Las montañas de la Fe
Abdul Karim Mullor
Las montañas de la Fe
Aquellos que lucharon para construir edificios de sólidos cimientos en el que se pudieran albergar los corazones de los amantes.
Aquellos que palidecieron ante pruebas que harían encanecer a un niño y las soportaron con entereza y disposición.
Aquellos quienes, como las montañas, inamovibles en su misión, resistieron los embates del Destino, modelaron sus almas para la lucha y aceptaron el reto sin pestañear.
No eran ni son gigantes, no eran ni son héroes de odiseas, no eran ni son personajes de leyenda; pero ellos mismos son la leyenda, la odisea, la grandeza de la Religión; son las montañas que anclan la tierra del Din para que no se esparza.
Gracias a ellos hoy podemos transitar por caminos seguros y asimismo elegir por dónde y cómo surcarlos. No importa que algunos se molesten en echar broza sobre el camino o en mal indicar donde se puede encontrar. El camino está en su lugar, con sus indicaciones, sus etapas, sus moradas, sus monturas, sus lugares de reposo.
Hace 37 años falleció mi primer maestro; Abderrahman Bedran. Viéndome en un apuro y considerando que debía seguir el camino, aún joven, pues contaba con 29 años, decidí hacer una Istijara para consultar qué maestro debería seguir.
Hice pues 15 días de Istijara ininterrumpidos y al final pude tener un gran sueño, una gran visión:
“Me vi con un grupo de gentes transitando por el Himalaya. Llegados a una estación invernal, pagué a una persona con un dinero luminoso para que me facilitara un pasaporte. Solamente yo, de todo el grupo, puede recibir el documento, y por lo tanto pude seguir el viaje. Llegué entonces al pie del Everest, que en mi visión se encontraba totalmente tapizado de hierba verde. De repente me vi subiendo por sus laderas teniendo la seguridad de llegar a la cima.”
Cuando analicé mi visión creí que el hecho de subir al Everest significaba que iba a ascender hasta la cima del conocimiento. Y con este pensamiento, creyendo que no necesitaba tomar maestro alguno de nuevo, comencé a relajarme tanto que llegó el momento en el que pude apercibir que si continuaba de esa manera podría perder todo el camino andado hasta entonces.
Y así, de esta manera pasaron ocho años, hasta que algo en mi interior comenzó a exigirme de manera imperiosa que tomara medidas para no entrar en una dinámica negativa, sabiendo que si continuaba de esa manera mi nafs terminaría llevándome a su terreno.
Me decidí pues a buscar un maestro; pero el Destino quiso que en el momento en el que tomé esa decisión (diciembre 1993) hubiera en el Estrecho un enorme temporal que produjo que no pudieran salir barcos en una semana. Y no solamente eso, sino que las inundaciones habían anegado España y el Norte de Marruecos. Aun así, me decidí y partí, llegando al puerto de Algeciras el mismo día en el que se disponía a salir el primer barco. Pasé al otro lado del Estrecho, pero ese año no pudo ser, no pude encontrar lo que iba buscando.
Fue al año siguiente en las mismas fechas, bajo las mismas condiciones meteorológicas que, llegando a Castillejos, me presentaron a la que hoy es mi esposa, quien en ese mismo momento me guio hacia Tetuán para presentarme a su padre.
Curioso que el apellido de mi primer maestro fuese Bedran y el de este nuevo fuera Badr. Ambos significaban lo mismo, luna llena.
Es más, ambos eran discípulos del mismo maestro, Abdussalam Anŷari, que a su vez fue discípulo del Šayj Al ˤAlawi.
Es entonces que comprendí que aquel Everest que yo había contemplado en mi visión era el maestro y no el estado espiritual (maqam); o quizás fueran ambos a la vez; aunque lo que si era cierto es que no podía haber lo uno sin el otro.
Es entonces que pude ver al Profeta – sobre él la plegaria y la paz – predicando en la misma montaña donde él vivía, sitio del cual me encuentro escribiendo en este preciso momento.
Seguir este camino de la negación de las voluptuosidades, de la propia voluntad, de lo que crees ser, para llegar a comprender lo que eres, que no es otra cosa que un servidor de Allâh que busca sobre todas las cosas Su aceptación.
Allâh me trajo, Allâh me guio, Allâh me lo dio todo, y yo, consciente de mi propia impotencia reconozco no poder haber sido nada sin Él. Todo camino que no es el Suyo está condenado al fracaso; toda otra búsqueda que la del interior y la de la Verdad es tiempo perdido; un tiempo que puede significar una vida.
Si somos li-l-Lâh no habremos nada que temer.