La pisada sin huella

El encuentro entre Rumi y Shams de Tabriz

ElMehdi Flores

Entre las varias versiones que circulan sobre el encuentro entre Yalaluddin Rumi y su maestro Shams de Tabriz, una en particular se tiene en alta estima en los círculos sufíes. Según ella, la mañana del 15 de noviembre de 1244 en la ciudad de Konia, en la actual Turquía, Rumi, que contaba a la sazón con 37 años, se paseaba sobre una montura, unos dicen que a caballo otros que a lomos de un asno, por el concurrido mercado de los Mercaderes de Azúcar, cuando, de improviso, los ojos de Rumi se toparon por un instante con la mirada de un derviche vestido de negro que pasaba a su lado. En ese «instante gigantesco» Rumi sintió que un rayo de luz le caía en su cabeza dejando escapar de ella una espiral de humo; lanzó un fortísimo grito y cayó al suelo fulminado. Al volver en sí, al cabo de una hora, abrió los ojos y se encontró con el rostro sonriente de Shams que no se había separado de su vera. Tomándose los dos de la mano se encaminaron a la escuela de Rumi y se encerraron en un retiro de cuarenta días.Sobre lo que allí se dijeron no tenemos noticia, solo sabemos que Rumi reconoció en ese derviche lo que andaba pidiendo a Dios desde hacía tiempo, el maestro que le ayudase a transcender su mente y conocer la Realidad con mayúsculas. «Lo que buscas, te está buscando a ti» cantaría en sus versos.El encuentro de las miradas de Rumi y Shams ha sido definido como «la confluencia de los dos mares» y Rumi escribiría al respecto: «El ser humano es mirada, el resto es solo carne».Y ¿a qué clase de conocimiento accedió Rumi en ese momento único y transcendental? Toda su obra, que comprende miles de versos, es un canto al Único Real, que no deja sitio a ninguna definición ni dualidad. Como dirá el propio Rumi: «Solo Él tiene derecho a decir Yo». Ante esa Realidad, cuya naturaleza es Consciencia y Amor, se derritió toda su existencia. «Excepto el Amor, todo se desvanece» reza uno de sus versos. Enloquecido de Amor, Rumi se embriagó en el océano de la Dicha y se hundió en las aguas insondables de la Consciencia, donde «se extingue lo que nunca ha sido y permanece lo que nunca ha dejado de ser»

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«¿Qué puedo hacer, oh creyentes?, pues no me reconozco a mí mismo.

No soy cristiano, ni judío, ni zoroastriano, ni musulmán.

No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.

No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.

No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.

No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la esencia.

No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.

No soy del reino de Irak, ni del país de Jorasán.

No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.

No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni del Ridwán.

Mi lugar es el no-lugar, mi pisada no deja huella.

No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco a la realidad del Amado.

He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;

Solo a Uno busco, a Uno conozco, a Uno veo, a Uno invoco.

Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida;

no tengo ya otra cosa que hacer más que celebración y fiesta».