La esencia de las palabras
Las palabras y su esencia
La paz sobre vosotros
Una de las mayores capacidades que Allâh ha concedido al Ser humano es la de la palabra. Ella es asimismo un misterio que casi nadie ha sido capaz de descifrar.
En un principio podría parecer que la palabra es el medio de contacto entre el interior y el exterior de la persona; pero si realizamos un análisis más exhaustivo vemos que esta definición no hace honor a la verdad, pecando de ser parcial.
Y es que en la palabra humana existe un sistema de creatividad capaz de dejar absorto a los expertos más experimentados.
Por un lado nuestras palabras no expresan necesariamente lo que sentimos, a no ser que esto lo hagamos de una manera voluntaria. El habla puede decir lo que se piensa, lo que no se piensa, lo que se siente, lo que no se siente, la verdad, la mentira, una mezcla de estas dos últimas, y así indefinidamente dentro de una gama casi interminable de situaciones divergentes. El habla, si es utilizada de forma conveniente, moviliza a las masas, crea ambientes antes inexistentes, realidades nuevas, moviliza a favor o en contra. Resumiendo, se trata de una fuerza poderosa de alcance imprevisible. Su forma y fondo activan el cerebro, que es el elemento humano que sirve de reverberación del habla; un soporte paralelo que goza de las mismas virtudes y defectos que aquella.
Podemos concluir entonces que el cerebro es un lugar de creación de conceptos acertados o erróneos, que de forma voluntaria o involuntaria procesa realidades, crea ficciones y antítesis de esas realidades de una manera extraordinariamente rápida y efectiva. Es como una caja donde todo cabe que reverbera en la lengua procesadora de sonidos.
Ni en la palabra, ni en su correspondiente grafismo, que es la escritura, podemos encontrar la verdad, ni tampoco la solución a nuestros problemas reales.
Las ideas, las palabras, sino representan una verdad útil, podemos decir que son desechables. ¿Cuál es entonces el elemento que disfraza lo real de ficticio y viceversa, que lo inútil lo convierte en ficticiamente útil? Es la Voluntad; es el Nafs. Hemos llegado al Nafs; hemos llegado al punto de inflexión; es la voluntad la que oculta la verdad, la disfraza, dispara la imaginación, creando realidades paralelas y ficticias. El Nafs trabajando con su gran aliado, el šaytan. Este propone, el Nafs elige.
Es así que este elemento de comunicación tan valioso como es la palabra puede convertirse en lo contrario de aquello para lo que ha sido creado.
Allâh se comunica con nosotros a través de la Palabra; una Palabra que emana de la Verdad, que nunca puede estar equivocada. Una Palabra férrea como el hierro y bella como el oro, las perlas y el diamante. Una Palabra útil, dicha en una medida precisa, de una manera tal que activa el interior del receptor, que es el Ser humano.

Esta Palabra vehicula un Mensaje y es soportada de manera física, ya sea por caracteres escritos, ya sea por sonidos hablados. En ella no hay ficción, ni imaginación, ni inutilidad. Y, sin embargo, los caracteres escritos y/o hablados que la dan vida son los mismos en los dos casos: letras y sonidos.
Claro que, las Palabras divinas educan y procuran la salud de nuestra mente y nuestra lengua; mientras que las inútiles producen desequilibrio en ambas y contribuyen al endurecimiento del corazón. Es por ello que las palabras buenas producen efectos sanos, mientras que las malas y la mentira arruinan a quienes las profieren.
Hoy, todos hablan, todos escriben; pero esto no tiene mérito alguno si solamente lo que se produce es ruido. El mérito está en aquellos quienes dicen palabras de Verdad que surjan de la fuente misma de la Realidad y en aquellos que son capaces de distinguir, de discernir entre el mensaje real o aquel producido por el capricho de un alma u otra.
Las palabras de verdad no son otras que las que vehiculan una realidad, siendo que, cuando son dichas de motu proprio y no son copiadas de otros, llevan en ellas una terapia que se corresponde con la capacidad interior de quien las profiere.
Ahora bien, si copiamos las palabras de otros, aunque esos otros fueren gentes de valor, eso dice de nosotros que estamos vacíos por dentro, porque no somos capaces de actualizar en nuestro interior las verdades que dan vida a esos dichos.
«Dijo Fulano»; «dijo Mengano«; dijo este o el otro, no añaden nada sino somos capaces de pronunciar nosotros esas palabras que son para la época y para el momento. Hipócrates y Galeno murieron y ya no pueden curar más. Hoy curan aquellos que tienen el arte de hacer sanar de las enfermedades actuales. Lo mismo ocurre con el espíritu. Gazali dijo, Jilani, dijo, Ibn Ata’i-l-Lâh dijo, Darqawi dijo. Todo eso está bien como ejemplo; pero hoy, si tú no eres capaz de decir nada ¿de qué te sirve lo que ellos dijeron, ya que ellos hablaron a la gente de sus tiempos siguiendo sabiamente las características de su época?
Si tu admiras a Gazali y no puedes ser un Gazali no puedes enseñar; lo mismo ocurre con Jilani, Junayd, etc. Si tu interior está vacío, repetirás y repetirás, y al final no dirás nada útil, nada vivo. ¡Deja a los muertos en paz! Ya se fueron.
Hoy, casi todos enseñan con el catecismo construido con palabras de antes. Porque hoy, quien no tiene nada dentro, ¿qué podría decir de nuevo para la gente de estos días? Y de eso viven muchos, y muchos otros les siguen porque su interior está gobernado por ese Nafs que les invade de deseos, de caprichos y de ideas irreales.
Los libros son las cenizas del conocimiento, y tus palabras son ceniza que se lleva el viento.
Quien sepa distinguir la palabra de Verdad de la del capricho del Nafs ya ha dado el primer paso. Pero son tan raros estos, tan extraños, que son realmente el azufre rojo de estos tiempos.