Hermeútica holística del color: el enigma del verde

Hashim Cabrera.

Ishraq, los colores del alma. Un enigma escondido en lo verde. Un ensayo sobre hermenéutica holística del color

Fuente webislam

La situación del color verde, con relación a los demás colores y a la luz, nos desvela una de las más interesantes paradojas de la teoría cromática. Lo verde, siendo un signo claro de la creación y de la vida, no puede existir ajeno a la oscuridad, a la muerte, a la resurrección de lo vivo en lo muerto, en el contexto de una hermenéutica holística del color, tanto en su dimensión simbólica como en su expresión material y biológica.

Al principio de este ensayo citamos un dato revelador a propósito de la luz verde: es la que más penetra en el agua, por debajo de los doscientos metros, a diferencia de la luz roja que alcanza escasamente los ocho metros. Esto puede indicarnos una cierta afinidad estructural entre el agua y la luz verde. De hecho, organismos biológicos elementales, como el plancton, pueden producir clorofila a partir de la luz a grandes profundidades y la bioluminiscencia de muchos peces abisales adquiere un tono verde azulado intenso, así como la luz verde esmeralda de las luciérnagas aparece radiante en los lugares más húmedos y oscuros del jardín en las noches de julio 85.

Tras el calor liberado en las llamas de la entropía, que seca y reduce la vida hasta convertirla en la materia oscura, sólida e inerte del carbón y de las cenizas, surge de nuevo la vida manifiesta y efímera de las plantas verdes. Todo un ciclo creativo que nos afecta de manera integral. Somos seres vivos inmersos en el ciclo del carbono.

Quemamos literalmente las sustancias que nos atraviesan y las que producimos. Nos quemamos en ese proceso con un grado mayor o menor de combustión y de resistencia. Un grado excesivo de resistencia a la vida, a los procesos que nos contienen y que contenemos, conlleva una más profunda combustión, un llamamiento a la disolución y a la muerte.

Por el contrario, el grado de nuestro sometimiento o adecuación a los aconteceres nos provee del agua vital que necesitamos para transitar el vasto desierto de los fenómenos. Esta adecuación a lo Real, según los gnósticos ishraquiyún, nos procura el reverdecimiento de nuestra naturaleza original (fitrah), la conciencia de que nuestro viaje es un retorno y, al mismo tiempo, que la Realidad es imprevisible e inasible, que se sitúa más allá de lo aprendido, de la ideología y de la cultura.

Lo verde es la vida escondida en lo negro, la neguentropía implícita en la entropía, una brotación emergente a través del gris de las cenizas que produce la combustión rojiza de las llamas. Gris que no es entonces sino espacio cromático, puente o barzaj que nos lleva hacia el color, hacia un mundo de sombras translúcidas, como lo vivía Cezànne, que nos deja entrever el velo o estructura que soporta nuestra visión.

Por medio del color, la luz se esconde y se manifiesta produciendo estructuras, formas y contornos, trazando los límites y apariencias de los objetos. Se trata de un ámbito particularmente humano pues, aunque los animales también tienen ojos y sus retinas son sensibles a las variaciones lumínicas, no han llegado a vivenciar conscientemente lo que ven como lenguaje, como símbolo. Humano es el color porque nos resulta difícil percibirlo sin proyectar nuestras emociones, ideas y recuerdos en aquello que percibimos:

“… no hay grano en las tinieblas de la tierra, no hay nada verde, nada seco, que no esté en una Escritura clara”.

(Qur’án, sura 6, aya 59)

El color negro aparece íntimamente asociado a la tierra, al cosmos, a la materia primordial capaz de vivir la transmutación. Se trata de la vida inconsciente, de la oscuridad y de la ignorancia. Por el contrario el sol en el cénit es la señal del oro luminoso que el buscador trata de encontrar, la conciencia, que aparece aquí prefigurada como luz. El paso de una estación a otra, de maqam en maqam, sería la operación alquímica, que ha sido descrita como un proceso de despertar, de reverdecimiento, y que incluso es denominada a veces como “el proceso verde”. Algunos autores lo llaman esmeralda de los filósofos ó rocío de mayo. También el gnóstico del ishraq, al final de su itinerario alcanza la cima de la Montaña de Qaf, que es una roca de esmeralda.

