La enfermedad de la angustia – Felicidad e infelicidad

A-s-salamu ‘alaykum

El otro día hablando con un buen amigo, José Manuel Pérez Rivera, reflexionando sobre el carácter sagrado de la ciudad de Ceuta como confluencia de los dos mares, coincidíamos, como lo hacemos en muchas cosas, en que el exceso de materialismo provoca la infelicidad y la angustia. ¿Quién no ha padecido ese sentimiento alguna vez en su vida?

La angustia es una enfermedad del alma, y como toda enfermedad tiene su origen y su cura. El origen de esta enfermedad es la ausencia de objetivos sublimes, porque esa ausencia contradice la naturaleza humana y la hace sufrir. El hombre ha sido creado para lo sublime, para lo grande, para desplegar en él las posibilidades en el dominio de lo universal, no para ser esclavo ni de sus sentidos, ni de sus pasiones. La angustia pues, es el producto de no poder dar salida a una necesidad subyacente en la naturaleza. Si negamos esta necesidad, y no la hacemos nuestra, seguiremos negándonos a nosotros mismos y seremos infelices.

No creo que muchos estén en desacuerdo con la idea de que vivimos en un mundo injusto: se nos niega el derecho al trabajo e irónicamente se nos anima a consumir. La juventud no puede hacer otra cosa que sestear ante la ausencia de oportunidades para ganarse la vida y de objetivos sublimes que perseguir; se hace sufrir desde el mismo colegio a los niños haciéndoles competir unos con otros; se les roba su derecho a una niñez plena. Se niega al ser Humano todo aquello que es útil para desarrollar su Humanidad. Se banaliza lo realmente importante, lo que eleva al ser Humano por encima de la materia; es decir, todo aquello que nos pudiera hacer, ser conscientes primero, y desarrollar después, nuestra naturaleza latente que nos pide a gritos atender a sus necesidades. De alguna manera se nos impide, de una forma u otra, concretar en Acto lo que somos en Potencia, si lo queremos expresar de acuerdo a los principios de la Filosofía aristotélica.

Muchos somos los que percibimos que vivimos en una sociedad avinagrada, infeliz, triste, exenta de chispa, de luz, de ánima. Y hasta que no afrontemos esta realidad y no lleguemos hasta las últimas consecuencias a la hora de ver la realidad no habremos dado el primer paso para salir de este atolladero existencial.

La angustia trae infelicidad; la infelicidad es enemiga de la paz, es contraria a ella. Un corazón infeliz irradia amargura, negatividad, a veces agresividad, y por supuesto niveles alarmantes de inseguridad.

Mientras tanto, un corazón en paz es un corazón feliz, y ello a pesar de los problemas innatos a la vida que se le puedan presentar. Un corazón en paz irradia luz, seguridad, paz, amor y firmeza.

El ser Humano si mira hacia lo alto, se eleva y es feliz. Al contrario, si lo que hace es mirar hacia lo bajo, hacia la pura materia, se hundirá más y más en sus propios defectos, nadará en aguas turbias y enturbiará vidas ajenas.

Y aunque tengamos esa legítima convicción de que vivimos en un mundo injusto, quizás no podremos exigir a nadie que lo cambie. Cambiémonos primero a nosotros mismos, y uno a uno, consigamos cambiar las cosas irradiando la paz, el amor, la luz.

En el Islam también ocurre eso. Las nuevas doctrinas de moda han decidido prescindir de lo sublime, de lo espiritual; y esto ha producido un batallón de gentes amargadas, avinagradas, que transmiten negatividad, hablando a diestra y a siniestra de prohibiciones, infierno, castigo y desviación. Gente enferma que enferma y avinagra todo cuanto tocan. En lugar de convertir cuanto tocan en oro, tal y como hace el sabio verdadero, todo lo convierten en carbón y escoria. Siempre buscando el conflicto, la disputa, en lugar de perseguir el amor y la paz. Lejos de Allah, lejos del Islam, lejos de los hombres. Estos amargados espirituales quieren convertir la Religión en un mundo inmisericorde donde se amenaza en lugar de dar esperanza; donde se inculca el miedo, el terror, en resumidas cuentas, la angustia.

Que Dios nos proteja y quiera que un día el mundo sea un lugar mejor donde vivir.