La soledad del sabio

La soledad del sabio

Un hombre sabio casi siempre suele estar solo o casi; la historia nos lo dice, y el Corán, también en el sentido en el que nos anima a tomar ejemplo de los acontecimientos precedentes.

Lo vemos en aquél a quien Allâh le había dado una Gracia y una Ciencia, al cual Mûsâ – sobre él la paz – hubo de ir a visitar. (Surat La Caverna).

Salvo los profetas, que por su misión específica, Allâh casi siempre ha rodeado de discípulos o apóstoles; o de aquellos quienes como ˤAbdul Qadir Ŷilani, Allâh ha constituido en actualizadores de la religión, los  hombres de Sabiduría han permanecido en la sombra, en los recónditos rincones de una Dunya desagradecida, inculta y voraz.

Ya, nuestro Profeta – sobre él la plegaria y la paz – sabía esto; por eso dijo:

Tened piedad de estas tres personas: un noble en el seno de su pueblo a quien haya alcanzado la miseria, una persona afortunada en el seno de su pueblo que se haya empobrecido, y un sabio quien vive entre ignorantes.

En realidad, es así. La Dunya llama, atrae, seduce, y todos o casi todos corren detrás de las luces que se extinguen, del viento que pasa, de las nubes que no descargan lluvia. Y esto recubre el alma con espesos velos, cada vez más gruesos y de más en más numerosos. Aquel quien, haciendo alarde de inteligencia y sagacidad no corre detrás de esa Dunya, cual galgo tras la liebre, incluso si viviera entre la muchedumbre, se encuentra en la más insólita de las soledades. Las voces que escucha, el trasiego que percibe, viendo a unos y a otros correr detrás de las sombras, no le llaman, nada le dicen, él es ajeno a todo ello.

Dice un hadiz: “Huye de las reuniones en los que el Nombre de Allâh no es mencionado como lo harías del hedor del cadáver de un asno”.

Y, aunque el Nombre de Allâh sea mencionado, si es en vano o para conseguir bienes materiales, ¿qué podría hacer un sabio entre tanta vanidad y en ambientes como esos?

¿Iría aquél a quien Allâh ha dado ciencia a buscar alguien que le escuche? La Ciencia, la verdadera Ciencia, dice que no; pues quien la tiene lo tiene todo y no necesita nadie que se la certifique o apruebe; ni tan siquiera de alguien que le siga.

La espesura de los velos, los pensamientos dispersos en múltiples ocupaciones, los deseos, las altas opiniones que se tienen sobre uno mismo, los posicionamientos  personales férreos y correosos, impiden ver la Verdad; impiden valorar y separar el oro de la escoria.

Si se está vacío se concluye que todo el mundo ha de estarlo. Si se está ciego se niega la luz del Sol, de la Luna y de las estrellas. Nadie puede curar a alguien que no quiere ver, que se ha autoimpuesto una ceguera. Pero el ciego, ciego es, aunque diga que solamente existe el negro.

No es igual aquel que es consciente del momento en el que vive; que está presente observando y viviendo la realidad, que aquellos que viven y pasan, sin pena ni gloria, sin entidad suficiente para poder ser tenidos en cuenta para nada de provecho.

Que nadie piense que aquellos a quienes Allâh ha dado Su Ciencia necesitan de nadie que les apruebe, que les siga, que les adule, que les considere. ¡No! Ellos consideran las relaciones humanas solamente en una dirección: la obtención y enseñanza de Sabiduría. Ellos, o bien como Mûsâ recorren el mundo para obtener Ciencia, o bien como el Jadir son ellos los que enseñan por Misericordia y por deferencia con Aquel que les ha concedido la ciencia, que es Allâh.

El día que veáis a aquel a quienes consideráis sabio intentar rodearse de grandes cantidades de gentes y trabajar para ello, concluir que este mundo se ha apoderado de su alma y le ha vuelto esclavo de la auto complacencia y de los deseos incontrolados.

Aquel quien necesita la Ciencia ha de moverse, ha de dar el primer paso.

Aquel quien Ciencia no tiene busca honores; aquél que luz no tiene busca las sombras; aquel vacío por dentro hace ruido por afuera; aquél que tiene oro, lo guarda, lo cuida y lo aparta de la vista de las gentes. Solamente aquellos que buscan el oro y trabajan para ello vendrán a él a obtener lo que puedan adquirir con la pena de sus almas y el esfuerzo de los brazos de sus corazones.