La naturaleza del espacio – El punto
Abdul Karim Mullor
La paz sobre vosotros
Ayer hablamos del Waqt ; de ese instante que, como reflejo de un presente que nunca es, nos eleva hacia la Eternidad, y desde el que se desplega la línea del tiempo cuando entra en el mundo de la existencia psíquica y material.
Hoy demostraremos que ese despliegue asimismo se produce en el Espacio, aunque bien es verdad que el Tiempo como concepto y realidad es de un orden tal que nos vincula más directamente si cabe con lo Divino. Nos podemos desplazar en el espacio, pero no por el tiempo; porque el tiempo es vital, único, no reversible.
Lo que es el Waqt en el concepto tiempo es el punto en el espacio. Es decir, el punto es el centro de todo, de todo el espacio manifestado, de cualquier tipo de forma física, e incluso como veremos, figurada.
De su propia naturaleza nace la figura por excelencia: la circunferencia y el círculo. La circunferencia tiene como característica propia la de que cada uno de sus puntos equidista del centro que la origina. Esto, extrapolado al espacio y a la creación de los entes materiales en él, demuestra que cuando Allâh nos dice en el Corán que todo navega en su órbita, es porque todos los cuerpos materiales no transformados participan de las cualidades de la equidistancia a ese punto primordial. De ahí la forma de los cuerpos celestes, que, aunque con ligeras variantes nos recuerdan al primer círculo.
El círculo en tres dimensiones no es otra cosa que la esfera. Ahora bien, en virtud de la extensión de los cuerpos celestes circulares a fin de que las criaturas que habitamos en ellos podamos realizar nuestras vidas, ese mismo círculo originario contiene en él el cuadrado. Este cuadrado es necesario para medir las cuatro extensiones en el espacio representadas por los puntos cardinales (N, S, E, O). Ese cuadrado desplegado en tres dimensiones produce el cubo. De alguna manera el círculo y el cuadrado se replican a ellos mismos creando tres dimensiones partiendo de una sola.
Recordemos: primero el punto, luego el círculo con su esfera, más tarde el cuadrado (contenido en el círculo) con su cubo.
Cuando los musulmanes realizamos el Tawwaf, o vuelta alrededor del templo de la Ka’aba, estamos replicando el círculo original. El punto se encuentra dentro del cubo; pero ¡mucha atención! La esfera no es otra cosa que la bóveda celeste que nos cierne por todos los lados. Esto nos lo recuerda el hecho de que en el séptimo cielo se encuentre la Ka’aba celeste o Bayt al Ma’mur (La Casa frecuentada). Es así que las dos figuras primeras y sus réplicas tridimensionales se encuentran todas juntas en el Tawwaf.
Subḥana-l-Lâh, lo que un triste punto sin dimensiones puede dar de sí.
En esas siete vueltas alrededor de la Ka’aba vamos ascendiendo de cielo en cielo hasta llegar al Bayt al Ma’mur; y allí cesamos el movimiento porque llegamos al lugar que nos estaba destinado. Y aunque nuestros sentidos y nuestra psique no hayan llegado a percibir esta realidad, sin duda alguna nuestro Ruḥ ha realizado el viaje.
Esta prospección que acabamos de hacer no puede quedar solamente en el orden libresco “intelectual”; hay que ir más allá intentando descubrir las implicaciones personales que esto puede tener dentro de nosotros mismos. La teoría sin práctica es como una vasija vacía que golpeándola realiza un gran estruendo, siendo repleta que tiene su utilidad.
En este punto estamos obligados a volver a las palabras del Profeta Muḥammad – sobre él la plegaria y la paz – y a las del Šayj Al ˤAlawi.
El profeta decía:
Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor
Y en otra tradición sagrada el profeta declara que Allâh dice:
Ni los cielos ni la tierra pueden contenerMe, pero el corazón del verdadero creyente sí puede contenerMe.
Mientras tanto, el Šayj Al ˤAlawi dice:
“El conocedor de si mismo es superior al conocedor de Allâh”
Estas palabras, que no pueden ser comprendidas sin la sagacidad necesaria, nos recuerdan a esa llamada que Allâh nos hace en diversos pasajes del Corán para que reflexionemos sobre el paso del tiempo, el movimiento de los astros, etc. sacando conclusiones que no todo el mundo puede sacar, sino los dotados de inteligencia.
Evidentemente, Allâh hizo vivir a Adam – sobre él la paz – con Su Propio soplo, y ese soplo lo llevamos dentro todos sus descendientes.
He aquí el punto dentro de nosotros; he aquí el Waqt (el Instante) dentro de ese soplo divino que todos conservamos dentro y sin el cual seríamos una mole inerte de agua y tierra.
Ahora viene, en pura lógica, la pregunta necesaria: ¿cómo podemos acceder a ese punto, a ese instante, donde se pliegan el tiempo y el espacio y la propia existencia material? Si fuera tan fácil descubrirlo Allâh no nos hubiera enviado a Sus profetas; tampoco hubiera inspirado a Mûsâ – sobre él la paz – a ir al encuentro del Jadir, a esa “Confluencia de los dos mares” en la que los mundos existencial y oculto se juntan en un punto del cual se despliegan ambos.
El no-tiempo, el no-espacio no son otra cosa que las marcas de la Eternidad y de la Infinitud, cualidades que solamente pertenecen al Uno sin asociados.
Él no es las cosas y las cosas no son El.
Gloria a Él por encima de lo que le atribuyen, en ese valle bendito donde los espíritus encuentran su morada y las más sabias inteligencias se pierden en su propia impotencia.