Espiritualidad y espiritualismo
Espiritualidad y espiritualismo
En estos últimos 200 años la corriente espiritualista procedente de los países así llamados Occidentales y de algunos de los llamados Orientales, como la India y otros países centro asiáticos, han convergido a fin de hacer un frente común.
Un Hinduísmo y un Buddismo de salón, convenientemente edulcorados, destinados al exquisito paladar de los degustadores intelectualoides occidentales. Seudo intelectuales cuyos gustos se han centrado en tratar de extender la doctrina laica a la Religión para hacer de ésta un instrumento más en las manos de un poder que ellos tachan de materialista a fin de no hacer notar sus ambiciones ególatras, tachando a otros de lo que ellos son en verdad. Critica lo que eres para hacer creer que tu realidad es otra.
Llamamos intelectualoides a una nueva especie de profesorado y doctorado universitario especializada en colonizar ideas exóticas procedentes de religiones antiguas, recuperando así los elementos que podrían ser del agrado de los gustos sibaritas propios de la exquisitez occidental de una clase burguesa cuyo nivel económico, convenientemente desahogado, podría permitir a sus miembros darse el placer de experimentar preocupaciones medianamente “espirituales”.

Es así como suizos de economía desahogada tal y como Schuon, y vinateros que vivían de las rentas de sus bodegas como Guénon, por no hablar de un tal Ananda. Kentich Coomaraswamy, disponían de tiempo y dinero para, tratando de aparentar ser de lo más “espirituales” se preocuparan de resucitar doctrinas que, como consecuencia de su falta de autenticidad estaban siendo enterradas en sus respectivas áreas geográficas de influencia.
El Islam estaba copado por los maestros sufís de aquella época en la que aún el Sufismo era auténtico, por lo cual había que mirar hacia otro lado (más al Este) a fin de poder llegar a abrir un nuevo nicho de mercado que realzara la egolatría de personajes cuya idea de ellos mismos era cercana a la de aquellos faraones de la antigüedad, medio hombres-medio dioses que pretendían extender sus fastuosas vidas en la vida después de la muerte. Así, ellos adoctrinaron a Eva Mitray de Miterovich y al actual Eric Geoffroy, quien haciéndose pasar por sufí, intenta arruinar la reputación de verdaderos hombres de Allâh como fueron el Šayj Al ˤAlawi y su continuador Sidi Uddah Ben Tunas, ya fallecidos, que no pueden regresar para limpiar sus nombres de las acusaciones perversas de un masón que no sabe disimular, por mucho que se lo proponga lo que realmente es.
Este movimiento burgués con tintes de espiritualidad cometió el error torpe de intentar cuadrar esas doctrinas tan orientales con la Masonería, cuyos máximos exponentes eran los Templarios y los Rosacruces. Para poder establecer los paralelismos deseados entre el Oriente y el Occidente, decidieron asimismo resucitar la Masonería contemplativa, la cual estaba ya bien fallecida y enterrada. Es así que los sanguinarios templarios fueron resucitados en los libros de estos espiritualistas tan amigos de escuadras, compases, círculos, cuadrados, triángulos, de simbolismos varios que no representaban otra cosa que su mucha pena por “doblar el lomo” y su orgullo de no pertenecer a la casta de esos parias de pico y pala que les construían las mansiones y las carreteras por las que sus espirituales” Roll Royces rodaban mostrando su particular elitismo.
Es así como nació y se produjo un movimiento espiritualista que hizo revivir el ideario masón de la Religión Universal, lo que, en términos realmente espirituales, no es otra cosa que la Religión del Daŷŷal, o del diablo, como dirían algunos. Seguramente, el lenguaje del pueblo llano, por lo simple, se encuentre más cerca de la verdad que el rebuscado lenguaje universitario de los doctores de la ignorancia y los letrados del viento, quienes tal y como esos pastores de cabras citados en los hadices se dedicaban a construir las ideologías de un nuevo amanecer solamente apto para iniciados. Un Fascismo espiritual de la élite; una nueva Falange construida por y para los vencedores.
La utilización de términos como “iniciación”; “realización”; “vinculamiento”; “esoterismo”; “exoterismo”; “perennialismo”; “élite intelectual”, son, sin duda alguna, la prueba de cargo suficiente para señalar a aquellos quienes los utilicen como siendo componentes de las sectas espiritualistas. Y es que los amigos de la escuadra y el compás, siempre lo fueron del pico y de la pala.
