La Amana de Allâh

Abdul Karim Mullor

La paz sobre vosotros – A-s-salamu ˤalaykum

La Amana de Allâh, que El, en Su Sabiduría infinita ha consentido que sea aceptada por el Ser humano, es, cada día más, una brasa en la mano de quienes la detentan. Algunos conocéis un hadiz en el que se dice que el Tawhid es una brasa en las manos del mu’min (verdadero creyente). Esta Amana, es, en estos tiempos, tan grande y tan exigente, que ocupa todos los instantes de nuestra vida, acaparando toda nuestra atención. Aquellos quienes tienen algo que guardar y transmitir, tienen o tenemos, una responsabilidad agotadora, una carga que, aunque soportemos con agrado, no deja de ser de una gran envergadura. Porque su valor no redunda en la cantidad de aquellos a quienes pueda ser transmitida, sino en su naturaleza misma. Si ya Mûsâ – sobre él la paz – quiso ver a Allâh y le fue dicho que no sería posible hasta que cayera fulminada la montaña, el peso de esta responsabilidad dada por Allâh es un tesoro que hay que guardar siempre estando vigilante en la entrada del lugar donde se encuentra, sabiendo que su principal potencial amenaza somos nosotros mismos.

Se debe mantener la casa limpia, sin un desliz, sin desfallecer, sin levantar la vigilancia, sabiendo que cualquier acto incongruente en nuestras vidas, por pequeño y corto en el tiempo que sea, nos hará vulnerables, pues solo Él es el Señor, y nosotros los siervos. El siempre arriba, nosotros siempre debajo. Él es el Dueño de Su propia Amana, y cuida de ella y de aquellos que la cuidan, aunque también les exige, tal y como corresponde a un Señor que ejerce Su mandato. Estos últimos sienten la presión de ese Celo divino presente en la preservación del tesoro codiciado. Es algo difícil de explicar, pues las palabras no bastan, y somos conscientes que también es algo complicado de comprender. Algunos, en esta gesta, han perdido la palabra; otros la vida; otros la privacidad; otros la paz exterior. Allâh es el Dueño y El impone Su Voluntad, en todo lugar y circunstancia. Ahora bien, como Él es tan sumamente Halim (Dulce) y Misericordioso, a cambio, les ha dado aquello que ningún ojo puede ver, oído escuchar y mente imaginar.

Es cierto que ofrecimos la responsabilidad a los cielos, la tierra y las montañas, pero no quisieron asumirla estremecidos por ello. Sin embargo el hombre la asumió. Realmente él es injusto consigo mismo e ignorante. (33-72)

Anâs Ibn Mâlik – que Allâh esté satisfecho de él – relató que el Profeta – sobre él la plegaria y la paz – dijo:

Llegará un tiempo en el que aquel que se aferre a su religión será como una persona que sujeta una brasa ardiente en su mano. (Tirmidi)

Ayer, venía conduciendo y hablando con otra persona de mi parecer, y le dije unas palabras que salieron del fondo de mi corazón:

Cuando nos vayamos nosotros ¿quién tomará la Amana?; parece que estamos ya en el final”.

Efectivamente, las generaciones que vienen detrás se han desligado de todo cuanto implica responsabilidad. No digo ya responsabilidad para ganarse honestamente la vida, lo cual hay que reconocer que cada vez es más difícil de encontrar en alguien, sino de lo que implica en él mismo este término que a muchos les cansa solamente de escucharlo. Se vive por el placer del momento, se busca con ansia sentir con plenitud, y en esta gesta se tiraniza a aquellos de quienes se pueden extraer ventajas y beneficios.

En lo que nos compete a nosotros, que es el Din, nos encontramos ante un panorama sin precedentes: una pléyade de, por decirlo de alguna manera, enterados, de sabios de supermercado que van detrás del dinero cual galgo tras liebre y que con su palabrería transforman las piedras en pan, multiplican el vino, resucitan a Lázaro y te dividen en dos la Luna, porque sí.

La Amana del Din se encuentra cada día, cada minuto, en manos de un número más reducido de gente; y, aunque algunos puedan pensar mal de lo que aquí se dice, porque sin dificultad se sobre entienda que nos estamos aludiendo a nosotros como siendo parte de sus detentores, no, por falsa humildad, vamos a dejar de reconocer que así es; aunque, por otra parte, nos consideremos siervos imperfectos, inútiles y necesitados de las gracias de un Señor Maravilloso y Eterno.

Pero hoy, el despiste es tan grande, que nadie o casi nadie sabe reconocer el valor de la Verdad, de la Luz de Allâh en esta tierra. Tanto es lo que entra por los ojos y por los oídos que la gente se encuentra saturada de consignas y de palabrería hueca.

¿Quién tomará pues la Amana? ¿Quién se atreve? Allah siempre tiene gente, es cierto, pero menos cada vez.

Nos encontramos en un cruce de caminos, en un momento en el cual se está gestando un cambio radical y poderoso en nuestro Din; pues hay que bajar al abismo para poder volver a subir, y ahora estamos en el fondo. Sabemos esto a ciencia cierta, esperamos el momento; pues esperar de Allâh es adoración, y tener confianza en Él es el reconocimiento implícito de Su proximidad.

Hoy, la juventud, clama por sus derechos sin saber cuáles son sus deberes y responsabilidades; los/as hijos/as tiranizan a los padres y a las madres. La esclava se encuentra dando a luz a su ama, los pastores de cabras, pobres diablos, están construyendo altos edificios, incluso al lado de la santa Casa de Allâh; los necios se suben a los estrados, los corruptos gobiernan el mundo, los sabios callan, las gentes gritan en las plazas públicas, mientras los traficantes del Din hacen sus negocios y se frotan las manos con sus ganancias.

La Amana se ha convertido en un nombre que queda muy bonito en el Corán, pero su realidad está desapareciendo tal y como el agua lo hace, gota a gota, del cuenco de la mano que la contiene.

Aun así somos optimistas, y sabemos que un Quiyama, una Resurrección del Din nos espera, la cual llegará de la mano de alguien quien, como Ibrâhîm – sobre él la paz – cuente como una Umma.

Kana Ibrâhîma ‘Umma