La paciencia

Por Imam Mahmud Husein


El maestro Abdur-Rasúl se encontraba dando una clase para algunos de sus discípulos, cuando fue interrumpido por un joven que hacía poco tiempo estudiaba con él. “Discúlpeme maestro” dijo el joven “no sé si estoy de acuerdo con lo que está diciendo, según mi opinión…”, y se explayó a continuación con sus propias ideas. El maestro lo dejo hablar, escuchándolo pacientemente y luego refutó sus ideas con delicadeza. Al terminar la clase, otro discípulo, uno de los más antiguos, se acercó al maestro muy enojado “no entiendo” dijo “¿cómo puede permitir que lo interrumpan así? realmente ese joven es un irrespetuoso” El maestro sonrió y respondió “un maestro siempre debe tener paciencia con sus discípulos, especialmente con aquellos que son más ignorantes. Te contaré una historia que te servirá de ejemplo: El maestro Abdur-Rahmán en una oportunidad dejó la mádrasa para ir a visitar a unos parientes. Cuando el maestro viajaba tenía la costumbre de vestirse de campesino humilde, con un gran sombrero de paja, pues decía que era la mejor manera de viajar sin que nadie lo molestase. Luego de pasar unos días afuera, se encontraba regresando cuando se cruzó con un joven de ropas costosas y aire distinguido que le preguntó la dirección de nuestro pueblo. El maestro le dijo que hacía allí se dirigía, y el joven, guiándose por las vestimentas del maestro, le dijo “le pagaré cinco monedas si hace de guía para mi” “No es necesario que me pague” dijo Abdur-Rahmán, “como ya le dije, me dirijo al mismo lugar”. “Es que necesito alguien que me ayude con mi equipaje”, y el joven señaló cuatro bultos que lo acompañaban. Dijo Abdur-Rahmán “lo ayudaré, no hay problema”, pero el joven insistió “por favor acepte mi paga”, y sin decir más, metió las monedas en el bolsillo del maestro. Luego comenzó a caminar como si nada, dejando a Abdur-Rahmán con todos los bultos. “Pero cómo…” dijo este asombrado “¿tú no vas a cargar nada?”, a lo que el joven respondió enojado “por supuesto que no, para eso te pago. Y no permito que mis empleados me tuteen, así que de ahora en adelante dirígete a mí como ‘señor’”. El maestro enrojeció por la ira y estaba a punto de poner al jovencito en su lugar, cuando éste dijo “y apúrate, que debo llegar temprano a destino para visitar al maestro Abdur-Rahmán” Al escuchar su propio nombre el maestro quedó tan sorprendido que lo repitió sin darse cuenta “¿Abdur-Rahmán?” “Si” dijo el joven, “pienso convertirme en su discípulo, un motivo más para que me trates con el respeto que merezco”. Lentamente una sonrisa se dibujó en el rostro de Abdur-Rahmán, pues sabía que se avecinaba una aventura de las que tanto le gustaban. “Apúrate, no pierdas el tiempo”, dijo el joven. Abdur-Rahmán cargo todos los bultos, dijo “Si señor”, y comenzó a correr tras el joven.
Al llegar la hora del mediodía el joven propuso parar para comer. Entre sus cosas tenía todo lo necesario para preparar una comida campestre, inclusive manteles y utensilios para la ocasión. Cuando Abdur-Rahmán se sentó junto al joven para comer, este dijo “¡no te sientes junto a mí! ¿Qué pensaría la gente si me viera comer con alguien como tú? Toma estos frutos y este pan y siéntate a unos metros de aquí” El maestro obedeció y se sentó bajo la sombra de un árbol. Luego continuaron con la marcha y fueron sorprendidos por una terrible tormenta, por lo que tuvieron que refugiarse en una cueva hasta que el tiempo mejorase. Mientras esperaban en la cueva, Abdur-Rahmán preguntó al joven “¿podría decirme el señor qué lo lleva querer ser discípulo de Abdur-Rahmán?”, “tú no comprenderías”, “pruébeme, señor”, “pues en realidad es mi padre quien me ha mandado, él es gobernante de extensas tierras, y como yo lo sucederé en el gobierno, piensa que si estudio con alguien como el maestro Abdur-Rahmán seré un mejor gobernante. Dime, ya que eres del mismo pueblo ¿lo conoces?” “Lo conozco muy bien en verdad”, respondió el maestro, “y dime”, preguntó el joven “¿es tan viejo como dicen?” Abdur-Rahmán tuvo que hacer un esfuerzo para contener su enojo ante esta pregunta, y respondió “es un hombre de experiencia, si a eso se refiere el señor, pero creo que a pesar de su edad podría darle una paliza a un joven como usted” “¿Y es gordo y feo como he escuchado?” Abdur-Rahmán, con claro malestar, respondió “corpulento y de fuerte personalidad, diría yo, y puedo asegurarle que tiene mucho éxito con las mujeres”. “¿Y es tan severo como se comenta?”, “eso si es verdad”, dijo Abdur-Rahmán, contento con ese nuevo tema, “dicen que una vez encontró a dos discípulos hablando y les lavó sus lenguas con una piedra hasta hacerlos sangrar, y otro muchacho estornudó en su presencia y el maestro Abdur-Rahmán le cortó la nariz por considerarlo una falta de respeto, y a otro que escuchaba música le grito hasta dejarlo sordo” El joven no pudo ocultar su temor, pero finalmente juntó ánimo para decir “pues no me parece correcto ese carácter. Un maestro debería ser paciente con sus discípulos” “¿aún si sus discípulos lo ofendieran?” aprovechó a preguntar Abdur-Rahmán, “aún si actuaran con él de la peor manera”, dijo el joven, “pues si se equivocan es por ser ignorantes y no por mala voluntad. Por lo que dices, ese Abdur-Rahmán debe ser un desalmado que no tiene indulgencia con sus discípulos. En fin, voy a dormir un poco, tú quédate despierto que no quiero que nos roben”. “Si señor”, dijo Abdur-Rahmán. Dormido el joven temblaba por el frío, Abdur-Rahmán pensó “¡debería dejar que te congeles!”, sin embargo no pudo con su carácter y sacándose su abrigo, cubrió al muchacho.
Al parar la tormenta continuaron con la marcha y llegaron hasta un arroyo que se había formado por la intensa lluvia. Conocedor de esos lugares, el maestro dijo “deberemos cruzar el arroyo caminando, el agua no nos llegará más allá de la cintura”, pero el joven respondió “entonces no quedará otro remedio que tú cruces cargando conmigo” “¿Qué?!” exclamó sorprendido Abdur-Rahmán, “¿no ves que no puedo presentarme ante el maestro Abdur-Rahmán todo mojado y con mis ropas sucias? ¿Quieres que me despida al apenas llegar? Si me cruzas prometo hablarle al maestro de ti para que te de algún trabajo” Abdur-Rahmán vio que no tenía escapatoria, y cargando al joven y a los bultos cruzó el arroyo. Luego de caminar unas cuantas horas más, finalmente llegaron a destino. Cuando se aproximaban a la mádrasa el joven vio a todos los estudiantes en la puerta esperándolos, entonces dijo “¡mira! se ve que se han enterado de mi llegada y han salido a recibirme”, y tomando al maestro de la mano, agregó “has sido para mí un gran acompañante, y realmente te debo mucho, discúlpame si he sido grosero contigo. Ahora te pido que no abras la boca y no me hagas quedar mal, pues tienes que entender que esta es gente educada y sabia, así que tú sigue mi ejemplo.” La imagen de la llegada del maestro que yo presencié fue la siguiente: un joven caminando pomposamente adelante y atrás el maestro Abdur-Rahmán mojado, embarrado, ojeroso y cargado de bultos. Todos nos abalanzamos sobre el maestro mientras muchos gritaban “¡Maestro! ¡Maestro! ¡Qué le ha pasado!”. Fue en ese instante que el joven altanero se dio cuenta de lo que pasaba y de cómo había sido burlado, su rostro palideció y comenzó a lagrimar, no tanto por miedo, sino más bien por vergüenza por lo que había hecho y por comprobar la grandeza del maestro y lo lejos que era capaz de llegar para darle una enseñanza. Dijo “yo… le pido perdón”, si el maestro hubiese dicho solo una palabra de todo lo que había tenido que sufrir hubiéramos linchado al joven en ese instante, sin embargo, lo único que el maestro dijo fue “les presento a un nuevo hermano, llevadlo a una habitación que debe estar cansado luego de un largo viaje, no es fácil acompañar a un viejo como yo” Y mientras decía esto le guiñaba un ojo al joven. Y aunque nadie hubiera podido imaginarlo, el joven se convirtió en uno de los discípulos más fieles y de mayor conocimiento del maestro, y cuando finalmente le tocó volver con su padre se convirtió en un gobernante justo y ejemplar en sus tierras”
El discípulo de Abdur-Rasúl meditó en la historia y dijo “¡cuánto conocimiento hay en esta anécdota! ¡Y pensar que yo me quejaba por una pregunta imprudente! Maestro ya que hablamos de la paciencia hay muchas preguntas que yo quisiera hacerle…” El maestro Abdur-Rasul lo interrumpió en ese momento diciendo “y así como la paciencia es importante no lo es menos la sinceridad. Voy a ser sincero contigo, pienso irme a dormir en este momento, así que tus preguntas deberán quedar para otro día”. Y diciendo esto, el maestro se retiró a dormir.