Hacia una cultura del Cuidado para el Buen Vivir
Kamel Gomez El Cheij
Las circunstancias actuales no necesitan presentación. Los que tenemos el privilegio de estar en casa respetando la cuarentena, escuchamos todos los días consejos a llevar a cabo que nos permitan pasar el tiempo con determinadas rutinas. Así, los días de pandemia con su aislamiento preventivo, han provocado ciertas reflexiones vinculadas a cómo seguir con nuestras vidas. Algunas personas no saben qué hacer con el tiempo. Necesitan estar activos: gimnasia, maratones de películas y/o series. La dependencia de la tecnología en nuestras vidas se hace cada vez más patente: sin cable y sin internet, muchas personas entrarían en colapso. No exageramos ni somos originales en afirmar que, hace tiempo ya, la conexión virtual es más importante que la relación personal.
Parece que uno no puede aburrirse, sentirse triste, tener melancolía. Hay que estar ocupado, como una máquina, para no pensar, para ser eficiente, positivo. Y esa ocupación tiene que ser compartida en las redes, porque la dependencia de publicar nuestra vida se torna una necesidad.
Si lo obvio se torna casi «verdad revelada», pensamos que podemos agregar algunas ideas, aunque no sean de las que están de moda.
Queremos, entonces, empezar por una enseñanza del Papa Francisco para «abrir el juego» y luego, seguir con otras perspectivas. Como el título lo sugiere, también tenemos presente a nuestros pueblos originarios, entre otras cosmovisiones. En su viaje desde Tokio a Roma, Francisco responde a una pregunta así:
Y me ha iluminado mucho un dicho: lux ex Oriente, ex Occidente luxus. La luz viene del Oriente, el lujo, el consumismo viene del Occidente. Existe precisamente esta sabiduría oriental, que no es solo sabiduría del conocimiento, sino de los tiempos, de la contemplación. A nuestra sociedad occidental -siempre con demasiada prisa- ayuda mucho aprender la contemplación, a detenerse y mirar incluso poéticamente las cosas. Esta es una opinión personal, pero creo que Occidente carece de un poco más de poesía. Hay algunas cosas poéticas hermosas, pero el Oriente va más allá. Oriente es capaz de mirar las cosas con ojos que van más allá, no me gustaría usar la palabra «trascendente» porque algunas religiones orientales no mencionan la trascendencia. Para ello utiliza expresiones como la poesía, la gratuidad, la búsqueda de la propia perfección en el ayuno, en la penitencia, en la lectura de la sabiduría de los sabios orientales. Creo que a nosotros occidentales nos hará bien detenernos un poco y dar tiempo a la sabiduría.[1]
Filosofía y Sabiduría: desde Cicerón hasta Sohravardi
Cicerón definía a aquellos que “se entregaban con ardor a la consecución de la sabiduría” comofilósofos[2]. Filosofía y sabiduría estaban vinculadas, y el filósofo se consagraba a la verdad, tratando de obtener una experiencia profunda del sentido de la vida. Mencionar a la filosofía era vincularse a una «terapia», en el sentido de remediar las dolencias del alma. La filosofía era una práctica, era Maestra de Vida. En cambio, hoy podemos afirmar que la filosofía se ha desvinculado de la búsqueda de la sabiduría, pasando a ser un ejercicio mental racional, que trata de concebir ideas, las cuales mientras más nuevas, mejor. La filosofía moderna es especulación divorciada de la realidad. En el mejor de los casos, los filósofos son profesionales del pensamiento que utilizan a la filosofía como disciplina académica que repite siempre lo que ya se dijo tantas veces antes. En algún aspecto, la filosofía «no late», se encuentra perdida en laberintos de reflexiones que interesan a pocas personas, y no suele dar ningún tipo de respuestas. Tal carencia, a nuestro parecer, se presenta como victoria: los filósofos están solo para «hacer preguntas». Este es su mejor aporte: el detectar y criticar el fin de una civilización que se desmorona aceleradamente. De alguna manera, la filosofía escribe el fin de la historia de Occidente. Mónica Cavallé denomina a este estado de la filosofía «filosofía forense»: un culto a la letra muerta.
