Filosofía islámica IV – Refutación de las teorías del mundo moderno

CAPITULO IV

LA REFUTACION DE LAS TEORIAS DEL MUNDO MODERNO

(Tesis 11 a 20)

Una vez construidos sólidamente los cimientos, mediante la explicación de la naturaleza humana, y edificada sobre ello la fortaleza mediante la proposición de un ser humano capaz de traspasar las fronteras de la materialidad, revestido de cualidades morales, sociales y espirituales, el chayj Al-Alawi pasa a mostrar el error o la ausencia de verdad de los postulados filosóficos occidentales.

Dichas tesis se fundan sobre tres pilares fundamentales, si podemos llamar pilar a algo que se revela netamente incapaz de sostener el sólido edificio del pensamiento humano íntegro y bien guiado:

La tesis de que la sociedad puede dirigirse por un código moral que no tenga correspondencia con la Divinidad.

O la negación de la existencia de la Divinidad misma.

El concepto heredado y deforme de la Divinidad como si ella se tratara de una persona físicamente localizable y establecida sobre un Trono, pudiendo tener progenie.

Con un arte tan noble que lo teóricamente complicado lo hace parecer simple y elemental, el chayj Al-Alawi pone el dedo en la herida sangrante del error filosófico occidental.

Primeramente explicando porque un compendio de normas morales no puede regir la sociedad, y a continuación mostrando que las tesis materialistas han sido establecidas sin haber profundizado en todos los puntos susceptibles de ser tenidos en cuenta, dando como realidad algo lo cual no es sino la incompetencia confesa de los postulantes para ir más allá en sus limitados pensamientos.

Es pues, la filosofía occidental, rea de los defectos los cuales pretende achacar a la religiosidad, tal y como esta se ha manifestado en sus países de origen. Es precisamente en base a su concepto erróneo de la Divinidad que ellos niegan la idea de Divinidad en ella misma, cuando aquello que hubieran debido negar es el concepto que ellos mismos se han hecho de la Divinidad Universal llamada por todos Dios (Allâh)

DECIMOPRIMERA TESIS

Tesis de aquellos quienes estiman que la voz de la conciencia puede reemplazar a la religión impidiendo al hombre cometer el mal

 Es posible que se diga: “Si los Antiguos estaban de acuerdo para estimar que la observación de las leyes divinas era necesaria a fin de garantizar al hombre sus derechos y deberes, ello es porque se había vuelto una necesidad debido a las condiciones de la época y porque era necesario alcanzar el objetivo buscado por todo reformador, a saber: el hacer reinar la paz y el crear para ello las condiciones necesarias en el hombre. Pero, hoy en día las ideas han evolucionado y los espíritus han progresado a un punto tal que se han vuelto capaces de organizar sus propios asuntos sin necesidad de recurrir a las leyes divinas para ello. Para no hacer aquello que no se debe, basta ahora al hombre con que la voz de la consciencia (Sawtu-d-damir) le amoneste en su interior”.

 A nuestro juicio esto no es otra cosa que una broma (Juza ‘abala), la cual no puede engañar sino a los más débiles, y una tesis sin fundamento desmentida por los hechos. El número de crímenes cotidianos se encuentra ahí para probarlo; y estos crímenes son generalmente cometidos por personas no religiosas; ¡cuán lejos se encuentran pues dichos individuos, de la voz de la consciencia moral!, si es que existe una consciencia moral como se pretende. En cuanto el libertinaje (Al Ibaha) se introduce en una comunidad, éste expulsa la fe que allí se encontraba, instalándose en su lugar. El no tarda pues en levantar todas las barreras, de las cuales forma parte la voz de la consciencia.

 Esta última constituye, en efecto, una barrera entre el individuo y sus deseos, y el libertino la considera como un obstáculo cuya eliminación permitirá al fin el gustar del reposo o de la tranquilidad. Y aunque, mismamente si esta consciencia moral se opusiera a su acción, ella permanece, sin embargo, muy débil, no dando resultado positivo alguno. Y ello porque sus energías son tan débiles como su creencia en el Más allá.

