El pobre Rutebeuf

Cuando el pobre Rutebeuf, después de haber gozado de la compañía de camaradas incondicionales, cayó en desgracia, y, tocando a todas las puertas de quienes antes se divertían con él, encontró rostros fruncidos, puertas y ventanas cerradas; ahí Rutebeuf, dejando correr sus lágrimas sobre sus mejillas, libres sus recuerdos del ayer, pudo comprender que el amor que se guardaban entre ellos solamente existía en su corazón.

«¿Qué ha sido de mis amigos que tan cerca había tenido y tanto amado?» – lloraba Rutebeuf

Diciendo después, al no haber sido correspondida su llamada: «No os podéis imaginar cuanta es la verguenza que he sentido esperando ante sus puertas. El amor ha muerto»

¿Qué hubiera sido si en lugar de él, uno de sus camaradas, rostro fatigado, alma en pena, frío en su humanidad, hubiera tocado en su puerta? Rutebeuf le hubiera recibido con los brazos abiertos, su casa de par en par, su corazón y su rostro radiantes de alegría. Al fin, un amigo que necesita de mí, al fin soy útil, al fin puedo ser yo. Entrad amigos, estáis en vuestra casa; soy yo. ¿Me reconocéis, verdad?

Sí, hermanos/as, esta triste historia francesa, comenzada como un poema en el siglo XIII, y convertida en balada a través del tiempo, nos habla de la verdad de la vida; de la capacidad del corazón de unos y otros. De aquellos corazones plenos de amor y sensibilidad, de generosidad y desprendimiento, contra aquellos corazones tacaños, mezquinos, que no ven más allá de sus propias personas.

El individualismo contra la solidaridad; la belleza del alma contra la fealdad de carácter; la confianza en el bien, en la belleza y el amor.

Sino encontramos el amor en esta tierra, hermanos/as, ¿qué esperamos? ¿Qué venga Ŷibril para inspirárnoslo?

Es el amor la Luz de Allâh en esta tierra, la llama divina que prendiendo en un corazón puro se eleva por encima de los siete cielos hasta su fuente original. Sin Amor no somos nada, no somos nadie; tened esto en cuenta.