La gran Sabiduría y los parlanchines de la corte
Abdul Karim Mullor
La gran Sabiduría y los parlanchines de la corte
Hemos manifestado en otras ocasiones que hay dos clases de Sabiduría:
La que se adquiere por el estudio
La que se adquiere mediante la purificación interior.
Entre ambas existe una separación equivalente a un universo entero y sus siete cielos. La segunda supera a la primera en miles de grados.
Dice el hadiz:
Guardaos de la mirada del verdadero creyente porque él mira con la luz de Allâh.
Y mirar con la luz de Allâh, puedo asegurar que no es cualquier cosa. Esto no se aprende en los libros, ni en las universidades por muy islámicas y prestigiosas que fueren. Dicha Sabiduría se aprende a base de controlar los deseos del Nafs hasta el punto de presentarla ya domada a disposición del Creador y Señor.
Y esa Sabiduría se aprende de un sabio, ya que Allâh ha establecido al Ser humano como jalifa en la tierra. No se aprende de los genios ni de los ángeles. Mucho menos la aprende uno mismo, pues quien esto pretende demuestra ser esclavo de su pasión, al punto de tener una idea elevada de sí mismo que raya lo irracional.
¡Yo me comunico con Allâh! ¡Yo, si ayuno como un cosaco, rezo en la mezquita a diario y hago muchas salawat nafila seguro que llegaré a wali!
¡Ya lo que nos faltaba: una fábrica de hacer walis por encargo!
¡Por si fuéramos pocos p… la abuela!
¡Yo poseo una visión especial, soy un genio, no tengo necesidad de ayuda! Me paseo por el Prado como aquella vaca que daba leche merengada sin necesidad de ser ordeñada, porque mi “tolón tolón” es especial.
Estas palabras de noviciado en torpeza, muchos las dicen, y otros las dicen y las manifiestan con sus actos. Lo que se extrae como realidad de todo este alarde de proyectiles dialécticos es que el ínclito que así actúa se ha vuelto el esclavo de su nafs, a la vez que la presa del bisbiseo del chaytan. Que para eso sí que tiene grandes orejas. Para escuchar lo bueno y lo sabio, no; eso no. Eso escuece y roba protagonismo, porque es aburrido y no lustra.
El arte del Discernimiento se aprende de aquellos que lo tienen. Porque hoy, a lo que se ve, el despiste es tan generalizado que muchísimos llegan a confundir los deseos de sus almas y los bisbiseos del enemigo como si fueran revelaciones de lo alto.
Lo estamos observando a diario. La locura de esta amalgama de desconocimiento llega a su zénit cuando el ignorante escribe y habla sobre religión, haciendo salir de sus torpes manos o de su farragosa lengua las barbaridades más variopintas salpicadas con palabras específicamente escogidas para hacerse pasar por culto.
Oximorones “intelectuales” tan prosapiados y cultos que para decir verdad se han de contar mentiras.
¿Recordáis aquella figura retórica del esperpento patentada por aquél gallego ilustre llamado Don Ramón María del Valle Inclán? ¡Pues ahí lo tenéis!
Un flaco que se coloca delante de un espejo y parece grueso y viceversa, un obeso que se hace pasar por enjuto. Porque el espejo en el que se mira no refleja de ninguna manera la imagen original. Es el espejo del Nafs que engaña a propios y extraños.
¿Cómo es posible que lo que a nosotros nos haga carcajear a mandíbula partida pueda encandilar a otros?
La respuesta es fácil:
Hoy casi nadie se preocupa por molestarse en aprender la Verdad yendo hasta el fondo y hasta sus últimas consecuencias. Confesémoslo, por favor: aprendemos el Islam por Tik Tok, Tak Tak y Tuk Tuk, de You y de Tube, sin molestarse en salir de casa y con las zapatillas puestas al pie de la chimenea o del radiador.
¡No sé qué se podría aprender así! Si lo aprendido es a medida de la molestia y el trabajo empleados, podemos decir que se ha desaprendido lo que trabajando se hubiera podido aprender.
¡No seamos carne de Saber y ganar; porque Jordis los hay a montones y enteradillos a miles!
Con esta desgana se puede llegar lejos. Se puede llegar a ser engañado por el primer transeúnte que presuma de conocer el Islam o, como otros quieren hacer creer, por aquellos cantamañanas que pululan por los mercados gritando como descosidos que nadie antes que ellos comprendió bien la Revelación. ¡Eureka! Esa tonadilla festivalera de que ellos poseen un conocimiento especial, una prosapia ilustrada muy mucho cultural, y, eso sí, una cara bien, pero que bien dura.
Sobre todo cuando se pretende haber descubierto un nuevo Islam después de XIV siglos de ignorancia y oscurantismo. Y entonces es, oyendo esto último, cuando encontramos verdadera dificultad en contener las lágrimas de tanto reir.
Que si el Profeta – sobre él la plegaria y la paz – era un colega; que si el vicio del pueblo de Lot no está prohibido por el Corán; que A-r-Rahman se traduce por “matriz universal”. Vamos que no queremos dar más pábulo a estos pregoneros de charanguilla churrigueresca, que para cosas divertidas ya tenemos en qué reparar.
No destilamos tanto recurso literario como Don Ramón María, del Valle Inclán, para más señas. Porque si lo anduviéramos sustrayendo de alguna parte ya podrían esconderse debajo de las piedras. No somos tampoco Quevedos y no soñamos tanto como él lo hacía. Pues si lo fuésemos; los archivaríamos en nuestra historia onírica con médicos, boticarios y aduladores de la corte en ese lugar tan peculiar donde todos se juntaban en asamblea con los diablos. Y también, por qué no, hablaríamos de ese apéndice superlativo que crece cuando se dicen mentiras. Porque hay tantas y tan gruesas que no habría suficientes narices ni juntando las doce tribus en una sola.
Hoy vende lo vulgar, aburren las verdades y molestan los buenos consejos. Pero como somos tan contumazmente testarudos que nos encandila hacer el bien sin admitir nada a cambio, aquí os hemos dejado este escrito para que entre todos hagamos afanarse a esas neuronas que algunos han sedado con sus aburridas cantinelas seudo intelectuales.
Y es que las moscas no pueden fabricar miel.