 En la medida en la cual un libertino no se refiere a ningún Más allá, una tal idea, suponiendo que ella aflore, es considerada más bien como una suerte de mal pensamiento al cual vale más no prestar atención. Tratándose como se trata al contrario de reservar la mayor parte del tiempo a la satisfacción de sus deseos.

 De manera general, ninguna persona imparcial puede otorgar crédito alguno a la tesis según la cual la voz de la consciencia puede ser garante de los derechos y de los deberes de los hombres. Aquel quien es gobernado por sus instintos no piensa en realidad en otra cosa que en la satisfacción de sus deseos sea por el medio que fuere.

Conclusión de la decimoprimera tesis

 Que se esté seguro de una cosa: Nada valen el sentimiento religioso y la consciencia de lo que existe después de la muerte para ayudar al poder político a proteger los derechos y deberes de las gentes.

DECIMOSEGUNDA TESIS

De la consideración de las leyes elaboradas por el hombre en relación a las normas divinas

Los juristas modernos estiman que el hombre es actualmente un ser mayor y no puede ser considerado como un incapaz. El puede elaborar sus propias normas, según las necesidades que le son propias, sin sentirse ligado a ninguna ley antigua. Esto es lo que los juristas modernos piensan. Abstracción hecha de la “veracidad” de lo que avanza este grupo de gentes, estimamos que no se puede decir nada sobre esto antes de comparar los dos tipos de normas: las normas divinas (A-t-tašru-l-haqiqi) y las normas humanas (A-t-tašru-l-jalqi).

 El mismo jurista reconoce que le es generalmente imposible, en el curso de la elaboración de leyes, el no tomar en consideración ciertas cuestiones personales o ciertos intereses particulares. Esto es en general así en los regímenes republicanos, y a fortiori cuando se trata de un poder personal y tiránico. También, el derecho elaborado, lleva a veces, no su propio nombre, sino el de aquel quien lo ha instituido.

 Además él no puede ser aplicado sino es acompañado de la fuerza; luego es la fuerza la cual funda este derecho y no la justicia (Al-Haqq) ni la sabiduría (Al-Hikma).

 Es por lo cual, en el momento en el cual la fuerza se escapa a aquel quien la posee (lo que es normal en una criatura), el derecho se transforma en su contrario o no es aplicado. La fuerza, habiendo pasado al campo opuesto, este último no dudará en ponerla al servicio de sus intereses.

 Es por lo cual vemos al pueblo, y sobre todo a sus clases más débiles, no poder llegar sustraerse a las consecuencias de los intereses particulares. Se le ve sometido a la voluntad de aquellos quienes construyen el derecho y disponen de él y de sus bienes como lo creen conveniente, según su deseo. He aquí la verdad de la situación.

 En cuanto a las normas divinas, ellas son de una naturaleza fija y no pueden ser cambiadas; ellas se aplican a la vez al gobernante y al gobernado, sin experimentar excepción alguna. Aquel quien vive a su sombra está asegurado para siempre contra los cambios humanos que llegan sin cesar y esto gracias al poder que Allâh ha depositado en ellas.

Conclusión de la decimosegunda tesis

 Contrariamente a las leyes elaboradas por los hombres, las leyes divinas no se encuentran influenciadas por intereses particulares cualesquiera.

DECIMOTERCERA TESIS

De la toma en consideración de aquel quien dirige el Universo, es decir, Allâh, glorificado y exaltado sea

 El origen profundo de lo que acabamos de decir, a saber: que es necesario un poder religioso el cual ayude al político a salvaguardar los derechos del hombre, (este origen) procede de la creencia en la existencia de un Ser quien gobierna el universo.

