Las llaves que abren las puertas del Universo
Las llaves que abren las puertas del Universo
A-s-salamu ˤalaykum – La paz sobre vosotros.
Este universo que Allâh ha creado se encuentra lleno de puertas. Cada una de ellas da acceso a un conocimiento mayor. Una cosa es obvia, y es que cada una de esas puertas tiene una llave o un código que la abre. No cualquiera puede abrirla sin poseer la una o el otro.
Como seres humanos que somos participamos de la naturaleza mineral, vegetal y animal. Pero al mismo tiempo sostenemos en nuestro interior una realidad incognoscible para quien no es capaz de penetrar en su propia naturaleza y conocerla a fondo. Esa capacidad sublime que posee en potencia el Ser humano es la del Espíritu. Ella ha sido depositada por su Creador en lo más recóndito de su corazón. Quien la conoce, entonces ha realizado plenamente su naturaleza; ha llegado a conocer su verdadera esencia.
Somos un compendio del Universo. Esto lo demostró el Profeta – sobre él la plegaria y la paz – ascendiendo más allá de los siete cielos. Y aunque nuestra mente y cuerpo estén condicionados para vivir en esta Tierra, nuestro ser trasciende los siete cielos. Nuestro corazón los traspasa hasta estar en comunicación con el Señor del Trono. Esto lo podemos experimentar cuando, durmiendo, mientras nuestro espíritu sale de nuestro cuerpo, viaja por los siete cielos viendo allí a los profetas y más…Eso sí, esto último se encuentra restringido a un escaso número de servidores de Allâh.
Volviendo al asunto de las puertas podemos decir que ellas son el límite de un estado y la entrada a otro. Ellas pueden ser abiertas hacia el Bien o hacia el mal. Dicho de otra manera: hay puertas del Bien y puertas del mal. Y ambas se abren mediante sus llaves o códigos correspondientes.
Cualquiera ha de saber que las puertas del mal se abren con las llaves de: la envidia, la codicia, las pasiones incontroladas, los vicios recurrentes, la traición, la mentira, la violencia, el orgullo, etc….
Pero de estas no queremos hablar. Solamente queremos preservar de ellas, diciendo por último que esas puertas se abren de manera consciente y deliberada. Nadie pues puede llegar a clamar que le hicieron entrar por ellas por descuido. Todo quien por ellas entra, lo hace a conciencia y por su propio pie.
En cuanto a las llaves de las puertas del Bien son varias y todas valiosas. Ellas también tienen un nombre: sinceridad, humildad, veracidad, generosidad, coraje, constancia, bondad, trabajo, amor…
Estas llaves abren puertas; unas detrás de otras. Cuando uno ha traspasado la primera y se ha familiarizado con la nueva estancia que se encontraba al otro lado, entonces se encuentra capacitado para abrir la segunda, y así de manera sucesiva hasta que llega al lugar que le estaba destinado, después de abrir puertas y pasar de una estancia a otra. Estas estancias son vastas, son lugares donde brillan las luces, donde se aclaran los asuntos y se despiertan los intelectos. Luz sobre luz.
Si abrimos puertas seremos los viajantes del Universo; las almas peregrinas dirigiéndose hacia la Ka’aba del corazón, el cual es capaz de contener el Universo en su complejidad. Nos asemejaremos a Ibrâhîm – sobre él la paz – diciendo: “Yo no creo en los seres que se ponen”. Iremos más lejos entonces hasta que encontremos la Proximidad de Aquel que siempre fue, siempre será y hoy es.
Las puertas del Universo son, a su vez, de acceso y de prohibición. Por ellas pueden pasar solamente los que se encuentran provistos de llaves, y los que no lo están encontrarán que hay tesoros que les están prohibidos a causa de algo que ellos mismos hicieron y no debieron.
A los lugares de Verdad no tienen acceso sino los verídicos. Ellos entran por las puertas de la Ciudad Santa prosternados y no andando a gatas. Esos lugares están prohibidos a aquellos por cuyo interior corren las aguas turbias. Se puede engañar a los hombres; pero no se puede engañar a Allâh.
Muchos viven en la ilusión de creer en ellos mismos, de sentirse especiales, ebrios de satisfacción personal, en un permanente movimiento de rotación sobre ellos mismos, creyendo que son el centro de un universo que ha sido creado para ellos. El orgullo ciega y destruye.
Pero el sagaz, el inteligente, el humilde, en dos palabras “el bueno”, sabe que hay un Dios que acoge al desvalido, al pobre de espíritu, al veraz. Estableciendo una comunicación con El – alabado sea – navega por las aguas claras del Océano del Discernimiento, surca los planetas y las estrellas y llega a la gran puerta de la Complacencia divina con un gran manojo de llaves que todo lo abren.