La entrada de Mehmed II Al Fatih en Constantinopla
Esta no es una historia de guerra, donde solamente hay vencedores y vencidos. No es tampoco una historia de buenos y malos. Se trata de unos hechos reales en los cuales las valoraciones partidistas sobran, ya que los acontecimientos hablan por ellos mismos y las valoraciones de unos y otros irán en función de la adscripción ideológica y religiosa que tengamos de base.
Existe un hadiz, un dicho del Profeta Muhammad – sobre él la oración y la paz – que dice:
“Constantinopla será tomada por los musulmanes un día. Que bello ejército quien la conseguirá y que buen gobernante será quien lo dirija.”
En Mayo (29) de 1453, domingo 20 de Jumada-l-Ula de 857, Mehmed II entró en Constantinopla apoyado por un ejército cuya élite estaba formada por genízaros. No hubo venganza ni opresión, ni tiranía. Mehmed II, ya cualificado por el Profeta como buen gobernante en un hadiz, estuvo motivado por el mismo espíritu compasivo que su predecesor Salahu-d-Din Ajubi cuando entró en Jerusalem.
Mehmed contaba solamente 21 años. Una inteligencia natural y una resolución fuera de serie eran signos propios de gozar de la elección del Altísimo. Desde niño había soñado con entrar en Constantinopla, ciudad ante cuyas murallas habían sucumbido más de 20 ejércitos en otras tantas intentonas de conquista. Una ciudad que era punta de lanza de un territorio cristiano ortodoxo que se extendía hasta Serbia. Incluso la parte asiática de la ciudad en esas fechas se encontraba gobernada por un jefe de ascendencia genovesa. El sultanato turco estaba obligado a estar instalado en Anatolia, siendo Erdine su capital.
Desde pequeño Mehmed II demostró dotes de mando y un gran sentido de la estrategia, hasta el punto que Murat II, su padre, abdicó a su favor cuando él sólo contaba con 12 años. Vista su pronta edad el mando volvió de forma natural a su padre hasta que murió. Descendiente de Uzman – compañero del Profeta – fue el séptimo sultán uzmani (otomano) de Turquía.
Su madre falleció cuando él era adolescente y otra esposa de su padre llamada Mara Brankovic, hija del gobernador de Serbia, le tomó bajo su responsabilidad, le educó y le cuidó como a un hijo. Cuando murió su padre Mara le ayudó a tomar el sultanato y resultó ser una excelente consejera de estado.
Constantinopla, como Grecia, era cristiana ortodoxa. Lo fue desde su fundación por aquel Constantino que en 325 organizó el Concilio de Nicea, que terminó con una escisión entre las iglesias, católica, ortodoxa y arriana. Los obispos Arrio y Donato contestaron la validez de los cuatro Evangelios validados en aquella época, reconociendo como verídico el de Bernabé, en el cual Jesús – sobre él la paz – aparecía como Profeta y no como hijo de dios, ni como miembro de una trinidad. Perseguidos como herejes por la nueva Roma debieron huir. El arrianismo fue tomado por los godos germanos, quienes descendieron a la Península y al Norte de Afria, la conquistaron y poblaron asimismo Ceuta y el Norte de Marruecos formando la provincia Tingitana.
Constantinopla era pues una ciudad expuesta, un enclave estratégico de la ruta marítima que unía el Mar Negro con el Mediterráneo. Un lugar incluso donde recalaba el tránsito de mercancías procedentes de Asia.
El padre de Mehmed II, Murat II, decía frecuentemente a su hijo que quien tuviera Constantinopla dominaría el mundo.
La rivalidad entre el papado y la iglesia ortodoxa era palpable. Quizás, debido a ello, Constantinopla solamente podía confiar en sus murallas. Los marineros y mercenarios venecianos y genoveses seguían las órdenes del papado; y Constantinopla sabía que para contar con su ayuda debería adquirir sus servicios a elevado precio, cosa que por otra parte, les debilitaba económicamente cara a su rival de Roma.
Por eso Constantinopla edificó no una muralla, sino la muralla. Tres muros circundaban la ciudad separados entre unos y otros por 100 metros, en cuya separación había un foso particularmente profundo. La ciudad era inexpugnable. Su punto débil era el mar, pero para paliar eso se había instalado una enorme cadena de 8oo metros de longitud que se levantaba cuando un barco hostil intentaba entrar en el Mármara, impidiéndole el paso.
Mehmed II llegó con sus soldados a primeros de Abril. Para atacar las murallas contaba con cañones de largo alcance con los cuales iba minando los muros poco a poco. Pero estos cañones no resultaron suficientes para abrir una brecha en los muros, y cada vez que una avanzadilla de guerreros intentaba trepar se encontraba con los mercenarios genoveses o con el foso. La ciudad, aunque sufría por la ausencia de víveres que venían del Norte seguía recibiendo por el Estrecho, hasta que las chalupas turcas impidieron el acceso de los barcos al puerto desde fuera de la cadena ya mencionada.
Los barcos genoveses rompieron la barrera de chalupas turcas y de nuevo esta vía de suministro quedó abierta para la entrada a la ciudad.
Pasaba el tiempo y el ejército turco no podía avanzar. La idea de desistir tomaba cada vez más cuerpo. Mehmed II ya pensaba en regresar cuando tuvo una idea de militar experto. Debía pasar los barcos al puerto y así cercenar la única vía de suministros de la ciudad. Pasó sus barcos por tierra mediante una carretera formada por troncos de árboles en la parte asiática de la ciudad. Una vez en el puerto aquellos barcos Constantinopla estaba condenada. Pero Venecia se dispuso a ayudar y envío unos barcos para liberar el puerto; unos barcos que nunca llegaban, pues ya en la ciudad se creía que el Papa había retrasado su llegada de forma deliberada.
Una semana antes de la llegada de aquellos barcos, Mehmed pensó en abandonar, pero confiaba en su destino y se dispuso a esperar hasta el último instante. Entonces se produjeron dos acontecimientos extraordinarios que desequilibraron la balanza: un eclipse de luna, llamado la Luna Rosa, como el que algunos recordaréis se produjo este pasado mes de Abril; el cual fue tomado como un presagio definitivo, tanto por los ocupantes como los habitantes de la ciudad. Mehmed decidió realizar el ataque definitivo al día siguiente. Una vez el ejército formado por la mañana temprano se vio salir una luz de Santa Sofía hasta el cielo, o viceversa. Los cristianos interpretaron que la Virgen María les había dejado a su suerte, y Mehmed lo interpretó como la muestra de la voluntad Divina de que la ciudad sería tomada.
Fue abierta una gran brecha en la muralla y Constantinopla fue tomada ese mismo día.
Sus habitantes fueron perdonados y bien tratados, como tradicionalmente lo han sido los no musulmanes en tierras del Islam. Una generación tras otra se fueron islamizando hasta llegar a como es hoy: una enorme metrópoli plena de historia y testigo de acontecimientos que han cambiado la Humanidad.
Según las profecías de Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – esta ciudad será tomada de nuevo por judíos que ayudarán al Dajjal, y posteriormente retomada por El Imam Mahdi, quien sin usar una sola arma, con tres Allahu Akbar, la conquistará ayudado por 70000 descendiente de Ishak (Isaac) – sobre él la paz -.
Una ciudad donde se guardan unas reliquias histórico-religiosas de un gran valor: el bastón de Musa (Moisés) – sobre él la paz; el bastón del Profeta Muhammad, sus sandalias y otras reliquias; Santa Sofía; la Mezquita azul y tantas otras cosas cargadas de historia y de bendiciones de lo alto.