Raramente percibimos el color en su estado vibratorio más puro, en su fuente luminosa. Se interponen tanto los objetos, la materia, como los velos de la cultura en forma de ideas acabadas y cerradas, de sentimientos codificados. Se interponen las sombras. Aunque, a pesar de los tópicos, podamos enhebrar una semiótica del color, sus efectos integrales sobre nosotros y su papel en nuestras vidas cotidianas son mucho más profundos y desconocidos de lo que normalmente podemos aprehender.

Tanto la materia como la cultura son solidificaciones de la energía primordial, luminosa y creacional. Ya dijimos que la luz azul tiene ese perfume cultural y material que se caracteriza por su naturaleza neguentrópica, por su cualidad de resistencia, subsistencia y descendimiento. Pero en el caso de la luz verde nos encontramos a esa misma energía, vieja y cansada, ahora revitalizada por el eco más cercano de la luz blanca original que, en el mundo de la manifestación, es la luz amarilla del fenómeno, del desenvolvimiento y de la vida.

En el idioma español se hace una distinción entre azul y verde, pero otros idiomas, como el tarahumara o el vietnamita, no tienen una palabra propia para el color verde y usan la palabra adecuada para el amarillo o el azul, según sea la predominancia de uno de estos colores en la mezcla. El chino distingue entre el verde y el azul, pero la palabra qing, puede significar azul, verde y, en ocasiones, negro.

Hemos visto cómo el color verde es el que más problemas ha presentado a la hora de elaborar una sintaxis unificada del color. Color denostado por la antroposofía de Rudolph Steiner, exaltado por el gusto popular, usado hasta la saciedad por la revolución y arribado a la contemporaneidad en la reivindicación ecologista, el verde ha vivido siempre una existencia fronteriza, inasible y enigmática. Verdes son los campos que vemos renacer, verde que surge de lo negro, de la oquedad umbría, del carbón apagado, de la putrefacción de las cenizas.

Misterioso color que huye cuando se le pregunta y que nos ofrece una gama infinita de matices y tonos que lo hacen inasequible a nuestra comprensión racional. Simple y compuesto al mismo tiempo, expresando cabalmente la naturaleza contradictoria del alma humana, mestiza y fronteriza. Hecho de cielo y tierra, de azul y amarillo, traza la horizontalidad en el nadir del espectro, en las antípodas del rojo, color aparentemente primario que surge siempre en la combustión perceptual, como entropía de un proceso creador que aniquila cualquier pretensión de permanencia. Contradiciendo al poder del fuego, sobreponiéndose a él, compuesto de una doble naturaleza, el color verde expresa mejor que ningún otro la filogénesis de todo color.

El conocimiento espiritual, la conciencia de que los fenómenos que podemos observar no abarcan la totalidad de la creación, nos sugiere un ámbito que está fuera del alcance de la percepción de los objetos, una realidad más allá de los fenómenos y los aconteceres. El verde es el color que expresa la continuidad de la vida en la templanza, un equilibrio dinámico preciso que aquilata nuestra vida y nuestra conciencia.

Lo verde —por su naturaleza compuesta de amarillo y azul— está propiciando tanto la visión como el recuerdo, las dos fuentes de todo conocimiento. Una de esas fuentes es la percepción sensorial que nos permite la comprensión de lo externo, la proyección hacia fuera, expansiva e iluminadora, del amarillo, y la otra fuente mana en nuestro interior, y es el sentido místico intuitivo, la experiencia consciente que halla en el azul una imagen cósmica, hacia lo profundo, de lo celeste. La convergencia de esos dos mares nos procura una conciencia que ya no está dividida ni velada, sino que es experiencia de unicidad, de realidad, de tauhid.

Una fuente es visión (amarillo), la otra recuerdo (azul), pero ambas son sólo huellas o ecos de lo Único Real. ‘Recordamos’ nuestra visión y así ‘vemos’ nuestro recuerdo. La paradoja de la dualidad, la tensión cromática, los gozos y sufrimientos de la luz, desaparecen en lo verde porque no podemos ver dos cosas al mismo tiempo. Cuando volvemos la mirada hacia otro sitio, el objeto anterior desaparece de nuestra visión necesariamente: No hay ningún objeto que subsista por sí mismo sin el concurso de nuestra percepción. El regreso a la Realidad es esencialmente una vuelta a la percepción consciente, una revivificación de nuestro sentir.