 Las naciones antiguas y modernas que pueblan la tierra, a pesar de la diversidad de sus creencias, reconocen la existencia de un tal Ser. A pesar de la multiplicidad de sus doctrinas, ellas creen todas en la existencia de una Divinidad, diferenciándose únicamente en la idea la cual ellas se hacen de la Verdad; es decir, de su esencia y de su cualidad (Al Mahiya wa-l-kayf). Cada uno trata de hacerse una idea de ella recurriendo, sea a la reflexión personal (Iŷtihaduha), sea a un libro. Es esta la razón por la cual existen tantas comunidades y sectas.

 Sea como fuere, el punto de encuentro de todas las oposiciones es la creencia en la existencia de un tal Ser; solamente un pequeño grupo, el cual hace excepción, niega Su existencia, remitiéndose a título de justificación a los incompetentes en la materia. ¡Ah, si este grupo hubiera reconocido la divinidad como fundamento de justificación! Habría entonces admitido implícitamente, de una cierta manera, la existencia de Dios y hubiera formado parte, a pesar de lo no adecuado de su creencia, del círculo de aquellos quienes creen en la Unicidad.

 Pero este grupo de gentes, habiendo alejado de sus convicciones un elemento importante, se encuentra opuesto a lo que la mayoría de la humanidad había admitido. Por ello, él sufrirá necesariamente las consecuencias que se derivan de ello en este mundo y en el Más allá, ya que aquí se trata de infidelidad por excelencia y que todos los otros actos de infidelidad se derivan de ella.

 Allâh ha dicho: “Ello es así, Allâh es el Señor de los creyentes. Los infieles no tendrán nada de ello” (Corán 47-12)

 Dicho de otra manera, ellos no creen en El. Una actitud tal es susceptible de golpear a aquellos quienes creen, sean quienes fueren.

 Además de su negativa en creer, se les ve afanarse en transmitir con entusiasmo su doctrina, creyendo poseer uno de los saberes procedentes del progreso humano. No saben que su increencia en Dios es una fuerza salvaje. Esto debería ser considerado como una herida en el flanco de la humanidad o como un resto de animalismo. Si es verdad que una tal creencia ha existido en los antiguos, tal y como lo muestra el Qur’an: “Ellos dicen: “No existe para nosotros otra vida que la presente, vivamos o muramos, es el tiempo quien nos aniquila” (Corán 45-23)

 No se puede considerar esta creencia como representando uno de los mejores aspectos de nuestra época, llamada de progreso. Este creencia es el fruto de épocas pasadas y de pueblos primitivos, y así no es asombroso que la conducta de las gentes de épocas antiguas haya sido tal y como el Qur’an lo ha transmitido: “No son comparables sino a animales, y más extraviados aún, lejos del camino recto” (Corán 25-44). Lo asombroso es que tales doctrinas sean profesadas por hombres de valor, quienes si se enmendaran, el mundo entero se enmendaría con ellos.

Conclusión de la decimotercera tesis

 Hay que tratar de convencer al escéptico de entrar en el círculo de aquellos quienes creen en la Unicidad, aunque fuere con el mínimo requerido para ello. Pues la Verdad no puede salir sino es del círculo de la afirmación de la Unicidad y no puede ser encontrada que allí.

DECIMOCUARTA TESIS

La razón por la cual ciertos filósofos modernos rechazan la idea de Dios

 Algunos se preguntan si la razón por la cual los Antiguos han rechazado la idea de un Dios-gobernante del mundo era su inteligencia limitada (Ŷumudu-d-din) y su temperamento rústico (salabatu-t-tab) como lo afirma el Qur’an: “No son comparables sino a las bestias” (Corán 25-44). ¿Cómo explicar entonces que estos hombres modernos puedan profesar opiniones semejantes, mientras que ellos difieren de los antiguos, por poseer un saber más vasto y una más fina sensibilidad?

 La respuesta a una cuestión tal es, en verdad, necesaria. Bien considerado, constatamos que la razón de una tal actitud no es otra que el concepto erróneo que ellos se hacen de Dios; siendo ésta una concepción la cual no se conforma a la realidad de las cosas. En efecto, antes de emprender el estudio el cual le ha conducido a negar la existencia de un  Dios-gobernador del mundo, todo filósofo ha partido de una creencia la cual ha recibido en herencia (Sabilu-l-waraza); sea cual fuere el impacto que dicha creencia haya tenido en él, no puede imaginarse a Dios de otra manera que bajo la forma de un hombre localizado en los cielos, sentado sobre un trono o cualquier otra cosa semejante y susceptible de ser percibido por los sentidos. Tal es la idea que él se hace de Dios.