Ahora bien, este “espiritualismo”, no podemos conceptuarlo ni tan siquiera como un sucedáneo de la verdadera espiritualidad, sino como lo absolutamente contrario a ésta, ya que la pretensión inconfesable de sus adeptos no es otra que la de sustituir a la una por el otro, es decir, a la espiritualidad verdadera por el “espiritualismo” procedente de las cátedras de la ambición y del “sinsaber” elucubrativo y fantasista; de un laicismo espiritual de nuevo diseño patrocinado por aprovechados de la candidez ajena.
La verdadera espiritualidad, se quiera o no, guste o no guste, se reconozca o no, no ha quedado en sitio alguno otro que en el Islâm, ya que esta es la única religión que se encuentra activa y es efectiva desde la época de la Revelación.
Sabiendo esto, y obviando que la corriente espiritualista en estas últimas décadas ha colonizado una a una las antiguamente auténticas tariqas sufís, la verdadera espiritualidad queda limitada al Sufismo, encuadrado este en el marco de la Ley Islámica y de su doctrina. Fuera del marco del Islâm no puede haber espiritualidad verdadera, siendo que el Sufismo no se puede encontrar en parte alguna otra que en el Dîn del Islâm
Sobra decir entonces que aquel que diga lo contrario de esto no está haciendo honor a la verdad. Podemos comprender que por confusión o ignorancia un no musulmán pueda creer que existe una espiritualidad fuera del Islâm, producto de su no saber distinguir entre lo que viene de Allâh y lo que procede de las fuerzas contrarias al Bien y a la Verdad; pero no podemos admitir que los musulmanes pregonen que existe un Sufismo no islámico ya que esta afirmación no es otra cosa sino el producto de una enfermedad grave que ciega y aniquila su corazón. ¿Podemos considerar dentro del Islâm a las gentes que afirman esto? Cada uno que saque sus propias conclusiones dependiendo de su inteligencia, su realidad y la de aquellos que adulteran la doctrina islámica con sus elucubraciones, así como las de aquellos que las admiten, dependiendo de su intención. Olvidan que hay un Señor que ve y sabe, y demuestran por otra parte que lo que proceda de Allâh no es de su interés ni de su incumbencia.
Gentes que por hacer dinero son capaces de venderse por un plato de lentejas, organizando reuniones en las que recaudan gracias a su arte circense para suscitar las emociones del gran público; ¿cómo podrían ser considerados estos magos como estando encuadrados en el marco sagrado del Islâm?
Siendo que, desde tiempos inmemoriales lo verdaderos sufís han auscultado dinar a dinar a fin de saber y decidir si ellos eran producto del Halal o del Haram. Esa fineza de corazón, esa sinceridad, ese temor de Allâh es uno de los signos característicos de los verdaderos musulmanes, de los verdaderos sufís.
Hoy, los seudo sufies corren detrás del dinero cual galgo detrás de la liebre, olvidando la decencia que ha de ser propia de un musulmán bien educado, con pudor y temor de Allâh. Hoy nadie se esconde, todos han puesto las cartas encima de la mesa.
Las gentes de la Verdad
Hoy, las gentes de la Verdad se agrupan en las montañas del Saber, en los pueblos luminosos de la Sinceridad, donde el Sol ilumina los días y las lunas las noches. En los círculos de los secretos bien guardados, a los que nadie ajeno tiene acceso, en los que nadie puede imaginar lo precioso y enorme de los conocimientos que son dispensados a aquellos de corazón limpio.

Ojos que se abren para ver las verdades (haqa’iq) del Señor de los mundos; oídos que escuchan el murmullo tintineante de los sonidos del Paraíso; manos que no tocan otra cosa que lo permitido y legítimo y que dispensan la misericordia y el favor; pies que se apresuran en el camino del Bien; lenguas que pronuncian palabras inconcebibles por su belleza singular. En lugares donde nunca se pone el Sol del Espíritu, en los que la lluvia abundante de los secretos Divinos se derrama sobre una tierra bien abonada y productiva. En el reducto sagrado del verdadero Conocimiento y del Bien, donde grandes y pequeños ríen de dicha por haber sido agraciados por su Señor.
Allí donde hay Amor, Luz y Verdad.