La percepción de lo verde nos sitúa en una frecuencia unificada y misteriosa. No podemos distinguir los cabos que forman la cuerda que nos sostiene en este mundo, sólo podremos sentir, en el mejor de los casos, el eco de las energías luminosas que nos constituyen, nos atraviesan y nos acompañan. Nuestra visión puede estar oscurecida por la costumbre y nuestra imaginación desbordada por la entropía, pero la Realidad es inagotable en sus manifestaciones, siempre cambiante, siempre reverdeciendo. Esta experiencia y este conocimiento de lo Real acontecen intensamente en nuestra percepción de la luz verde, pero habitualmente no somos conscientes de ello, como si fuese un recuerdo profundo y subliminal.

La dualidad es abolida cuando nuestra visión se encuentra con ese color, cuando no podemos distinguir lo amarillo de lo azul, la luz de la sombra, pero no nos damos cuenta porque lo verde nos señala que lo Real siempre estuvo ahí, que lo que ha estado ausente ha sido nuestra atención consciente: lo verde restaura nuestra percepción de la luz y del color de tal manera que nos reconduce hacia nuestra naturaleza primordial (fitrah) y nos vincula con la vida del cosmos. La luz verde es la frecuencia lumínica de un hecho tan natural y biológico como la bioluminiscencia de peces y luciérnagas.

Lo verde es un rincón donde nuestra percepción del mundo puede fundirse con nuestro mar interior. Lo verde está húmedo casi siempre, pero lo verde no es sólo agua, es también luz atmosférica vivida por las plantas y expresada en su fotosíntesis.

Favorece una conciencia que nos sugiere la realidad oculta tras la apariencia de las cosas y de las ideas, que nos hace acompasarnos con la melodía de fondo, la más profunda, con ese bajo único y continuo que intuyó Goethe y que tanto buscó Kandinsky. Porque lo verde —a diferencia del rojo, que es color aparentemente primario, sea materia o sea luz— es un color compuesto conceptualmente, pues en un sentido perceptual no es sino la unión indistinguible de los dos colores realmente primarios en el nadir del espectro cromático. Establece una primariedad  visual a pesar de ser un color compuesto en nuestra experiencia conceptual. Por esta razón, lo verde es una experiencia perceptual “en la confluencia de los dos mares”, en el jardín de lo eternamente vivo, frente al rojo, concreción de mundos y fenómenos que se consumen sin cesar y que no cesan de procurar carbón y muerte, ciclo incesante y condición de toda biología.

Aunque sus colores primarios puros, el amarillo y el azul, no son resultado de la mezcla de otros colores, no tienen autonomía. Pertenecen a un universo dialéctico donde se convierten en palabras mayores del libro de la visión, términos de una semiología del claroscuro que se necesitan mutuamente para enhebrar una sintaxis coherente y abarcable tanto a nuestra razón como a nuestra percepción. Son los sustantivos de una interpretación, de una hermenéutica siempre abierta a una creación incesante y aniquiladora. Entonces ¿cómo podemos hallar la luz verdadera en este mundo? ¿Cómo detener nuestros ojos en alguna estación, en algún maqam, sin que nuestras retinas se agoten con los propios fenómenos? ¿En qué rincón del itinerario podremos detenernos a contemplar?

En el rincón de lo verde nos encontramos con la tierra y con la humedad, con los olores propios del jardín. Podemos respirar tranquilos porque no hay demasiado veneno en este aire. Los pensamientos se tornan serenos en este maqam de la percepción integral. La humedad da profundidad a lo negro, como el manantial que hace brillar al carbón en su lecho. Podemos ver la luz reflejada en la hondura, en la profundidad del río, en su frescura, sobre lo verde 86. Porque lo verde tiene una vibración que nos refresca profundamente, que nos invita a descansar y contemplar lo andado, a sobreponernos a la negrura, como una estación para recordar y restaurarse de la incesante combustión de los fenómenos.

