La vida y la muerte
¿Qué es la vida y qué es la muerte? ¿Qué es estar vivo y qué es estar muerto?
Toda criatura, comprendido en ello el género humano, experimenta un pánico natural frente a la muerte; ese miedo a lo desconocido, a dejar de percibir de la manera en la cual lo hacemos rutinariamente. Es precisamente por eso que nadie, o casi nadie, se ha atrevido a encararse a este dilema en toda su crudeza, es decir, muy pocos se preguntan por la naturaleza de la vida y de la muerte.
Comúnmente se identifica a la vida con la existencia y a la muerte con la extinción de ésta; no obstante, dejadnos decir que esa percepción tan general no se corresponde en absoluto a la realidad.
Podemos considerar desde una perspectiva global que todo es perecedero salvo Allâh (todo perece salvo el Rostro de Allâh 28-88), aunque el hecho de ser perecedero es indicativo de que se ha gozado anteriormente a la extinción, de una vida más o menos extensa. ¿Es pues la vida contraria a la muerte? ¿Es la vida ausencia de muerte y la muerte ausencia de vida?
Allâh hace salir lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo
En función de esta sentencia coránica, vida y muerte van juntos doquiera que estén. Un cambio de pensamiento, por poner un somero ejemplo, representa una muerte al pensamiento anterior, así como un renacimiento, consecuencia directa del cambio acontecido.
Para muchos, la vida es sinónimo de consciencia; es decir, está vivo todo aquel quien es consciente de una realidad determinada, que es la suya propia.
¿Alguien se ha preguntado desde todos los ángulos posibles qué es la vida en realidad?
El ser humano nunca deja de existir de una manera u otra. Cuando una persona muere no pierde la consciencia, sino que pasa de un nivel de existencia y de consciencia a otro; la muerte que se produce en realidad no es tal, sino un pasaje crítico de un nivel existencial limitado en el tiempo a otro más duradero (eterno, según el Libro de Allâh). Un despojarse del cuerpo para volverse una entidad más ligera, sutil y libre, por decirlo de alguna manera.
Muchos desean hacer coincidir por todos los medios la existencia con el cuerpo. Esto es el resultado de una ceguera existencialista que es incapaz de querer aceptar que la fuente de nuestros deseos, quereres, predilecciones y pensamientos, no depende de nuestra existencia corporal, sino de un alma que reside en alguna parte dentro de nosotros, que solamente, los dotados de ciencia pueden localizar y manejar.
Un hadiz transmitido por sayyidina ˤAlî – que Allâh ennoblezca su rostro – dice:
Los hombres están dormidos, y cuando mueren despiertan.
Como seres creados, la muerte es nuestra seña de identidad; nos encontramos en pleno cambio evolutivo, sea hacia el bien y la sabiduría, sea hacia el mal y la ignorancia. Todo cambio evolutivo o involutivo en ese sentido es una muerte que se produce de una forma de percibir la realidad a otra mejor, o peor, según el caso particular al que se refiera.
Es más, dos grandes muertes son susceptibles de producirse en nuestra existencia terrestre: La una, experimentada solamente por aquellos quienes han sometido y hecho morir su ego ante la Voluntad y Grandeza divinas (Morid antes de morir (hadiz)) y la otra experimentada por todos, de la cual habla el Qur’an cuando dice:
Toda alma gustará la muerte (3-185)
En realidad esta muerte es el paso a una existencia ilimitada en el tiempo, sea cual fuere el destino que Allâh Altísimo nos haya reservado en ella.
¿Qué ocurre pues con esta nueva vida adquirida, presuntamente a través de nuestras obras, antes de la muerte corporal? Se dice que es indefinida en el tiempo, y es cierto porque Allâh no puede mentir; sin embargo, Allâh tampoco miente cuando dice: “Todo perece salvo la Faz de Allâh”.
Este aparente dilema nos enfrenta a una realidad ineludible, a saber: ¿tanto la vida terrenal como la vida del ‘Ajira son perecederas? En cuanto a la primera se refiere, somos testigos presenciales de ello cuando vemos morir a otro; pero ¿y en lo que se refiere a la segunda? No podemos decir que el ‘Ajira sea perecedero cuando Allâh lo ha declarado eterno, diremos antes bien que la vida de la cual gozamos no es real sino es desde un punto de vista relativo.
Asimismo, podemos interpretar, tal y como lo hizo el Imâm Bujari y otros, que el Rostro de Allâh es el Mulk (el Reino) y que todos los elementos de la vida futura se encuentran en él. Esta es, sin duda alguna, la manera más sabia de conjugar las dos Palabras divinas, aparentemente incompatibles para lo que es el pensamiento racional, cuyas fórmulas matemáticas no se encuentran diseñadas para comprender la Verdad que transciende mentes, cuerpos e imaginación.
Ello nos conduce de nuevo a la base del Tawhid:
La existencia de algo fuera de Allâh es perecedera o ilusoria. La vida pues, nuestra vida y la del universo, comprendidos los ángeles y los genios, así como los planetas y demás cuerpos celestes, es prestada de la luz de Allâh (Allâh es la luz de los cielos y de la tierra); dicho de otra manera, es un reflejo de Su, luz la cual es la única verdaderamente real y existente en los universos. Nuestra vida pues es un reflejo del Nombre divino al Hayy (el Viviente) en nuestra propia existencia, también prestada e ilusoria, como todo aquello lo cual no es El. Nuestro soplo vital procede del Suyo.
Por eso el Šayj al ˤAlawi dice en sus Sentencias:
La existencia de otro que Él es ilusoria, y podemos decir que cualquier Otro no deja de ser El.
Si decimos otra cosa diferente, entonces estamos vulnerando las condiciones del Tawhid, otorgando a una criatura una entidad autosuficiente e independiente de Su Creador. Entonces esa criatura formaría un ente aparte, vulnerando así la Infinitud divina que todo lo tiene, que todo lo abarca.
¿Quién como Allâh? – decía Dawud – sobre él la paz
La ‘ilaha illa-l-Lâh – No hay otra divinidad que Allâh