Desde la perspectiva islámica, el término usado para sabiduría es «Hikmat», literalmente «conocimiento cierto». Se la define como la sabiduría usada con paciencia y en forma precisa. «Hikmat», entonces, es sapiencia, «sabiduría operativa» o en acto[3].
La «Hikmat» implica la idea de «impedimento» (a la ignorancia) y de «consolidación» (del conocimiento). Los sabios del Islam distinguen entre una «Hikmat» teórica, una práctica y la real. La teórica es enseñada y aprendida por la filosofía, ocupándose de los conceptos. La práctica está vinculada a la acción, y por lo tanto a la ética. Ambas, la teórica y la práctica antagonizan a la pasión y a los deseos mundanales. Pero principalmente, intentan ir de lo efímero a lo Real, para que el ser humano sea un «Hakim», un sapiente, conocedor de sí mismo: de eso se trata justamente la «Hikmat» real[4].
El «Libro de la Sabiduría Oriental», Hikmat al-Ishraq, es obra del místico musulmán Sohravardi (1155-1191). Este libro es una síntesis entre el pensamiento de la antigua Persia, la filosofía platónica y la revelación del Islam. Con Hermes, Platón y Zoroastro, el autor se sumerge en la tarea de señalar una sabiduría intemporal y universal.
Queremos destacar qué entendía por «oriente» Sohravardi, señalando que no es una referencia geográfica y sí un sentido espiritual:
Así como oriente es, en el mundo sensible, el lugar por el que el Sol rompe las tinieblas de la noche con los primeros resplandores de la aurora, así también designa, en el cielo espiritual del alma, el instante epifánico del conocimiento de sí (…) En efecto, el conocimiento oriental no es un saber teórico o descriptivo, sino que es ante todo una metamorfosis del ser (…) Ese conocimiento (cognitio matutina, pues) es desvelamiento, intuición del corazón u ojo espiritual, pero desde luego Presencia real, ‘conocimiento presencial’ (‘ilm hozuri).[5]
Con Sohravardi, la filosofía y el sufismo (es decir, el nombre que le dan los musulmanes a la mística)[6] se tornan inseparables. Si la filosofía es la que conduce al conocimiento puro, será el método sufí el que nos lleve a la purificación interior. Una experiencia mística necesita de una formación filosófica para no extraviarse, como así también, la filosofía tiene que orientarse en la realización espiritual para no ser estéril.
El recorrido que propone nuestro místico en sus relatos simbólicos es saber «cómo el exiliado puede retornar a él mismo», tomar conciencia de su «exilio occidental», siendo este «Occidente» opuesto al «Oriente de las Luces»[7], pues, en palabras de Henry Corbin “la epopeya mística es la del exiliado que, habiendo llegado a un mundo extranjero, se pone en camino para volver a su hogar, a su país. Lo que esa epopeya trata de contar son los sueños de una prehistoria, la prehistoria del alma, su preexistencia a este mundo, sueños que parecen ser para nosotros una orilla prohibida”.[8]
Contemplación y Poesía: desde Borges hasta Basho
“El que descubre con placer una etimología”, escribió Borges en su poema Los Justos[9]. Haciendo honor al poema, observemos juntos la etimología de la palabra contemplación[10]: del latín cum-templus, es decir, hallarse junto o ante el templo, participar de lo que se da en un espacio teofánico. Si seguimos un poco más, podemos ver que la palabra templo viene del griego témenos, lugar de la manifestación de lo divino, de lo sagrado. A su vez, sagrado viene de la raíz indoeuropea sak, conferir realidad. “Así, la contemplación tiene que ver con la apertura y el contacto con lo Real”, afirma Melloni.
Al latín contemplatio le corresponde el término griego theoria, vinculado al hecho de mirar, de ser un espectador. “La actitud teórica era la actitud frente al mundo que se caracterizaba por un dirigirse a la realidad con el único objetivo de que esta se mostrase tal y como es, sin otra pretensión, sin buscar resultados”, nos señala Cavallé[11]. Vale mencionar también que tanto contemplatio como theoria son equivalentes al vocablo latino intueri (mirar, cognición inmediata), es decir, la intuición, la mirada del «corazón», el conocimiento directo.
