La víctima del sacrificio
Abdul Karim Mullor
La víctima del sacrificio
Ha pasado el ˤAid al Adḥa (Fiesta del Sacrificio). Hemos rezado, hemos sacrificado nuestro cordero. Hemos llegado al punto álgido de esos diez primeros días del mes del peregrinaje (Du-l-Ḥiŷŷa). Seguidamente vamos a nuestros asuntos, pensando que pronto llegará Ašura y que tendremos otra oportunidad para recibir recompensas del Altísimo. En efecto, es así como discurren más del 95% de los musulmanes que pueblan el globo terráqueo. La experiencia de ya una larga vida nos lo ha demostrado.
Sin embargo, y es una cosa que casi nadie llega a comprender, hay musulmanes, verdaderos creyentes, que viven siempre en los diez días de Dul Ḥiŷŷa, en la Noche del Decreto, en Ašura, en Viernes y en el Mawlid del Nabi – sobre él la plegaria y la paz -. Ellos recogieron el gran beneficio de estos días santos y lo adquirieron. Lo vincularon a ellos de tal manera que no desaparecerá jamás de sus corazones y de sus vidas.
Ayer sacrificamos al cordero. Dice la Sunna que: tenía que ser bello, de más de un año, sin mácula ni defecto, con buenos cuernos, etc. Curiosamente, gran parte de la gente no sabe el significado de este sacrificio. Se cree simplemente que se ha de hacer porque es la Sunna o la tradición popular, y no hay nada más que hablar. Por eso buscaban el cordero más bello para presumir de su adquisición, pensando de forma jactanciosa que, si además se afilaba bien el cuchillo, eso era cumplir con la Sunna.
¿Qué se sacrifica en realidad?
Para ilustrar esto vayamos al origen:
Cuando sayyidinâ Ibrâhîm – sobre él la paz – llegó a la cima del monte, blandiendo su afilada lámina para sacrificar a su querido hijo Ismaˤil – sobre él la paz -, tenía la plena consciencia de haberlo sacrificado todo por Allâh. Él sabía que no se trataba solamente de cumplir una Orden divina. Era consciente de que el acto era sacrificar el amor por su hijo, al igual que Yaˤqub hubo de hacerlo por Yussuf – sobre ambos la paz -. Él debía sacrificarse a él mismo de alguna manera pues el amor de Ismaˤil había arraigado profundamente en su corazón. El Amor a Allâh no admite segundos, es Uno.
Y para mostrar Su satisfacción plena con su amado siervo, Allâh perdonó la vida de su hijo, cuyo exceso de amor ya había sido degollado. No hacía falta entonces quitarle la vida, no era necesario pedir otro gesto a Ibrâhîm. Él lo había dado todo. Al igual que el Altísimo sin igual le había salvado del fuego también le perdonó la vida de su hijo. El Altísimo obró otro milagro tal que el hecho ha quedado patente como ejemplo de generación en generación.
El regalo de Allâh
Y Allâh hizo descender del cielo un borrego tal que no tuvo ni padre ni madre. Un animal puro que descendió sin más de ese mundo misterioso del Ŷabarut en el que las formas se disipan en pura luz.
Es pues el borrego un regalo de Allâh por haber consentido en sacrificarle todo, por haber consentido en sacrificar lo que creímos nuestro en aras de lo que en realidad es Suyo.
Nuestro cordero
En realidad nuestro cordero sacrificado ha de ser un símbolo de nosotros mismos. Como Ibrâhîm, y esta es la verdadera Sunna, debemos sacrificar nuestras voluntades todas por la Voluntad Divina, sagrada ella, cuya aceptación no será otra cosa que una fuente de incontables beneficios.
Y la recompensa de este sacrificio no es otra cosa que la aceptación del degollamiento de un cordero, que sí tiene padre y madre, pero que en realidad será una réplica del descendido del cielo siempre que nosotros nos sacrifiquemos en aras del Amor de un Dios Todo-Poderoso que no hace otra cosa que acariciarnos con Su Presencia. El cuida de nosotros solícitamente, y un día y otro no hace sino recordarnos el vínculo sagrado que contrajimos cuando aceptamos Su deidad.
Es pues nuestro animal sacrificado un recuerdo de que dejamos atrás los deseos de nuestra nafs, a la que degollamos de un solo golpe, la que expiró vaciando todo su contenido dejando paso a la luz que Allâh discretamente emplazó en los corazones de sus siervos para que le adoren, amen y sirvan solamente a Él. Y haciendo esto, ellos amarán lo que y a quienes Allâh ama. Serán un estandarte luminoso que alumbrará sus vidas propias y las de aquellos que se vinculen a ellos.
Aquellos rayos luminosos que exhala la Divinidad para guiar a quienes tienen ansias de guía son la puerta de la Presencia son las noticias de un mundo oculto para la gran mayoría. Abrevando así la sed de sus almas con el agua bendita del Estanque del Profeta, los amantes del Misericordioso son henchidos de luz y de Conocimiento. Pues ese estanque rezuma de todo lo necesario para vivir esta vida con las reglas de la del Ajira.