 Sea cual fuere el saber el cual haya podido adquirir o las certezas que le alcancen derivadas de la experimentación científica (A-t-taŷribatu-l’ilmiyya) los descubrimientos teóricos (Al-Iktišafat al-Aqliyya) o la observación a través del telescopio, no puede, en efecto, resultar sino en fin de cuentas en la visión de un vacío inmenso en el cual se encuentran un número inconmensurable de cuerpos celestes. Algunos de estos cuerpos son astros, otros soles y otros satélites; su movimiento depende de la atracción que ellos ejercen los unos sobre los otros y de otras leyes de la naturaleza (A-n-nawamisu-t-tabi’iyya).

 Los filósofos adquieren entonces la certeza de que todo se encuentra ligado, que los efectos dependen de sus causas y que la Naturaleza obra ella misma sobre sus elementos. A pesar de esto, ellos no pueden dejar de sentir que más allá de todo cuanto hayan podido conocer, alguna otra cosa dotada de un gran poder existe aún. Pero, a pesar de la intuición de esta Otra-cosa, ellos se apresuran a afirmar que ello se trata aún de la Naturaleza.

 Allâh dice: “El hombre es siempre apresurado” (Corán 17-11). Así él afirma su negación del Creador. Pero si se le interroga convenientemente se podrá constatar que su negación es únicamente relativa al Dios tal y como él lo imaginaba, es decir, parecido a una persona, localizado en el espacio y susceptible de ser percibido por los sentidos.

 Es cierto que un Dios revestido de tales características es siempre más noble que el Pájaro fabuloso de las leyendas. Así pues su negación concierne más bien a los caracteres imaginados de Dios que al Dios verdadero el cual no es sino puro misterio. Creo que si se dijera a uno de estos filósofos que Dios es un poder externo imposible de percibir (Muta’ad dirat al ‘idrak) absolutamente diferente de la materia (Tubayyinu-l-Madda), en contacto con el hombre de cerca y de lejos, que El está más próximo del hombre que su vena yugular, que su esencia es aún ignorada, que ni la intuición ni la percepción sensorial pueden alcanzarle y que a Su sujeto el Qur’an dice:

 “Las miradas de los hombres no le alcanzan, pero El escruta las miradas. El es el Sutil. El está perfectamente informado” (Corán 6-104).

 O aún todavía: “¡Nada es semejante a El! El es aquel quien oye y ve perfectamente” (Corán 42-10). Si se le dijera esto a un filósofo, pudiera ser que éste no sería tan apresurado como lo había sido antes, en el momento en el cual él sentía la existencia de otra cosa la cual rebasa sus posibilidades.

 Allâh dice: “Su ciencia no puede alcanzarle” (Qur’an 20-107)

 El filósofo tendría que esperar hasta que estas certezas (Al Bayan) le convenzan, tanto para creer, o en caso contrario, para negar. El no debería entonces haberse apresurado a negar, pues la negación no puede tener otro origen que una debilidad de facultades (Du’fu-l-‘idrak). Es por ello pues que aquel quien afirma la existencia de Dios no puede ser utilizado como argumento contra aquel quien la niega.

Conclusión de la decimocuarta tesis

 Lo que precede nos muestra que los partidarios de la negación, no niegan en realidad otra cosa que el Dios el cual ellos mismos han imaginado; su negación no hubiera tenido objeto si ellos hubieran tenido el menor conocimiento sobre los artículos de fe del Islam.