En su exhortación Querida Amazonia, Francisco llama a aprender a contemplar la Amazonia “para reconocer ese misterio precioso que nos supera” y no solo a analizarla. Contemplar. Analizar. Dos palabras, dos enfoques, dos maneras de relacionarse con la realidad, y en particular, con la Naturaleza.
Es conocido el aporte de Suzuki cuando hace una comparación entre Oriente y Occidente[12] citando a dos poetas, uno oriental, Basho (1644-1694), y otro occidental, Tennyson.
Empecemos por Basho. Suzuki elige este Haiku:
Cuando miro con cuidado
¡Veo florecer la nazuna
Junto al seto!
Basho es un poeta de la Naturaleza, de los que “aman tanto a la Naturaleza que se sienten uno con ella, sienten todos los latidos de las venas de la Naturaleza”, señala Suzuki.
Luego, se cita la poesía de Tennyson:
Flor en el muro agrietado,
Te arranco de las grietas; –
Te tomo, con todo y con raíces, en mis manos,
Florecilla- pero si pudiera entender
Lo que eres, con todo y tus raíces, y, todo en todo
Sabría qué es Dios y qué es el hombre.
Mientras Basho mira con cuidado, contempla la flor, Tennyson la arranca y la sostiene con sus manos. Tennyson representa a Occidente y su ciencia, es activo y analítico, elocuente. Quiere una verdad diseccionando la vida. Basho es Oriente, no tiene palabras, no quiere conceptualizar su sentimiento, es silencio.
Si bien consideramos que la siguiente afirmación de Suzuki merece ser matizada, pensamos que hay mucho de cierto en lo que sigue:
La mentalidad occidental es: analítica, selectiva, diferencial, inductiva, individualista, intelectual, objetiva, científica, generalizadora, conceptual, esquemática, impersonal, legalista, organizadora, impositiva, auto-afirmativa, dispuesta a imponer su voluntad sobre los demás, etc. Frente a estos rasgos occidentales los de Oriente pueden caracterizarse así: sintética, totalizadora, integradora, no selectiva, deductiva, no sistemática, dogmática, intuitiva (más bien, afectiva), no discursiva, subjetiva, espiritualmente individualista y socialmente dirigida al grupo.
Podemos encontrar en esta afirmación, quizás, algunas razones de la falta de poesía, esa carencia que señala Francisco. Nos parece oportuno marcar que la palabra poesía en griego se vincula etimológicamente al trabajo y la elaboración; en cambio, la palabra en idioma árabe nos lleva a conocer, sentir, poesía en árabe es una percepción afectiva. Se le preguntó a un beduino qué era la poesía y dijo: “Una cosa que se agita en nuestro pecho, y que nuestros labios profieren”[13]. Hoy muchos compartimos una poesía que «ayuda a expresar una dolorosa sensación» de los tiempos que corren.
La Naturaleza, desde la luna de Japón hasta la revelación del Islam
Retomando a Basho, nos gustaría compartir cómo se dice Naturaleza en japonés[14]. Está compuesta por tres pictogramas que significan nieve, luna y flores. Nos enseña Juan Masiá Clavel:
Los copos de nieve realzan con formas inéditas lo que cubren, desde el seto del jardín hasta los cubos de la basura. Son un símbolo de la cotidianeidad embellecida. La luna, con sus fases, nos habla de acompasarnos a la lentitud de un movimiento que avanza sin que lo controlemos. Y las flores, aunando su encanto y su fugacidad, nos invitan a callar admirando la maravilla de lo efímero. ‘Nieve, luna, flores’ es una frase emblemática de toda una filosofía de identificación con la naturaleza a través de lo cotidiano, lo lento y lo callado. La nieve anticipa la primavera que se está gestando bajo su manto blanco. La luna creciente es un anuncio de la luna llena. Los brotes preludian el esplendor del florecer. Es todo un movimiento de creatividad.