No hay en lo verde pretensión ninguna de ser primario, único o autosuficiente y sin embargo nos lo sugiere. Nos revela racionalmente su naturaleza mestiza y sometida, humana e inefable, y así es el sello y la llave de los demás colores y por eso es humilde, silencioso y sutil. Ha de estar junto a los colores primarios para que pueda articularse una sintaxis comprensible, aún siendo compuesto, materialmente compuesto de amarillo y azul.  Es un color que nos ayuda a percibirlo, que actualiza y refresca nuestra percepción y nuestra memoria del color, de cualquier color.

En un famoso hadiz transmitido de Ubay ibn Kaab, aparece la descripción de un sabio y profeta misterioso llamado Al-Jidr, la paz sea con él, cuyo nombre significa “el que reverdece”. Se trata, al parecer, de un epíteto más que de un nombre, y sugiere, según la gnosis islámica, que su sabiduría es perenne, imperecedera, una noción que presta apoyo a la hipótesis de que nos encontramos ante un símbolo que alude a la intuición mística más profunda accesible al ser humano. “En cada árbol hay un fuego”, dice un antiguo proverbio árabe. Esa proposición nos ayuda a comprender el sentido de la metamorfosis de las plantas verdes en combustible, bien por desecación —leña que arde— o por un proceso de putrefacción subterráneo de descomposición en petróleo o carbón. El adjetivo ‘verde’ aparece con frecuencia en el Qur’án para indicar una vitalidad continuamente renovada. Así, podemos leer:

“… esos tendrán jardines de felicidad perpetua por los que corren arroyos en los que serán adornados con brazaletes de oro y llevarán vestidos verdes de seda y brocado, estarán allí reclinados en divanes: ¡qué hermosa recompensa, y qué excelente lugar de reposo!”

(Qur’án, sura 18, aya 31)

La relación indisoluble que existe entre la vida renovada del Paraíso y las envolturas verdes nos sugiere precisamente la cualidad restauradora que tiene este color. La luz verde es una frecuencia intermedia y equilibrada entre el despliegue energético inicial, que aún no se ha desbordado ni caotizado del todo como manifestación plena y la energía neguentrópica reconductora.

Investigando sobre nuevas formas de expresión visual me encontré con un hallazgo revelador. Si proyectamos un láser de luz verde sobre un objeto semitransparente o translúcido, como por ejemplo un cristal natural de cuarzo lechoso, percibimos la radiación luminosa como una emergencia de puntos de color verde esmeralda sostenidos en una trama de oscuridad insondable, puntos intensamente negros, de una negrura inefable. Es como si percibiésemos la resolución de la imagen que vemos ocularmente. Si giramos lateralmente la cabeza sin dejar de mirar el cristal iluminado por el láser, la trama oscura se desplaza al mismo tiempo que nuestro movimiento. No ocurre este fenómeno con la misma intensidad y claridad al usar las otras luces primarias.

Estamos percibiendo, entonces, la propia emergencia del color en nuestras retinas. Estamos viendo nuestra propia estructura retiniana fuera de nosotros. Esto puede significar, ni más ni menos, que la percepción de lo verde en su fuente luminosa sutil, en las inmediaciones de su latifa, además de establecer un nexo entre el interior y el exterior, establece en nosotros un programa de percepción del color, de todos los colores que procesan nuestras retinas y nuestros cerebros. Puerta perceptual entre lo invisible y lo visible, de nuevo comprobamos su misteriosa versatilidad y su capacidad de poner en contacto ámbitos diversos, de vincularlos holística y unitariamente.

En la fototerapia sintónica, el campo retiniano correspondiente a la luz verde es el más sensible a condiciones extremas. Las constricciones del campo verde indican dificultades de relación, problemas de comunicación y de intercambio energético con el entorno. En cromoterapia, la luz verde se usa como sedativo para relajar y fortalecer la visión. Templa la tensión sexual y sanguínea y cura las úlceras.

Lo primero que brota de la tierra reseca y muerta es un manto verde, una alfombra vitalmente sustentadora tejida de minúsculos puntos emergentes que brotan blancos y súbitamente amarillean, calentándose más tarde hasta desembocar en las hojas verdes que comienzan a enhebrar la primavera. Después vendrán las flores, los colores, los jaramagos amarillos, las rosas y las rojas amapolas, acabando la floración entre las lilas y las violetas, siguiendo el curso de un desenvolvimiento gradual, lleno de sentido.