DECIMOQUINTA TESIS

De la cortesía en la discusión

 Cuando tengo la oportunidad de encontrar una persona de valor, discuto con ella con cortesía. Es así que un día hube de encontrar una importante personalidad modernista (Al ‘asriyyin) quien no creía en otra cosa que no fuera la naturaleza (A-t-tabi’a-l-mahda). Después de haber comenzado la discusión como es necesario hacerlo, es decir, de la manera el más cortés, le dije: “Supongo que usted ha alcanzado la perfección (Al-Gaya) en su arte y que de esta manera usted ha llegado a la casi completa certeza de la inexistencia de Dios.”

 El respondió: “Así lo creo yo”

 Le dije: “Y sin embargo usted no podría excluir que un resto de duda quedara aún en el fondo de usted mismo y que considere a admitir la existencia de un Poder (Quwwa) el cual sobrepasa todo lo que usted puede llegar a concebir, de un Poder imposible de conocer, quien mantiene el equilibrio del Universo y que impide a éste de caer en el desorden (Al ‘Ijtilal) y la desaparición (A-t-taslaši) progresiva”.

 El respondió: “Existe siempre una duda en admitir algo que sea definitivamente perceptible y de esencia desconocida”.

 Le dije: “En ese caso, usted estaría de acuerdo en que cualquier otro pueda afirmar aquello lo cual usted duda en hacerlo. Las posibilidades intelectuales de las personas son, en efecto desiguales y el hombre se encuentra más cerca de la ignorancia que del perfecto conocimiento” (Al ihata).

El respondió: “¡Es exacto!”

 Le dije: “En la medida en la cual usted reconociera, como otros, la existencia de un Poder inaccesible el cual trata de circunscribir tanto a aquel quien le afirma, como a aquel quien duda, e incluso a quien le niega, mientras que en conjunto ella les circunscribe a todos, como encontramos en el Qur’an: “Su ciencia abarca toda cosa” (Corán 4-126). ¿Cuál es el nombre que se le podría dar?”

 El respondió: “No lo sé”.

 Yo le dije: “¿Qué inconveniente hay en darle el nombre de Divinidad?”

 Mi interlocutor me dijo: “Yo no he llegado ni tan siquiera a imaginarla, con más razón, de no poderla dar un nombre.”

 Yo le dije: “El hecho de no poder imaginar una cosa cuya existencia se siente es la substancia de la fe (Subdatu-l-‘Ittiqad), también quedarse en su posición hasta que llegue la certeza; pues es muy posible que el Dios Verdadero sea este Poder misterioso, el cual escapa a las más sanas inteligencias. Allâh dice: “Su ciencia no puede alcanzarle” (Corán 20-107)

 O aún: “Las miradas de los humanos no Le alcanzan, pero El escruta las miradas. El es el Sutil, el Perfectamente informado” (Corán 6-104).

 O aún: “Nada se le asemeja. El es aquel quien oye y ve a la perfección” (Corán 42-9).

 Es entonces que mi interlocutor me dijo: “Si Dios es tal como usted acaba de describirle, entonces yo creo en Su existencia.”

 Yo le respondí: “Los creyentes son hermanos” (Qur’an 49-10).

 Antes de separarnos como dos buenos amigos, él me prometió el no decir del Islam sino el bien.

Conclusión de la decimoquinta tesis

 Allâh nos invita a desplegar los medios más nobles cuando se trata de transmitir el conocimiento de la Unicidad Divina, según Su palabra: “Llama a los hombres al camino de tu Señor, a través de la sabiduría y una bella exhortación; discute con ellos de la mejor manera” (Corán 16-125).

DECIMOSEXTA TESIS

Sobre la libertad de conciencia

 El hombre puede sentirse orgulloso de la independencia de su espíritu y de la libertad de su conciencia, pero es importante que él manifieste a su respecto una cierta prudencia. Y ello porque esta libertad puede tomar posesión de él como si de un tirano se tratara. Ello es así para todo aquel quien profesa la doctrina del libre arbitrio. ¿No veis que no queriéndose adherir a escuela alguna, cualquiera que sea, él cae inevitablemente en aquello lo cual pretendía evitar?