Lo cotidiano, lo lento, y lo callado, con la Naturaleza como maestra y guía. Es que se trata justamente de que, en nuestra vida diaria, aprendamos a percibir que en el instante de lo efímero se esconde lo Absoluto. Hoy sabemos, por lo que la pandemia no nos permite, el valor de lo cotidiano en nuestras vidas. Desde el mate compartido, a la visita que no podemos hacer. En esos pequeños detalles que hoy nos faltan, podemos encontrarnos. Francisco reclama un «retorno a la simplicidad» y nos alerta de “la constante acumulación de posibilidades para consumir”, que “distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento”.[15]
El tiempo corre. Vivimos apurados, impacientes, nunca tenemos tiempo. Nos falta tiempo, repetimos para nosotros mismos. Pero si reflexionamos, la sensación de estar perdiendo el tiempo se apodera de nuestros pensamientos. Quizás nos falte el sentido, un sostén, que ordene el misterio de nuestra existencia.
En contraposición, en Oriente podemos encontrar una «cultura de la quietud»:
Permanecer sentado con toda tranquilidad y entregarse a una quietud absoluta, bien sea corporal o espiritual, no significa para el oriental robar tiempo a los dioses, sino, al contrario, entregárselo en nosotros a lo divino, para que éste se realice de verdad en nosotros. Dejar que el cuerpo, el alma y el espíritu queden en una quietud absoluta no es ninguna ociosidad, sino un duro trabajo y significa el retorno disciplinado a la vida auténtica y propiamente dicha, porque lo «impropio» es que el hombre esté profundamente desasosegado por las tensiones de su «actitud yo-objeto». La quietud es el camino de la vida madura.[16]
La «cultura de la quietud» significa “dejar hablar al gran silencio, aprender a escuchar al gran vacío, dejar brillar a la gran oscuridad y aprender a ver al gran invisible”.
Dejar hablar al gran silencio. “Quien lo conoce, no habla. Quien habla, no lo conoce”, enseña el taoísmo, pues “el Tao que se puede nombrar, no es el verdadero Tao”. También el taoísmo enseña que uno utiliza palabras para comunicar ideas, las cuales, una vez que se han comprendido, se olvidan. La pregunta de tal enseñanza es: ¿dónde hay personas que hayan olvidado las palabras? Para así, poder dialogar…
Tal paradoja es explicada por Wang Bi:
Las palabras están para explicar las imágenes; pero, una vez captada la imagen, uno ha de olvidar la palabra. Las imágenes están para expresar las ideas; pero, una vez captada la idea, uno puede olvidar la imagen. Es como la trampa cuya razón de ser es la liebre: capturada la liebre, se olvida la trampa. O como una nasa cuya razón de ser es el pez: capturado el pez, se olvida la nasa. La captación de la idea radica en el olvido de la imagen; la captación de la imagen radica en el olvido de la palabra.[17]
La palabra es parte del camino. Sin embargo, es tarea aprender a «guardar silencio». “Nuestros seguidores son mudos”, enseñaba el Imam Ya´far As-Sadiq. La experiencia contemplativa conlleva quietud, lentitud, silencio. Aunque nos estemos comportando parecido, no somos maquinas. Ni analógicas, ni digitales. Tampoco somos las imágenes «felices» que consumimos en las redes.
En el libro Filosofía del Budismo Zen, Byung-Chul Han nos trae esta enseñanza sobre la iluminación, con la luna como símbolo:
El hombre iluminado es como la luna, que se refleja en el agua (literalmente: mora, habita): la luna no se moja, y el agua no es perturbada. Aunque la luz de la luna es ancha y grande, vive en una pequeña porción de agua. La luna entera y el cielo entero habitan en una gota de rocío de un tallo de hierba, en una sola gota de agua. La iluminación no rompe el ser particular, lo mismo que la luna no perfora el agua. El ser particular no perturba el estado de iluminación, de igual manera que una gota de rocío no molesta al cielo y a la luna.[18]
El sabio guía a la humanidad con su luz. Esa luz está en armonía con la Naturaleza, no perturba al mar, todo mantiene su armonía. El iluminado ve su interior en el exterior, lo exterior refleja su misma naturaleza. La multiplicidad no perturba a la Unidad, sino más bien la simboliza en cada ser particular. El misterio de la relación entre lo absoluto y lo efímero, nos reclama silencio y experiencia, porque el que habla no conoce el Tao…
Desde el punto de vista islámico, podemos detenernos, ya que hicimos antes mención a la luna, en el simbolismo de los ojos[19]. Siendo el ojo derecho correspondiente al porvenir, a la actividad, al Sol; y el ojo izquierdo al pasado, a la pasividad, a la luna. El porvenir y el pasado son dos dimensiones del ego, en tanto germen de ilusión y acumulación de experiencias:
El pasado del ego, lo mismo que su porvenir -lo que somos y aquello en lo que queremos convertirnos o queremos poseer- deben «fundirse» en el presente fulgurante de una contemplación transpersonal […]. Hay una licuefacción interior y otra exterior, y ésta responde a aquella; cuando el ego está «licuado», el mundo exterior -del que aquel está tejido en gran medida- parece arrastrado en el mismo proceso de alquimia, en el sentido de que se vuelve «transparente» y el contemplativo ve a Dios en todo, o lo ve todo en Dios.
