien, en cuanto al comportamiento en común, el musulmán tiene leyes que le prohíben ser injusto con aquel que no es de su confesión. No lo tiene tan claro el laico, cuya única referencia es una Ley orgánica y no ya tanto un código moral de comportamiento que cambia de unos a otros. Quizás, por ese motivo, los musulmanes somos más objetos de injusticia por parte de los laicos que viceversa. Nuestras leyes religiosas y morales son de carácter inapelable.
Este hecho presenta pruebas documentales y actuales bien definidas. En un país, como es España, el cual se define como laico, resulta que los musulmanes, quienes somos una población de 2 millones de habitantes, carecemos de parcelas de enterramiento. En realidad, los camposantos siempre fueron propiedades dependientes de los Ayuntamientos, y al serlo, también son su responsabilidad. ¿Cómo es entonces posible que los máximos responsables de tantos Ayuntamientos, que son sus ediles, no se hayan ocupado de un tema este que es de “lesa Humanidad”. ¡Y ello desde decenios! ¡Eso clama hasta en el cielo de los laicos! ¿Cómo es posible haber olvidado algo tan esencial sin que albergue en el interior de esos supuestos responsables un menosprecio hacia ese colectivo de 2 millones de personas que poblamos de pleno derecho nuestro país? No basta con decir que la CIE (Comisión Islámica de España) no se haya movido, que vergonzosamente no lo ha hecho; es que la propiedad de los camposantos es municipal, y nadie se puede quedar enterrado en la calle, o, como se hacía en la posguerra, en las tapias externas del cementerio. Se da el caso de cadáveres que han quedado en cámaras frigoríficas, semanas, semanas sí.
¿Quién puede decirnos, visto lo visto, que el musulmán es considerado al mismo nivel que el resto? ¡No, eso no es así!
Y todo ello porque nuestra religión posee unos sólidos mecanismos legales y morales que impiden a un musulmán ser injusto con los que no lo son. Y hay laicos, dejadme deciros, que carecen de moral, y que son incapaces de hacer un bien sino se ven obligados por la Ley. Nosotros tenemos Ley y moral; muchos de ellos, solamente Ley.