Heraclio emperador de Bizancio y Salman

A-s-salamu ‘alaykum – La paz de Allah sea sobre vosotros

En el año 6 de la Hégira, desde Madina, el profeta Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – envió misivas a los emperadores de Persia, de Bizancio y al gobernador de los coptos en Egipto. En ellas les invitaba a seguirle como profeta y a abandonar sus creencias por el Islam.

Mientras Cosroes, el persa, presa de la rabia, destruyó la carta por considerar que se trataba de un inferior, el copto contestó al Profeta con presentes sin decir nada. Ahora bien, la reacción de Heraclio trajo cuenta de una de las reacciones más llamativas e incoherentes que pueden darse en un ser humano.

HERACLIO

La historia es la siguiente:

Muhammad envió a Heraclio dicha misiva a través de su discípulo Dihya Ibn Jalifa al Kalbi. Llegado ante el emperador el mensajero le leyó la misiva que decía lo siguiente:

Esta carta es de Muhammad, el siervo y mensajero de Dios, para Heraclio, gobernante de los Bizantinos.

Que la paz sea con aquellos que siguen el camino recto.

Escribo esta invitación para llamarte al Islam. Si aceptas el Islam estarás a salvo, y Dios ha de duplicar tu recompensa; pero si rechazas esta invitación al Islam, cargarás con el pecado del desvío de los arrianos. Por lo que te urjo a lo siguiente:

“Di: ¡Oh, Gente del Libro! Convengamos en una creencia común a nosotros y a vosotros: No adoraremos sino a Dios, no Le asociaremos nada y no tomaremos a nadie de entre nosotros como divinidad fuera de Dios. Y si no aceptan, decid: Sed testigos de nuestro sometimiento a Dios”.

Muhammad, el Mensajero de Dios.

La reacción de Heraclio a esta misiva fue de todo menos fría, fue de todo menos contrariada. Heraclio se sintió dichoso de recibirla ya que, desde hace decenios los obispos de Constantinopla venían hablando de la futura llegada de un profeta. No olvidemos que fue el monje Bahira quien en el viaje del Profeta a Siria cuando tenía 12 años reconoció que Muhammad sería el profeta esperado.

El relato, repertoriado en el Sahih Bujari continua de esta manera:

Queriendo indagar sobre la naturaleza y el rango del Profeta, Heraclio supo de la presencia de la caravana de un Abu Sufyan, quien aún no se había convertido al Islam, para tener noticias de primera mano de los conciudadanos de Muhammad – sobre él la plegaria y la paz -. Habiéndole invitado a personarse en palacio, Heraclio le interrogó de la siguiente manera:

Heraclio llamó a su intérprete para interrogarlos, y preguntó quién era el familiar más cercano en parentesco entre ellos al hombre que decía ser profeta.

Abu Sufian contestó: “Yo soy su familiar más cercano (en este grupo)”.

Heraclio: “¿Cuál es tu grado de parentesco?”

Abu Sufian dijo: “Él es mi primo lejano”.

Dijo Heráclio: “¡Acrcadlo!”, y los compañeros de Abu Sufian fueron puestos a su espalda. Luego le dijo a su interprete: “Dile a sus compañeros que voy a interrogarlo sobre el hombre que dice ser profeta; así que, si me miente, inmediatamente desmentid sus palabras”.

“¿Cuál es su linaje entre vosotros?”. Preguntó el Emperador Romano.

 “Él es de buena familia entre nosotros”. Dijo Abu Sufian.

Luego, el emperador preguntó: “¿Alguien ha pretendido ser antes de él lo que él dice ser ahora? ¿Ha habido algún rey entre sus antepasados? ¿Acaso vosotros lo habéis acusado de mentiroso antes de que dijera lo que dice?”

A todo ello respondió Abu Sufian: “No”.

Preguntó: “¿Y quiénes lo siguen? ¿Los poderosos o los débiles?”

Dijo Abu Sufian: “Los débiles”.

Preguntó: “¿Aumenta o disminuye el número de sus seguidores?” Contestó: “Aumentan”.

Preguntó: “¿Alguno ha renegado de su religión después de haberla aceptado?”

Contestó: “No”.

Pregunto Heraclio: “¿Él ha roto los pactos alguna vez?”

Contestó: “No, pero acabamos de pactar una tregua y no sabemos ahora qué es lo que va a hacer”.

Preguntó: “¿Vosotros le habéis hecho la guerra?”

Contestó: “Sí”.

Dijo: “¿Y cómo os ha ido la guerra con él?”

Contestó: “A veces él gana las batallas y otras veces nosotros las ganamos”.

Dijo Heraclio: “¿Qué os ordena?”

“Nos ordena adorar sólo a Dios y no asociar nada con Él, renunciar a los ídolos que nuestros ancestros solían adorar. Nos ordena rezar, hacer caridad, ser castos, cumplir nuestras promesas y tratar bien a nuestros parientes”.

Después de interrogar a Abu Sufian sobre el Profeta, Heraclio decidió comunicarle sus conclusiones sobre el encuentro. Su intérprete tradujo lo que sigue:

“Te he preguntado sobre su abolengo y afirmaste que él tiene entre vosotros el mejor linaje. Y así es como los mensajeros son suscitados: entre los más nobles de su pueblo.