En la tradición islámica se enseña que hay tres revelaciones[20]: las religiones, el estado humano, y el cosmos; cada una considerada un «libro». En primer lugar, están las Escrituras, sagradas para las religiones, misericordia del Cielo para guiar a la humanidad. La expresión «Ahlul Kitab» significa «La Gente del Libro», nombre para las comunidades que se inspiran en un libro revelado. Luego, el libro de nuestro «interior», del alma, que invita a la reflexión sobre nosotros mismos. Finalmente, el libro cósmico, toda la creación es signo de Dios para los musulmanes, su tarea espiritual es intentar descifrar su mensaje. Afirma Schuon en Comprender el Islam: “La sabiduría de la naturaleza es afirmada muchas veces en el Corán, que insiste en los «signos» de la creación «para aquellos que están dotados de entendimiento», lo que indica la relación existente entre la naturaleza y la gnosis; la bóveda celeste es el templo de la eterna sophia”.
Naturaleza como libro, revelación y vía. El ser humano, cuya etimología en árabe es «el que olvida», tiene a la Naturaleza como símbolo que le recuerda la Unidad de todo lo manifestado. El vuelo de las aves como camino interior, el prado de las gacelas como el corazón, y el lenguaje de los pájaros como imagen de nuestra comunicación con lo divino.[21]
Francisco en Laudato Si’, tras afirmar que “hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre”; cita a un místico musulmán, Ali Al-Kawwas:
No hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas, o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido de los afligidos.[22]
Si la Naturaleza es revelación, entonces es el reflejo simbólico de lo Real. La intuición mística trata de mirar las cosas sensibles sin detenerse en ellas, traspasar lo fenoménico para que la Realidad se nos descubra. En árabe, «tayal.li», traducido usualmente como «manifestación», significa literalmente «descubrir algo oculto tras un velo»[23]. La posibilidad de contemplar la Realidad en su condición verdadera y original está en el ejercicio de «reconducir al origen», el «ta’wil»: la interpretación del sentido verdadero, la hermenéutica espiritual. En la contemplación de la Naturaleza escribimos una exégesis del alma.
Antes de pasar al próximo tema, nos parece atinado reflexionar sobre una frase de F. Schuon, que indica que “Todas las civilizaciones han decaído, pero los modos difieren: la decadencia de oriente es pasiva y la de occidente es activa. La falta del oriente decadente es que ya no piensa; la del occidente decadente es que piensa demasiado y mal. Oriente duerme sobre verdades; occidente vive en errores”[24].
La «civilización que se pasó de rosca» es la occidental y la Naturaleza nos lo hace saber. Cierto es que, ya sea por imposición o por contagio, Oriente se ha teñido también de cierta decadencia, agravando el desastre. Consideramos que en este contexto puede ser de ayuda apelar al concepto coránico de «Ummat ul Uast», es decir, el concepto de «comunidad moderada» que alude a la posibilidad de encontrar armonía, alejándonos de los extremos, custodiando el equilibrio a partir de una cultura del cuidado. Cuidado de uno mismo, del otro, de la Naturaleza. La comunidad moderada sabe que Occidente ha olvidado, y que Oriente puede recordar. La crisis espiritual reclama a hombres y mujeres que recuerden, que recorran un camino que todavía tiene las huellas marcadas en nuestro interior y en la Naturaleza.
