La Gran Personalidad – el «nosotros» – el tiempo

La paz sobre vosotros

Nuestro « yo », nuestra personalidad; lo que calificamos como nosotros,  al fin y al cabo, nunca somos el mismo. Cambiamos, nos sazonamos, reconstruimos nuestra consciencia, día a día; el inexorable paso del tiempo nos forma, nos acaba, nos hace madurar, nos encauza a ser el nosotros que nos definirá al final de nuestras vidas; final en el que, cuando llegue el momento de poder decir “nosotros somos…”, entonces seremos invitados a partir a otro lugar, soñado por muchos, temido por otros. Partiremos de un hogar verdadero al verdadero hogar; allí donde cesan las penas, los sinsabores, las desgracias, la pobreza; allí donde sólo hay amor. Un Amor tan grande que de él únicamente llegamos a gozar un reflejo en nuestra vida terrenal. Si por este pálido reflejo del Gran Amor algunos han edificado y dedicado sus vidas, ¿qué será entonces de ese Gran Amor que disfrutaremos cuando, libres de nuestro cuerpo, cabalguemos y volemos por esas llanuras luminosas del mundo del espíritu?

Dijo el Profeta – sobre él la plegaria y la paz -:

Allâh dice: No reneguéis contra las vicisitudes del tiempo (dahr) porque Yo soy el Dahr”

Nuestro corazón se encuentra esperando para ser llevado allá de donde vinimos; él reconocerá entonces nuestro verdadero “yo”, nuestra verdadera personalidad, allá donde ya no se encuentre encarcelado en el cuerpo mortal.

Es Quien ha creado siete cielos superpuestos. No ves ninguna contradicción en la creación del Compasivo. ¡Mira otra vez! ¿Adviertes alguna falla? Luego, mira otras dos veces: tu mirada volverá a ti cansada, agotada (67 – 3 y 4)

Y fuimos, somos y seremos, a través del Tiempo; un tiempo éste que no podemos parar, porque el presente no existe en este mundo efímero. Decidme quién puede apresar el presente y decir: “aquí está”. No habrá terminado de pronunciar la sentencia y ya estará en el futuro de cuando la comenzó. ¿Por qué? Porque el presente es un reflejo de la “Eternidad”, siendo inexistente por él mismo. Sí, la palabra presente procede de presencia, y ésta solamente es posible en el seno de la “Eternidad”, donde alcanza todo su esplendor.

¡Entrad en él en paz! ¡Éste es el día de la Eternidad! (50-34)

Nuestros pasos en la vida son reales si ejercemos en todo momento la consciencia de lo que somos y de por qué los damos; sólo así tendrán sustancia y entidad; sólo así tendrán presencia. Esa consciencia que deriva de una Gran Personalidad a la que llamamos Allâh, y a la que adoramos porque todos fuimos creados por Ella.

Esa Gran Personalidad es la que nos hace percibir la nuestra y la da vida, la que concede entidad a ese “nosotros” que nos acompaña, que mora dentro y que habla contigo en cada momento, en cada instante de ese momento presente que nunca existe, que es inaprensible. Esa consciencia de ser, tan inaprensible como el presente, pues hoy no somos lo que fuimos ayer, y mañana no seremos lo que somos hoy.

Por esa falta de consistencia en la personalidad, El, la Gran Personalidad Universal, nos muestra que solamente El posee una entidad en el Presente Eterno de Su Vida Grandiosa e Inaprensible.

El, Allâh, es solo El, y nadie puede serlo sino El – exaltado sea -.

¡Por el alma y Quien le ha dado forma armoniosa, instruyéndole sobre su propensión al pecado y su temor de Dios! ¡Bienaventurado quien la purifique! (91-8 y 9)

¿Cómo no llegar a amar a Aquel que, teniéndolo todo se ha apiadado de nosotros y nos ha acercado a Sí con solamente un poco de entrega de nuestra parte? ¿Qué hicimos en realidad nosotros por El? Nunca hicimos nada ni tan siquiera que se aproxime a lo que Él se merece.

Esa ilusión de la vida, condicionada por el “yo” y por el tiempo, y a su vez depositaria de maravillas escondidas a las que solamente acceden los afortunados. Pasa el tiempo, pasa la vida, pasa el “yo” que nos acompaña, hasta que, cansado de vivir, nuestro cuerpo diga: ¡Basta! ¡Hemos llegado al final; no puedo seguir más!

El tiempo avieja y rejuvenece. Avieja al ignorante y rejuvenece al sabio. El sabio, sí es consecuente con su ciencia, es cada día más joven; su espíritu cada vez se vuelve más ágil, su mente más lúcida y su palabra más certera. Palabra esta que solamente es apreciada por finos oídos y cumplidos entendimientos. Palabra que mueve montañas, sobrevuela ríos y mares y sube por los siete cielos. Palabra que sorprende por su fuerza y su sagacidad, que se vuelve lluvia que refresca los corazones, riega las semillas del bien a fin de que crezcan con el Sol de las obras desprendidas, realizadas por amor a Allâh. Pues quien ama a Allâh, ama a Su obra entera, porque partió de El en Su Suprema Sabiduría, y no podría haber sido mejor.

Nuestra personalidad, como hemos dicho, es aquella que, una vez conocida nos acerca al entendimiento de la Gran Personalidad Divina de la que todo emana. Por eso nuestro santo Profeta Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – dijo:

“El que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”

Pues conociendo las profundidades de tu ser particular, solamente así, puedes acceder a comprender la Fuente de donde todos los seres proceden. El camino de retorno a El pasa por ti mismo; por eso Él te dio una personalidad y una vida que la sostiene.

Lo demás, sinceramente, no tiene importancia; son solamente los acicates en tu camino para que conozcas la Verdad. Si eres despierto, si abres la puerta del entendimiento, comprenderás cosas tales que no podrás expresar mediante la palabra. Pues la palabra es, como el tiempo, inexistente, a no ser que ella sea un reflejo de la Palabra eterna que nadie es capaz de pronunciar.

Y Allâh es el Mejor de los que conocen y saben.