 El se encuentra tomado en fin por aquello de lo cual deseaba salvarse, retornando a ello entonces, de una manera más vil aún que precedentemente, pues al principio al menos existía un modelo (Muqtadi), mientras que en fin de cuentas ello se convierte en un modelo (Muqtada) el cual es seguido en un dominio en el cual él se encuentra desprovisto del argumento decisivo procedente de su Señor. El asumirá a pesar de él mismo, la responsabilidad de aquellos quienes le siguen, y su nueva doctrina hará objeto como todas las escuelas, de elogios y de críticas (Madan wa-d-dima).

 El materialismo (A-d-dariyya) en sí mismo, no es sino una exageración de la libertad de consciencia. Queriendo huir de todas las doctrinas, él no hace sino crear una doctrina más; lo que ha tenido como consecuencia el provocar en la sociedad humana el desorden y la confusión.

 Antes de la aparición de esta doctrina materialista, la casi totalidad de los hombres creía en un Dios quien gobierna el Universo. Las divergencias se encontraban solamente sobre la concepción de Dios, pues ellos se acordaban sobre el hecho de que las cosas no pueden dirigirse ellas mismas.

 El creyente encuentra siempre en sí mismo, en un grado u otro, aquello lo cual le impide el cometer actos condenables o de transgredir las leyes, sea cual fuere la definición que él dé de Dios o de la manera en la cual lo afirme. Esto es lo mejor que una sociedad puede esperar como beneficio de la creencia.

 Cuenta habida de lo que precede, no niego que la libertad de conciencia es una cosa de la cual la humanidad debe estar orgullosa. Pero, es necesario reconocer que ella se encuentra lejos de poder comprenderlo todo. Sentir la existencia de esta fuerza misteriosa que llamamos Dios, éste al cual se obedece, aún si no es visible para nosotros, quienquiera que no experimenta en absoluto dicha sensación, no es humano sino únicamente en su forma externa (‘Insan fî-ṣ-ṣura). Es a estos últimos a quienes el Qur’an hace alusión diciendo: “Tienen corazones con los cuales no comprenden nada” (Corán 7-179).

 El verdadero ser humano es aquél quien posee suficiente sensibilidad (Šu’ur) para realizar cuan es incapaz y débil ante esta Fuerza misteriosa ( Al Quwwa-l-gaybiyya) y este Poder Universal (Al-Qudra-š-šamila) que engloba toda cosa, ya sea cercana o lejana, presente o ausente. Este Poder se encuentra más cerca del hombre que el hombre mismo: “Hemos creado al hombre: Nos sabemos lo que su alma le sugiere; Nos estamos más cerca de él que su vena yugular” (Corán 50-16)

Conclusión de la decimosexta tesis.

 Es necesario que el pensador no exagere en el uso de su independencia de espíritu; esté lo orgulloso que esté sobre su capacidad de pensamiento; que no olvide que otros han pensado igualmente, y que él evite subestimarlos.

DECIMOSEPTIMA TESIS

Como toda otra facultad, la razón (Al-‘Aql) se encuentra sujeta al error

 Resulta de todo cuanto acabamos de decir que los filósofos son incapaces de conocer las verdades metafísicas (Ma wara’a-l-madda). Esto significa que no se puede recurrir a ellos, en lo referente a todo aquello que se trate de lo Divino (Al ‘Ilahiyat), como se tendría derecho de hacer cuando se trata de problemas de orden físico (Al-Maddiyat). Esto es debido al uso de su razonamiento en un dominio que le sobrepasa y a su intervención en aquello lo cual ella no sabría conocer sin apoyarse en una prueba (Dalil) evidente o en un argumento (Burhan) irrefutable. También la razón regresa cansada, agotada.

 No nos podemos extrañar que ella retroceda delante de aquello lo cual se encuentra por encima de sus fuerzas. Se constata con frecuencia que ella se equivoca con frecuencia en aquello lo cual tiene costumbre de tratar. La mejor prueba de esto es que los filósofos divergen, incluso sobre los asuntos más accesibles al pensamiento (Al-Ma’qulat). La Verdad, no siendo múltiple, cuenta tenida de sus divergencias, no podemos decir que ellos se encuentren en lo cierto. Siendo ello así en los dominios accesibles a la razón; ¿qué sería entonces si ella se aventurara en las vías que se encuentran lejos de su alcance?