El Buen Vivir
Sin lugar a dudas, mencionar a la Naturaleza nos obliga a indagar el conocimiento milenario de nuestros pueblos originarios. Repasaremos brevemente el concepto del «Buen Vivir» (sumak kawsay en quechua) y/o el «Vivir Bien» (sumaj qamaña en aymara). Ambos términos reconocen un fundamento común, propio de los pueblos de la cordillera andina; y también, una crítica común a la modernidad con su “desmesura antropocéntrica”, su “mito del progreso material sin límites” y su “cultura consumista”, en palabras de Francisco.[25]
Francisco analiza, en el Sínodo Amazónico, el concepto de «Buen Vivir»: destaca la armonía entre la Naturaleza y la comunidad, la relación con el cosmos, la reciprocidad, la solidaridad, el sentido comunitario y la «visión integradora de la realidad». Además, lo contrasta con el pensamiento occidental, que «tiende a fragmentar para entender la realidad»[26]. En Querida Amazonia define a esta tierra como «misterio sagrado» que sufre del “paradigma tecnocrático y consumista que destroza la naturaleza y que nos deja sin una existencia realmente digna”.[27]
Esta visión coincide con la de Choquehuanca, al afirmar que “la exagerada industrialización de algunos países, el consumismo enviciado y la explotación irresponsable de la humanidad y los recursos naturales, amenazan a la madre naturaleza y la subsistencia del planeta». Choquehuanca plantea que «o seguimos por el camino de la civilización occidental y la muerte, la guerra y la destrucción, o avanzamos por el camino indígena de la armonía con la naturaleza y la vida”.[28]
La «cultura del cuidado» nos invita a renunciar «a convertir la realidad en mero objeto de uso y dominio», lo que ha provocado transformar a la tierra en un «inmenso depósito de porquería». Se presenta como contraposición a la «cultura del descarte», la cual considera al ser humano «un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar». Francisco alerta de que la «globalización de la diferencia» más una «cultura del bienestar» que nos anestesia, que nos lleva a una «especie de alienación», permite abandonar a un sector de la humanidad: a los excluidos, pero no éstos como «explotados», sino como «sobrantes», «desechos».[29]
En relación al Buen Vivir, Luis Macas nos acerca esta traducción del sumak kawsay:
El sumak, es la plenitud, lo sublime, excelente, magnífico, hermoso (a), superior. El kawsay, es la vida, el ser estando. Pero es dinámico, cambiante, no es una cuestión pasiva. Por lo tanto, sumak kawsay sería la vida en plenitud. La vida en excelencia material y espiritual. La magnificencia y lo sublime se expresa en la armonía, en el equilibrio interno y externo de una comunidad.
En un resumen de la cosmovisión andina, leemos:
Nuestros ancestros generaron un paradigma que dista del pensamiento individualista y hedonista de occidente; el estar siendo denota sintonía con el presente y nada más, ignorando los recuerdos que encadenan nuestro pensamiento al pasado y el estrés que genera la expectativa por un futuro incierto […] El Buen Vivir de la Cosmovisión Andina tiene en cuenta las verdades inmutables de nuestra naturaleza cósmica; alguien que vive y practica esta filosofía se transmuta en la identidad de todo lo que ve y es parte de ello; cerrar los ojos y sentirse parte de la esencia del viento o una roca en la montaña que besa el cielo.[30]
El Buen Vivir se traduce, entonces, como una «auténtica calidad de vida», una vida sencilla, austera, de «feliz sobriedad», de «sano ocio y descanso contemplativo»; una vida que protege la armonía y el equilibro en el orden individual, social-comunitario y cósmico; que manifiesta en su mística la interrelación de todo lo que existe.[31] El Buen Vivir convoca a proteger el equilibro interno con uno mismo, el solidario con los otros, el natural con la Madre Tierra, y el espiritual con el Cielo.[32]
A modo de conclusión, podemos sintetizar que la cultura del cuidado es el logro de una comunidad moderada que está siendo, que une lo cotidiano con la simpleza, que valora el silencio y la quietud de la mística, que lee en la Naturaleza los símbolos de la Vida, que se exilia del Occidente moribundo al Oriente del Buen Vivir.
Ramadán 1441- Mayo 2020
[1] En enlace a la entrevista es: https://vaticannews.va/es/papa/news/2019-11/papa-francisco-rueda-prensa-vuelo-tokio-roma-26-noviembre.print.html
[2] Tomamos el aporte de Mónica Cavallé en su libro “La Sabiduría Recobrada”, ed. Kairós (2011).
