El mes del nacimiento de Muhammad
El mes del nacimiento de Muhammad
Cuando la pena, la melancolía, al hastío de una mala vida colman el recipiente de la paciencia y desborda la desconsoladora tristeza y la impotencia se revela; cuando no esperamos en el tiempo, ni hacemos cuentas de cuánto durará la “eterna” situación que provoca nuestra desesperanza; entonces Allâh envía una salida tan grande, elocuente y brillante como nunca pudimos llegar a imaginar.
El mundo estaba perdido en la oscuridad: el rico abusaba del pobre y lo esclavizaba; las mujeres estaban oprimidas hasta tal punto de que eran enterradas vivas de pequeñas; el Ser humano había alcanzado la cima de la brutalidad y de la injusticia. Entonces Allâh envió al Ḥabib (al Amado) como una misericordia para los mundos, a fin de acabar con la animalidad desatada, invitando a todos los hombres, a todas las mujeres, a adorar a un Solo Dios, a un Solo Creador Misericordioso y Eterno; a un Solo Señor.
Entonces el mundo se iluminó: las estrellas fulguraban una extraña luz tal y como nunca la mostraron; la luna, el Sol, todos los astros sonrieron de felicidad. Los árboles redoblaron la sabia, los animales encontraron sosiego, el Ser humano vio abrirse de par en par, sin medida, las puertas del Bien, de la Misericordia, del Amor. Llegó el maestro de la Humanidad, Muḥammad, Maḥmûd, Aḥmad, Ta Ha, Ya Sin, Muṣtafâ, al Ḥabîb, el Sello de los profetas, el Imâm de los enviados.
El, humilde y sabio, paciente y sereno, bondadoso y perdonador, agraciado de cuerpo, mente y corazón, médico de los espíritus; él fue enviado por el Altísimo para enseñar a todo el Género humano cómo vivir, cómo morir, cómo adorar y amar a Dios. A ese Dios (Allâh) sempiterno, sola referencia de los corazones sinceros, sola qibla de una verdadera adoración. El Inmenso, El Dulce, El Magnánimo.
Ese gran acontecimiento para la Humanidad no puede ser apartado en el mundo del olvido; ha de ser recordado como uno de los momentos más decisivos en la Historia de la Humanidad, e incluso en la del viejo Universo. Un día que trasciende los límites del Tiempo; una puerta abierta al mundo de lo Eterno. Nadie puede llegar hasta Allâh sin seguir ni amar a Muḥammad – sobre él la plegaria y la paz -; él es la Puerta de Allâh por designio Divino.
Y así, sin ser, ni demasiado alto de estatura, ni demasiado bajo, se zambulló en los asuntos terrestres en los que destacó como alguien enviado de lo alto.
Y nos enseñó a vivir, a ser responsables, a ser enteros, a ser humildes, a ser generosos, a ser sencillos, a decir siempre la Verdad, a ayudar al necesitado, a remontar las dificultades; él, que era huérfano, nos mostró como amar a los padres y a los hijos; él, que era pobre, nos enseñó a ser desprendidos. Delante de él, se avergonzaban los malvados de su maldad, los viciosos de sus vicios. Y aprendimos de él, y fuimos buenos, como él lo era, y le amamos imitando su santo comportamiento, y le seguimos sabiendo que Allâh le otorgó una inteligencia superior, así como la mejor de las guías.
Somos la Umma de Muḥammad, el pueblo del Enviado, sus gentes, los adscritos al programa sagrado con el que fue enviado por Allâh. Y, ahora que su cuerpo partió, aunque su espíritu esté presente, tomamos el testigo y seguimos su camino sin pestañear; tomamos la Amana, ¡quiera Allâh que no nos tiemblen las fuerzas. Y, con alegría, con felicidad serena y firme decimos: “Somos las gentes de Muḥammad, somos muhammadis, somos la familia del bien amado profeta de Allâh. Y amamos a su familia y compañeros, y agradecemos eternamente a Allâh por haber puesto al mejor de la Humanidad en nuestros senderos mundanales plagados de dificultades y de pruebas”. ¡Victoria para los creyentes!
Allí donde el astro diurno se oculta la luz permanece, la luz de Allâh y aquella que Él ha vertido sobre el noble profeta, nacido del Qurayš, viviendo en cada lugar de este agotado mundo. Porque Ta Ha es la luz de Madina, Ya Sin es el estandarte de la Guía divina, Muḥammad es nuestro y nosotros somos de él.
Bendito sea el día de su llegada al mundo, bendito el mes de su nacimiento, bendito todo aquel que le sigue y le ama; bendito el que se acerca a Allâh renunciado a su propia persona y deseos.
No hemos combatido con él en Badr, pero, ¡por Allâh, si allí hubiéramos estado en Badr habríamos participado con la élite de los creyentes, con los mejores compañeros. Y como en esta vida no pudimos tratamos de imitarlos, y a Allâh le pedimos que nos cuente entre aquellos que, una vez terminado nuestro trabajo en este mundo, abrevemos, junto con ellos, en el Estanque de Muḥammad.
¡Tú nos citaste en el Estanque (oh Rasûl); allí estaremos, no faltaremos a la cita con el Permiso de Allâh!