Lo verde nos capacita para el color, para los colores, nos hace presentirlos, como condición para que nuestra percepción y, más tarde, nuestra memoria, conozcan sus perfumes genuinos, sus vibraciones, sus frecuencias fundacionales. Quizás tenga esta cualidad por su condición ponderada, intermedia, capaz de acercarse a los demás colores sin confundirse con ellos, estableciendo una interacción cromática que las más de las veces nos pasa inadvertida. Vital, humilde y callado color que brota de nuevo en la conciencia contemporánea, que nos procura esperanza más allá del tópico, porque no deja de ser una paradoja que pueda hacerse un tópico de aquello cuya naturaleza es tan refractaria a la conceptualización.

Kandinsky ya había intuído esta cualidad suscitadora de la percepción cromática al establecer un paralelismo entre el verde y el gris:

“El azul, con su movimiento opuesto, frena al amarillo. Si añadimos más azul, ambos movimientos antagónicos se anulan mutuamente y resulta inmovilidad y quietud: surge el verde. Lo mismo sucede con el blanco cuando se mezcla con el negro. El color pierde su consistencia y aparece el gris, que en su valor moral se asemeja al verde. En el verde, sin embargo, se esconden el amarillo y el azul como fuerzas paralizadas que pueden volver a la acción. El verde posee una vitalidad que falta por completo en el gris. Y falta porque el gris se compone de colores que no tienen fuerza activa (dinámica)” 87.

El centro sutil que se corresponde con la luz verde es denominado por el sheij Semnani como el Muhámmad de nuestro ser, la “latifa haqqiya” 88, centro sutil de lo Real, la latifa que nos hace capaces de los más altos estados, visiones y experiencias, el guía cromático interior que nos va conduciendo gradualmente, mediante un proceso de expansión de la conciencia, hasta el paraíso de la Realidad.

Para los gnósticos ishraquiyún, la luz verde es como un guía luminoso que lleva nuestra conciencia hasta su límite y nos señala otros mundos y estados. Durante su primera experiencia de la Revelación, el profeta Muhámmad, la paz sea con él, vió las rafrat, unas reverberaciones de color verde esmeralda intenso en el horizonte del cielo, enmarcando al ángel Yibril, al arcángel purpurado. Luz verde como quietud y elevación de la conciencia, de la vida del corazón, como expresión del alma sosegada que accede al Jardín de la Realidad, como escenario o ámbito de la Revelación que, surgiendo del mundo invisible, soporta los mundos de la manifestación y de la entropía. Naim Kubra describe así la eclosión de la luz verde:

“Cuando has realizado el ascenso de los siete pozos en las diferentes categorías del existir, se te muestra el cielo de la condición soberana (Rububiyya) y de la potencia. Su atmósfera es una luz verde, que tiene el verdor de una luz vital, recorrida por ondas en eterno movimiento. Hay en este color verde tal intensidad que las inteligencias humanas no tienen fuerza suficiente para soportarlo, lo que no les impide prendarse de él con un amor místico. Y en la superficie de este cielo se muestran puntos de un rojo más intenso que el fuego, el rubí o la cornalina y que aparecen colocados en grupos de cinco…” 89

El desvelamiento ocurre pues como un proceso de reconducción de los signos hasta su fuente luminosa, a través del Mensajero Divino, la paz sea con él, cuya existencia no es sino pura hermenéutica coránica (ta’awil al Qur’án) que nos pone en contacto con la Realidad Única subyacente a todas las señales y manifestaciones:

“Pero ahora hemos hecho de este mensaje una luz con la que guiamos a quien queremos de Nuestros siervos.”

(Qur’án, Sura 42, aya 52)

Esta es la luz que el Qur’án mantiene viva en nuestros corazones, la misma que iluminó a los que constituyeron la comunidad de Medina, y tal vez por eso la tradición nos dice que las gentes de Medina no tienen maqam, porque Medina es Al Munawwara, la Iluminada y Radiante, una ciudad dulcificada por la mirada de quien albergó en su corazón la más grande de todas las luminarias. La Medina Al Munawwara es un reflejo en este mundo de aquella tierra verde luminosa que divisó el profeta, la paz sea con él, porque sus habitantes disfrutaron de la mirada que había contemplado aquella visión.