 De una manera general, todos los órganos de los sentidos del hombre pueden equivocarse; ¿cómo comprender de otra manera que el hombre pueda caer a veces en el error? Vemos pues como Allâh (Altísimo) ha creado los cinco sentidos para poder percibir las cosas sensibles: el olfato, el gusto, el oído, la vista y el tacto. Como cada uno de ellos puede equivocarse, Allâh ha instituido la razón para juzgarlos y no al contrario, a fin de que ellos sean sujeto de verdad y no de error.

 ¿No tiene la vista la impresión de que las altas montañas llegan a tocar el cielo?

 Al igual, algunas personas enfermas llegan a sentir la miel como amarga. Ello es igual para todos los sentidos internos y externos al hombre.

 Así, este género de percepciones erróneas, son consideradas por la razón como completamente vanas, pues ella sabe que los sentidos se encuentran sujetos al error. Y como la razón misma no es infalible, Allâh (exaltado sea) ha instituido la ley sagrada (Šar’) como norma. Dado que la Ley sagrada es la Luz que guía, la razón se encuentra obligada de referirse a ella en todo aquello lo cual no es de su dominio. “Aquel a quien Allâh no da luz, carece de luz alguna” (Corán 24-40).

Conclusión de la decimoséptima tesis

 Lo que precede nos muestra que cuando se trata de cuestiones divinas, uno no puede fiarse a las especulaciones filosóficas sino en la medida en la cual ellas son corroboradas por el Qur’an o la Sunna. Aparte de estas cuestiones, el problema es otro.

DECIMOCTAVA TESIS

De la debilidad de los argumentos avanzados por ciertos materialistas contra la existencia de Dios

 En resumen quienes soportan la no-existencia de un Dios Regente del mundo (Nafy al-Mudabbir) se dividen, en cuanto a sus argumentos se refiere, en dos grupos: Mientras unos invocan tal argumento, los otros invocan su contrario, todo ello para defender la misma tesis. Globalmente, se constata que sus argumentaciones se contradicen y se oponen las unas a las otras. Así, cada tendencia nos proporciona todo aquello cuanto necesitamos para refutar los argumentos de cada una de ellas.

 Para ser más claro, diremos que uno de los dos grupos estima que el universo ha aparecido en su forma acabada; dicho de otra manera, la naturaleza ha creado todas las cosas y cada una de ellas, perfectamente y en harmonía. Según ellos, las cosas se encuentran ligadas las unas a las otras y los efectos a sus causas, sin que en ningún caso exista ruptura alguna del equilibrio. As así como las cosas han sido hechas, es así como ellas continúan siendo, siempre sometidas a las leyes naturales.

 Estas gentes estiman que si existiera además otro universo, y exterior a él algo lo cual se llamara Dios, habría dejado huellas tales como un hecho extraordinario o una violación de la naturaleza. Así habríamos podido obtener la prueba de la existencia de un Dios exterior al Universo. Pero, puesto que nada ha venido a perturbar el orden universal, consecuentemente no se puede hacer otra cosa que negar su existencia.

 Da la impresión que este grupo de gentes desearía que Dios se asemejara al hombre, decidiendo hoy lo contrario de lo cual decidió ayer. Tal es en substancia su argumento. Nos estimamos, en lo que nos concierne, que este argumento es más bien la afirmación de Dios que Su negación.

 El segundo grupo afirma el haber estudiado a fondo y haber investigado profundamente ciertas criaturas: “Hemos constatado – dicen ellos – que ciertas de entre ellas son contra-natura o más exactamente, inútiles. Así, por ejemplo, existe una especie de insecto cuya capacidad de reproducirse es tal que si se no se la controlara, ella no tardaría en cubrir la superficie de la tierra en un tiempo record. Y, sin embargo, constatamos que esta especie es bastante menos numerosa con respecto a otras en razón de toda clase de impedimentos naturales que llevan a su destrucción. ¿En estas circunstancias, cuás es la ventaja de su existencia?”

