Lo que la sociedad nos impone – El circo romano

Por Abdul Karim Mullor

La paz sobre vosotros.

Estas palabras, hay que decirlo claro, no están dirigidas a nadie, ni van en contra de nadie, sino que son, simple y llanamente, un reflejo de lo que muchos piensan y no dicen porque no saben dónde ni cómo hacerlo.

Mucho ha cambiado la sociedad en la que vivimos en pocos decenios. Un servidor, que ya desde los tiempos del final de la Dictadura se encontraba alineado con las fuerzas contestatarias al régimen, no hubiera podido, ni tan siquiera soñar, cómo llegarían a ser las cosas en la época en la que vivimos, ni cómo las gentes en la actualidad han llegado a una situación de pasividad tan grande como la que vemos en nuestros días. Menos aún, ver a muchos colegas hacer lo contrario de lo que predicaban, lo cual me hizo ver lo absurdo de mis ideas juveniles. Pero, volviendo a lo que se vive ahora, sinceramente, a algunos ya os lo he dicho: no salgo de mi asombro.

Curiosamente, en una época en la que se nos quiere convencer que somos libres y pensamos por nosotros mismos, contrariamente a esto que se dice, las gentes son moldeadas y dirigidas con unas pocas consignas que, saliendo cual oráculo de Delfos de una gruta desconocida, con su canto de sirena han encandilado y han hipnotizado a gran parte de la población.

Si antes, en la puerta del templo de Delfos, la inscripción era: “conócete a ti mismo”, tal y como el maestro Sócrates nos informó; ahora ha sido cambiada por: “somos nosotros los que decidimos; ¡ay de ti si no nos sigues!”.

No he conocido una época en la que en España, que es mi país, se viva peor. La situación es caótica: una juventud sin expectativas laborales; una carestía de la vivienda que dobla el valor de coste de cualquier casa o habitación; gentes buscando comida en los contenedores; los niños exigidos en los colegios el doble de lo que es humanamente aceptable; y ahora, para poner el broche de oro a esta situación, nos ha tocado vivir lo que estamos pasando y sufriendo, y mucho cuidado con quejarse de la gestión de esta pandemia por lo que nos pueda caer.

Quiero dejar claro que no pretendo negar lo que otros aseguran, algunos con muy buena fe, seguramente. Pero lo que sí quiero significar, y poner encima de la mesa, es la obligación que se nos impone para creer todo lo que nos digan, así como la pasividad y disposición de las gentes para creer todo lo que venga sellado con un marchamo de “oficial”.

No es bueno para la salud espiritual y mental del ser humano creer sin cuestionar, sin investigar, sin contrastar. Pero hoy, se nos obliga a hacerlo, se nos trata como si fuéramos un rebaño fácil de pastorear. Y, para que esto sea más grave aún, se nos dice que somos “libres de elegir”. Vuelvo a decirlo de nuevo: en este mundo, tal y como la sociedad está montada, la libertad la da el dinero. Y esto, triste es decirlo, es tomar la temperatura exacta a la situación que estamos viviendo.

¿Por qué creer lo que diga un científico o un médico a ciegas? ¿Y por qué no creerlo? Con esto quiero significar que los seres humanos, si vamos detrás de una consigna, debemos verificar con las herramientas de las que dispongamos que lo que se nos dice es correcto o incorrecto.

Yo no soy de creer al primero que hable, sea rey, ministro, presidente, científico, médico, educador u otra cosa. ¿Acaso profeso yo la religión que ellos profesan? ¿Acaso todos estos personajes han de mostrarme a mí y a mi familia cómo debemos vivir? Pues lo mismo que para escoger mi religión o modo de vida, para cualquier otra cosa, no pongo mi confianza en lo que me digan, y ello hasta que verifique personalmente la veracidad o falsedad de aquello con lo que se me está informando. ¿No sería cándido si me dejara llevar por afirmaciones ajenas? Y más sabiendo que, hoy, por dinero, se hace y se dice de todo.

Tampoco soy de aquellos que asegura que alguien miente por la misma razón que he expuesto. No puedo argumentar que nada sea verdad o mentira hasta que no verifique su naturaleza.

Pero hoy, muchos no hacen eso, y esto rompe la sociedad, adocena al ser Humano; y por aquellos que dócilmente todo lo creen nos encontramos en la situación en la que estamos. Pocos soportan que otros vayan más allá de lo que ellos van.

Se nos embauca de tal manera que siempre se nos dan excusas de porqué la situación no es la que debiera de ser.

Si la vivienda está tan cara se nos dice que es por la “coyuntura económica”. Pero no es así, es por la especulación, por la que otros llenan sus bolsillos, así como para que los bancos presten más dinero y obtengan más beneficio. ¿Qué dice la Constitución? ¿Para qué recordarlo si todos lo sabemos?

Si no hay trabajo es por la “coyuntura económica’. Nada de eso, sino hay trabajo es porque unos se lo reparten mientras otros miran y padecen. O porque las personas que han de gestionar el país, no son lo competentes que se debe exigir de ellos. ¿Recordamos lo que dice la Constitución? No, no es necesario; todos lo sabemos.

Se nos dice que venimos del mono para que creyendo esto nos despojemos de nuestra Humanidad y de nuestros sentimientos religiosos profundos, de nuestra bondad al fin y al cabo. Se nos dice que evolucionamos para que estemos contentos y seamos mansos y receptivos.

Se nos dice que somos libres porque podemos hablar todo cuanto se nos venga a la mente. Hablar sí, todo lo que se quiera; pero hacer; no, eso sí que no.

Y luego se nos adoctrina con “verdades científico positivas”, para que creamos en la sublime superioridad de unos cerebros superdotados que “trabajan por el bien de la Humanidad”; y todo eso sin saber cuánto les pagan, quién les paga y quien les impone los criterios a seguir y les redacta los resultados a revelar.

¿Cómo van a ser sabios si están siempre cambiando de paradigma? ¿Acaso eran ignorantes ayer y sabios hoy, y los sabios de hoy serán los ignorantes del mañana? ¿Quién puede creer semejante puesta en escena? Es de risa, ¡creedme! Es como ese llenar el vaso de agua en francés de Tip y Coll.

Y es la Humanidad la que sufre, en todo el mundo. Porque incluso aquél que dispone de medios, y no padece hambre ni necesidad, vive siempre en el estrés de tener que deambular por una sociedad falta de principios y valores, llevando una vía vacía, siguiendo unas convenciones sociales totalmente teñidas de hipocresía, en la que los valores que enriquecen la naturaleza humana no son tenidos en cuenta y han sido cambiados por la riqueza, la apariencia, la frialdad, la codicia y la mentira.

¿Dónde están hoy puestos en valor social, la misericordia, la generosidad, la verdad, el amor, la empatía, la solidaridad y la implicación activa de unos a favor de otros? Eso no vende, ni da lustre, ni prestigio ¿Acaso no es así?

Vivimos en el mundo de la injusticia, en una auténtica sinrazón.

Somos los gladiadores del Circo romano; luchamos y morimos por el César.