Cuando recitamos el Qur’an, cuando los musulmanes recitamos la Fatiha un día y otro, despiertan nuestros centros luminosos, nuestras lataif, una en cada cielo, en cada estación, una latifa en cada nivel de nuestra conciencia, de nuestra comprensión. Cada aya de la Fatiha es una de nuestras maqamat. Nos asisten todos los profetas y todos los colores, todas nuestras lataif, pero todos los profetas, todos los colores y todas las lataif siguen a Muhámmad, la paz sea con él, porque él habita y anima el centro sutil que nos abre a la conciencia de lo real. Por eso los gnósticos llaman a este centro sutil latifa haqqiya, el maqam de la Verdad y de la Realidad.

A su vez, el propio Muhámmad, la paz sea con él, es guiado por Yibril, Ángel del Conocimiento y de la Revelación, durante la ascensión a través de los siete cielos en el Viaje Nocturno (Isrá), de profeta en profeta, de latifa en latifa, de color en color, hasta llegar a la Presencia Divina, Nur ara Nur, y disponemos de una descripción pormenorizada de esa experiencia única en diversos hadices que están recogidos por las diferentes escuelas islámicas. El Viaje Nocturno es el viaje del ser humano realizado, a través de la noche de la inconsciencia, en pos de la Luz de la Realidad, y Muhámmad es ese ser humano que ha sido capaz de atravesar todas las maqamat, todos los grados de sombra, de color,  hasta llegar a su destino luminoso.

Las nubes se marchan suavemente dejando paso al sol, que nos va confortando de nuevo, poco a poco. La tierra reverdece con fuerza después del sueño de la inconsciencia y de la muerte. La atmósfera es el húmedo velo que nos protege de los rayos ardientes y la urdimbre donde la luz compone sus colores. El agua brota de la entraña oscura de la tierra y se derrama produciendo las más diversas manifestaciones de la vida:

“Y Él es quien ha creado los cielos y la tierra en seis eras; y desde que ha dispuesto la creación de la vida, el trono de Su omnipotencia ha descansado sobre el agua.”

(Qur’án, sura 11, aya 7)

Comentando esta aleya, el gran gnóstico andalusí Ibn ‘Arabi nos dice:

“El agua es en sí misma espíritu, puesto que produce vida, es el origen de la vida en todas las cosas, y debes saber que el amor es el secreto de la vida y que fluye por el agua, que es el origen de los elementos y de los principios … Nada hay en ella que no esté vivo.” 90

El agua que necesitamos para conocer, para saber, es un agua que purifica nuestra conciencia de asociaciones y adherencias, de contenidos mentales y culturales, que nos salva de los fenómenos y así nos va acercando a lo Real, mediante la energía del Amor.

Cuando sólo escuchamos los latidos de los fenómenos contemplamos ya su disolución en la Realidad, pero ¿qué hay entre un latido y otro, entre lo interno y lo externo?

La inconsciencia nos corresponde a los seres humanos porque somos las únicas criaturas capaces de vivir con una conciencia rota, fragmentada, deconstruida, reflexiva, con una mirada que establece un dentro y un fuera, un yo y un tú aparentemente irresolubles. El agua unifica amorosamente esas divergencias y separaciones, disuelve y equilibra las diferencias vibratorias, penetrando todos los ámbitos de la tierra y descendiendo luego al lago transparente de la quietud, tal y como dijo Chuang Tsé:

“El agua obtiene de la inmovilidad su nitidez, y así también lo hace el espíritu vital. El corazón del Hombre Verdadero, perfectamente calmo, espeja el universo que a su vez refleja al Cielo y a la Tierra y a todos los seres.”

Como hemos dicho anteriormente, también Kandinsky, reflexionando sobre la naturaleza del color verde, nos habla de inmovilidad y quietud, diferente de la calma del gris surgido del encuentro del blanco y del negro, en cuanto que es una inmovilidad llena de vitalidad y posibilidades, aunque “no tiene pasión, no pide nada, no llama a nadie” 91.