[3] Así está definida la palabra en la presentación de la revista Al-Hikmat. Año I, Nro. 1, abril 2007.
[4] Sobre la palabra Hikmat, hemos seguido a la revista “El Mensaje de Az-Zaqalain” nro. 29-30, Julio de 2006. Fundación Cultural Oriente. Traducción del Sheij Faisal Morhell.
[5] Agustín López Tobajas en la introducción del libro “El encuentro con el Ángel”, Sihaboddin Yahya Sohravardi. Tres relatos comentados y anotados por Henry Corbin. Ed. Trotta (2002).
[6] Somos conscientes de que esta afirmación merece ser mejor explicada, pero pensamos que no es la idea de este artículo ir por esos caminos.
[7] El capítulo VII de la “Historia de la Filosofía Islámica”, de Henry Corbin, ed. Trotta (1994) desarrolla una síntesis que aprovechamos a recomendar, junto con el resto del libro.
[8] Citado en “El Mundo como Ícono”, de Tom Cheetham, ed. Atalanta (2019).
[9] Pueden encontrarlo, por ejemplo, en la edición de Obra Poética que hace la editorial Emecé (1984), en su página 607.
[10] Ahora seguimos el artículo de Javier Melloni “La dimensión contemplativa del ser humano”, publicado en el libro “La experiencia Contemplativa”, edición a cargo de Olga Fajardo, ed. Kairos (2017).
[11] Seguimos en el mismo libro, pero ahora en el artículo de Mónica Cavallé “Contemplación y compromiso”.
[12] Nos referimos al libro “Budismo Zen y Psicoanálisis”, de D.T. Suzuki y Erich Fromm, editado por el Fondo de Cultura Económica (2006). Fromm vuele a hacer mención a este tema en su libro “Tener y Ser”, y desde ahí Koji NaKano lo menciona en el suyo: “Felicidad de la Pobreza Noble”, de editorial Maeva (1992).
[13] Del libro “Las Diez Mu’allaqat”, de Federico Corriente y Monferrer Sala. Ed. Hiperión (2005).
[14] Nuestra fuente es “Aprender de Oriente: lo cotidiano, lo lento, lo callado”, de Juan Masiá Clavel. Revista de Teología Pastoral. Año 8, Nro. 30.
[15] En Laudato Si’, 222.
[16] Karlfried Graf Durckheim en “Japón y la cultura de la quietud”, ed. Mensajero (1993)
[17] “Tao te king”, Edición de Anne-Héléne Suárez Girard. Ed. Siruela (2009)
[18] Recomendamos este lindo librito, “Filosofía del Budismo Zen”, de Byung-Chul Han. Ed. Herder (2015).
[19] Citamos a Frithjof Schuon en su libro “Comprender el Islam”, ed. Olañeta (1987).
[20] Recomendamos la lectura del libro “El Corazón del Islam”, del Seyyed Hossein Nasr. Ed. Kairos (2007).
[21] Carlos A. Segovia en su artículo del libro “La Naturaleza y el Espíritu”, edición a cargo de A. López Tobajas y M. Tabuyo, ed. Olañeta (2006).
[22] Citamos el punto 233 y la nota 159.
[23] Seguimos el libro “Sufismo y Taoísmo” (Vol. I), de Toshihiko Izutsu. Ed. Siruela (1997).
[24] Tomada del excelente libro “Vida y Pensamiento en el Islam”, del Seyyed Hossein Nasr, ed. Herder (1985).
[25] En Laudato Si’, nros. 116, 78 y 184, respectivamente.
[26] Hacemos mención especial a los puntos 9 y 44 del Sínodo.
[27] Querida Amazonia, 46.
[28] Recomendamos el libro Salvador Schavelzon “Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir”, eds. Abya-Yala y CLACSO (2015).
[29] Evangelii Gaudium, nros 53, 54 y 196. Laudato Si’, 11 y 21.
[30] ¿Qué es la cosmovisión andina?, en https://www.pachayachachiq.org/que-es-la-cosmovision-andina/ (lo marcado es nuestro).
[31] Querida Amazonia, nros 71, 73 y 83.
[32] En Laudato Si’, 210.