Te pregunté si alguien había sostenido lo mismo antes que él, y tú afirmaste que no. Si hubieras dicho que otros hicieron antes tal afirmación, yo hubiera pensado que es un hombre que se deja llevar por lo que se dijo con anterioridad.

Te pregunté: ¿Acaso lo acusabais de mentiroso antes de que dijera lo que dice? Dijiste que no. Entonces supe que si no mentía sobre la gente, menos mentiría sobre Dios.

Te he preguntado si hubo algún rey entre sus antepasados y afirmaste que no. Si lo hubiera habido, pensaría que es un hombre reclamando el reino de sus antepasados.

Te pregunté sobre sus seguidores, si son de los débiles o de los poderosos. Dijiste que son de los débiles. Y así son los seguidores de los mensajeros.

Te pregunté: ¿Alguien ha renegado de su religión después de haberla aceptado? Afirmaste que no. Así es la fe cuando entra en la profundidad del corazón.

Te pregunté: ¿Aumentan o disminuyen sus seguidores?, y tú afirmaste que aumentaban. Así es la fe cuando se perfecciona.

Te pregunté si habías estado en guerra con él y afirmaste que sí, y que el resultado de la guerra entre él y vosotros había sido oscilante, a veces lo favorecía a él y a veces a vosotros. Así son probados los mensajeros antes de que llegue la victoria final.

Te pregunté si rompía sus pactos y tú dijiste que no. Así son los mensajeros, ellos nunca rompen sus pactos.

Luego, te pregunté qué os ordenaba, y has dicho que él os ordena adorar sólo a Dios y no asociar nada con Él, renunciar a los ídolos que vuestros ancestros solían adorar. Os ordena rezar, hacer caridad, ser castos, cumplir las promesas, y eso es lo que ordena un profeta”.

Espoleado por el sentimiento sobrecogedor de haber descubierto a un profeta, Heraclio convocó a sus nobles a fin de invitarles seguir a Muhammad; para asegurarse de que escucharían su invitación les hizo entrar en la gran sala de reuniones y ordenó a sus criados que cerraran las puertas a fin de que nadie pudiera salir. Les habló sobre la conveniencia de seguir al profeta, amenazándoles con la pérdida del imperio sino lo hacían, ya que él sabía cuanta era su ambición, a lo que ellos respondieron airadamente tratando de dejar la sala, cosa que no pudieron hacer. Viendo esta reacción, Heraclio, decepcionado, disimuló y les dijo:

Hice esto para calibrar vuestra fidelidad hacia mí y hacia vuestra religión.

Nunca más se supo de él. Ningún emisario fue enviado por él a Madina para reconocer la profecía de Muhammad de manera declarada y abierta, y es así, que, como decía el texto de la carta enviada por el Profeta – sobre él la plegaria y la paz – , Heraclio cargó con el pecado de la desviación de los arrianos.

Y lo hizo porque los arrianos esperaban la llegada de un profeta que corroborara las palabras de Jesús a quienes ellos tenían como un profeta solamente, al igual que los musulmanes. Más tarde los arrianos que poblaban Al Andalus tuvieron noticias de Muhammad, de ahí la rápida islamización de la península.

La actitud de Heraclio es la de las almas que están más apegadas a su propio ego, a su poder, que a la devoción debida a Allah, el Señor del Universo. Nada hubiera impedido a Heraclio establecer un contacto con Muhammad, a quien reconocía como profeta, para seguirle y seguir la religión.

Es así, es esta la actitud de tantos y tantos que pierden la vida por las miserias que nos puede ofrecer un mundo efímero como este. A Algunos les llega la oportunidad y la dejan pasar, sin saber si esa misma suerte les va a llegar de nuevo. Es así como algunos se privan a ellos mismos de la felicidad en este mundo y en el Otro por dejar pasar la oportunidad de seguir a este bendito profeta enviado por Dios para toda la Humanidad.

Para algunos es más fuerte y poderosa la vergüenza que pasarían frente al prójimo por declararse musulmanes, algunos otros no lo hacen por no perder su estatus. Pero no se dan cuenta que si lo hicieran ganarían estatus en esta vida y en la Otra; pues el que detenta el Poder es solo Uno: Allah.

SALMAN

Al contrario, Salman al Farisi (el persa) era un hombre de una familia noble de Persia. Al saber que se estaba esperando a un profeta lo dejó todo, riqueza y poder para buscarle y seguirle. Hasta que al fin llegó a Madina y le encontró. Debiendo trabajar con sus manos se hizo obrero de un judío propietario de palmerales. Un noble trabajando como un obrero por el amor a Allah y a Su Profeta. Salmán fue recompensado por Muhammad cuando delante de todos el profeta declaró que era un miembro de su familia.

Más tarde, habiendo fallecido Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – fue nombrado gobernador de Madina; y aún a pesar de su estatus vivía en una humilde casa construida por sus propias manos.

Esa es la diferencia entre Heraclio y Salmán; entre dos almas contrarias: una prisionera de las exigencias de este mundo, la de Heraclio; otra desprendida y sometida a las voluntades Divinas.

¿Quién ganó y quién perdió?