Para los ishraquiyún, como para cualquier seguidor de la gnosis islámica, lo Absoluto, que concebimos como algo exterior, es, sin embargo, un acontecer universal que existe tanto dentro como fuera de nosotros. Sólo hay un mundo, una Realidad, y a esa Realidad llamamos Dios. El mundo sensible que percibimos, el tiempo y el espacio finitos, no son más que una condensación de velos fenoménicos que ocultan la Única Luz de lo Real, eterna e inasible. Estos velos son nuestros sentidos, nuestros ojos son los velos de la verdadera visión, nuestros oídos son los velos de la verdadera audición, y así ocurre con todas las puertas sensoriales que trazan una frontera imaginaria. Para acceder a lo Real necesitamos descorrer los velos de todos los sentidos, desenmascarar la naturaleza relativa de los fenómenos y quedarnos a solas en una conciencia lúcida y sin fisuras:

“Y cada ser humano comparecerá con sus antiguos impulsos internos y su mente consciente, y se le dirá: ‘¡En verdad, has vivido desatento a esto, pero ahora te hemos quitado el velo, y hoy tu vista es penetrante!’.”

(Qur’án, Sura 50, ayat 21-22)

Notas

85. Según Ibrahim Albert, “El verde (ajdar) es el color de la aceituna oscura como la noche, de la nuca del niño de madre negra, y el color de la piel morena. Es el color de lo que aún está tierno, de lo que crece, de la palmera y la verdura, de la mosca verde y de cuantas aves participan de su color. Es el color de aquello que ha experimentado largo tiempo el flujo del agua, como el cubo que lleva toda su vida sacando agua del pozo y se llena del color verduzco de la vida. O, mejor dicho, el verde no es el color de esas cosas, sino que el color verde es esas cosas mismas.”

86. Resultan conmovedoras las expresiones de este contraste que afloran en la naturaleza, en las profundidades minerales donde la luz verde se manifiesta. En Colombia, en los yacimientos de esmeraldas más importantes del planeta, las gemas surgen en una tierra negra y húmeda, lanzando sus destellos luminosos entre las miradas ávidas y atónitas de los buscadores.

87. KANDINSKY, Vasili. De lo espiritual en el arte. Barral editores. Barcelona 1981. pág. 80.

88. Se corresponde con el chakra shahasrara, denominado también chakra coronal o Loto de los Mil Pétalos, en el hinduísmo.

89. CORBIN, Henry. El hombre de luz en el sufismo iranio. Ed. Siruela. Madrid 2000. pág. 94.

90. Fusus Al Hikam.

91. Kandinsky, Vasili. De lo espiritual en el arte.  Barral editores. Barcelona 1981. Pág. 83

 Otras referencias bibliográficas

VON GOETHE, Johann Wolfgang. Teoría de los Colores. Colegio Oficial de Arquitectos Técnicos de Murcia. Valencia 1992.

PORTAL, Frédéric. El simbolismo de los colores. En la Antigüedad, Edad Media y los tiempos modernos. Ediciones de la Tradición Unánime. José J. de Olañeta. Editor. Palma de Mallorca. 1989

CORBIN, Henry. La Imaginación Creadora en el sufismo de Ibn ‘Arabi. Editorial Destino. Barcelona, 1993.

GERSTNER, Karl. Las Formas del Color. Editorial Hermann Blume. Madrid, 1988.

CORBIN, Henry. El hombre de luz en el sufismo iranio. Ed. Siruela. Madrid 2000.

SIHABODDIN Yahia Sohravardî. El encuentro con el ángel. Ed. Trotta, Madrid 2002.

SHABISTARI, Mahmud. Es nuestra rosaleda. Editorial Sufi, Madrid 1997.

Caivano, José Luis. Sinestesia visual y auditiva: La relación entre color y sonido desde un enfoque semiótico. Ed. Gedisa. Barcelona 2003.

ASAD, Muhámmad. El mensaje del Qur’án. Centro de Documentación y Publicaciones de Junta Islámica. CDPI. Almodóvar del Río, 2000.

CORBIN, Henry. Templo y contemplación. Ed. Trotta. Madrid 2003.

Kandinsky, Vasili. De lo espiritual en el arte.  Barral editores. Barcelona 1981.