La libertad de pensamiento

A-s-salamu ˤalaykum – La paz sobre vosotros

En una época como esta, en la que las luces de la Religión de Allâh brillan por su ausencia, y las rígidas prescripciones de un Islâm adulterado invitan a algunos a inventar una nueva manera de practicar, que por inventada carece de entidad y solidez, se habla de la “libertad de pensamiento”. Uno no sabe muy bien cuál es el contenido que sus defensores otorgan a esa expresión; mas, cuando uno escucha a los que la defienden, llega fácilmente a la conclusión de que no es otra cosa que puro esnobismo. Queremos decir con esto que el contenido que alberga dicha declaración, no es sino el producto de otra manipulación más de las muchas que existen hoy en nuestro Islâm, en nombre de los deseos incontrolables de un Ego que lo quiere todo.

En realidad, no tiene ningún sentido llevar el término “libertad de pensamiento” al dominio religioso; cuando en realidad, ya de por sí y por naturaleza propia el pensamiento es libre, tanto, que podemos pensar lo que, cuánto y cómo queramos en cualquier situación de nuestras vidas, en cualquier momento, pues, como todos sabemos, el libre albedrío es algo que se le ha dado al Ser Humano casi en exclusividad.

Ahora bien, asentado y demostrado que la libertad discursiva se encuentra dentro de nosotros, debemos reconocer que ella no debe concluir necesariamente en la concepción o la expresión de una verdad. En efecto, pensar libremente no significa en absoluto pensar verídicamente o pensar bien.

Ya, en la antigua Grecia, Sócrates, así como su discípulo Platón, habían desarrollado este asunto en su crítica incesante y veraz de los sofistas, quienes, amparados en la belleza del discurso, lo tomaban por bueno solamente si éste se encontraba bien expresado, sin tener cuenta alguna de su veracidad o falsedad.

Pero el fenómeno sofista no lo podemos ubicar solamente en aquella época de la Grecia contemporánea de Sócrates, sino que asimismo lo podemos encontrar en los defensores de la dichosa “libertad de pensamiento” en un dominio como el religioso, en el que, por definición, se ha de ir en la búsqueda de la Verdad y no en la persecución de la propia opinión, pues esta varía, de manera diáfana, de unos seres humanos a otros; prueba fidedigna esta de que dicha libertad no es el reflejo de verdad alguna, ya sea expresada o subyacente.

Lo que pensamos, imaginamos, discurrimos o determinamos con nuestra mente no ha de ser necesariamente reflejo de una verdad. Es, antes bien, una expresión clara del estado en el que nos encontramos, el cual, a fuer de seres humanos, se encuentra a medio camino entre una chispa de verdad y la falsedad de las ilusiones, siempre cuando seamos sinceros; porque si no lo somos, entonces no es otra cosa que pura ilusión imaginativa, la cual, por otro lado, nos hace esclavos de nuestros deseos.

La ambición ciega, el amor por el renombre vuelve atrevido al insensato, quien se manifiesta de mil y una maneras para llamar la atención.

Mientras, los principios religiosos, no muestran de la verdad sino un reflejo. Y si alguno se escandaliza al leer estas últimas palabras, le diremos que la Verdad no puede expresarse en este mundo sino es por reflejos. Porque esa Verdad que procede de la Luz (Allâh es la Luz de los cielos y de la tierra) al descender, se reviste de materia y se espesa, guardando sus secretos en un cofre bien sellado al que no se puede acceder sino se tiene la llave. Y esa llave no es otra que la integridad, pues si un día somos íntegros en todos los sentidos, es que habremos llegado a ello a través de la sinceridad, del esfuerzo, de la humildad, de la inteligencia, del deber, de la purificación de todas las voluntades propias que se alejan de la Voluntad soberana de un Rey Eterno y Misericordioso.

Si somos íntegros es que estamos completos y no nos falta nada. Hemos recorrido el camino de la búsqueda sin condiciones, hemos perseguido a la presa que es nuestro propio Ego, la hemos abatido en Nombre de Allâh, y se ha vuelto Halal para nosotros. Antes no lo era, antes, nuestra propia alma, nuestra Nafs, plena de deseos y esclava de estos, nos era Haram, nos estaba prohibido seguirla, nos estaba prohibido obedecerla. Hoy, se ha convertido en un objeto ejecutor de las órdenes Divinas, que, una detrás de otra, fluyen en nuestro corazón, el cual es el Tabernáculo del templo de la Verdad, una vez que su espejo ha sido pulido de toda herrumbre y suciedad. Hoy, refleja esa Luz de los cielos y de la tierra en todo su esplendor.

¿Dónde, hermanos/as queda entonces la libertad de pensamiento y sus resultados?, elucubraciones, espejismos de la mente, salpicados de una variedad incontrolable de deseos egoístas, mal dirigidos y deformados por la ignorancia de una mente encerrada en su propia jaula, que no puede percibir otra cosa que lo inmediato e imaginar que los deseos totalmente desordenados de la propia alma que, una vez más, nos engañará con el falso reflejo de una luz impregnada de materia, de la ilusión de ser libre, cuando en verdad, no es otra cosa que esclava de sus deseos y de su triste ignorancia.

Nuestro Ego nos hace pasar por reyes cuando no somos sino esclavos. La sabiduría es la salvación. El conocimiento de la Verdad es el fin al que todo ser Humano bueno e íntegro debe aspirar. Entonces pasaremos de ser esclavos a ser reyes; pues, como dice el Profeta – sobre él la plegaria y la paz -:

La Sabiduría eleva al esclavo al rango de los reyes”.