 Dicen aún: “Existe una especie de animal en la cual cada individuo posee las características del sexo masculino y femenino, sin necesitar fecundación externa alguna. No existe ningún provecho en el contacto de individuos de su especie. Si ello es tal, se puede decir que la existencia de esta especie no es sino una pulsión gratuita e incoherente de la naturaleza. Si hubiera en verdad un Dios Todo-Poderoso quien gobierna toda cosa, como se pretende, no existirían hechos semejantes que pueden ser cualificados de absurdos.”

 Tales son resumiendo los argumentos avanzados por estos grupos. Da la impresión que estos últimos no admiten que alguna cosa referente a la naturaleza de estos seres la hayan podido pasar por alto; en ese caso, ellos no habrían extraído argumento de lo que ignoran para probar la inexistencia de Dios.

Conclusión de la decimoctava tesis

 Es bueno para el creyente conocer las tesis de estos grupos. Así, él no se imaginará que sus argumentos sean más fuertes que aquellos pronunciados por quienes proclaman la existencia de Dios.

DECIMONOVENA TESIS

El ser humano es muy débil para abarcar todos los conocimientos

 Cualquier persona se encontraría dispuesta a reconocer su incapacidad de alcanzar el conocimiento perfecto, si el orgullo en creerse erróneamente, un espíritu independiente, no se lo impidiera. Una tal persona se abandona inconsideradamente a sus teorías y afirma o niega según su capricho, como si ella abrazara toda la ciencia. No obstante, la verdad exige del hombre no negar una cosa cuya existencia es posible, antes de haber escrutado cada una de ellas en profundidad y de haberse interrogado sobre todo aquello lo cual pueda existir más allá así como sobre sus posibilidades de llegar al secreto de todo conocimiento.

 Y si, como es probable, él no puede acceder perfectamente a lo cognoscible (Al Ma’lumat) ¿cómo podría acceder a las cosas incognoscibles (Al-Maŷahil) las cuales comienzan donde terminan las facultades humanas ( Idrak al Insan)? A una cuestión tal, la persona interrogada no podría proveer de respuesta alguna.

 En cuanto al sabio, él está convencido de que el hombre es muy débil para alcanzar el conocimiento íntegro de los fenómenos, lo cual hace de él un ser humano. Y siendo ello así ¿cómo se permite el negar una cosa por la simple razón que su pensamiento no la ha concebido? ¿Sería pues su pensamiento el único criterio universal, no teniendo aquellos conceptos los cuales se le escapan existencia alguna? Yo pienso, antes al contrario, que todo puede escapársele. ¿Qué le impediría tener esta misma concepción mientras su comprensión de hoy es mayor que la de ayer y la de antes de ayer? ¿Puede admitir que su comprensión puede aún aumentar? La respuesta no puede ser de otro modo que afirmativa. De hecho, la comprensión puede, ya sea aumentar, ya sea disminuir. El sabio puede felicitarse de haber comprendido que lo que el ignora en cuanto a los secretos de la creación es infinitamente superior a lo que él conoce; sino su alejamiento de la sabiduría sería igual a su alejamiento de esta verdad inscrita en el corazón de todo sabio. De una manera general, el más grande de los sabios es el más modesto, el más maravillado ante la inmensidad del misterio de la creación. Es a ellos a quienes hace alusión el Qur’an cuando dice: “No se os ha dado de ciencia sino un poco” (Corán 17-85)

Conclusión de la decimonovena tesis

 Atraigamos la atención del hombre sobre el hecho de que aquello lo cual ignora es más grande de aquello lo cual conoce, afín de que se encuentre presto a recibir la enseñanza de alguien más sabio que él, conformemente a esta palabra de Allâh: “Por encima de todo sabio, hay otro más sabio aún.” (Corán 12-76).