El día y la noche en el Corán

Dice el Corán que en la sucesión del día y de la noche tenemos motivos para reflexionar. Es cierto que Allâh emite juramentos sobre diferentes horas del día, así como por los astros, como si en ellos hubiera un secreto que no podemos llegar a descubrir. Por la mañana, por el alba, por el sol, por la luna…

Verdaderamente en la sucesión de la noche y el día y en lo que Allâh ha creado en el cielo y en la tierra, hay signos para gente que teme (10-6)

Al ser una llamada Divina a la conciencia humana no podemos dejar pasar estas advertencias y nos corresponde descubrir, en la medida de lo posible, aquello que en un primer momento nos e muestra directamente a nuestra vista.

Allâh nos ha puesto el día para poder ejercer nuestras actividades cotidianas. Para ello las ha facilitado con la luz que emite el Sol, a fin de que podamos discernir y distinguir unas cosas de otras. El Sol es pues, fuente de luz y de vida.

Mientras, en la noche, Él ha desplegado las tinieblas que solamente son alteradas con la tenue luz de la luna. Ha establecido asimismo horas o momentos de una gran importancia que se repiten de forma sucesiva.

El día, y esta es solamente una de las muchas cosas que podemos extraer de este tema, significa el movimiento, la acción, el ir y venir para tratar nuestros asuntos. Mientras que la noche es la desaparición de la manifestación material que se pliega en las sombras y que acaba con esa intensa actividad del día, al igual que la muerte acaba con la vida; al igual que del todo pasamos a la nada. Esta transformación que se repite a diario es, sin embargo, un recuerdo de lo que significa nuestra vida en realidad.

Nacer es levantarse con un comienzo de luz; el tenue resplandor de la Aurora inicia la presencia de la luz, al igual que el nacimiento es el principio de la vida. Al igual que la Aurora al nacer es un preludio de la luz de un Sol por salir, el recién nacido en sus primeros días es privado de una visión que le permita distinguir los objetos y las personas. Rezamos el Subh al comienzo de la Aurora pues es en este momento que Allâh nos dio la vida.

Al llegar al Mediodía la jornada alcanza su plenitud y esta dura ciertas horas coincidentes con la plenitud de vitalidad en la vida humana. Es por este motivo que podemos rezar el Dohr en cualquier momento de todo su tiempo, que va hasta el salat del Asr.

La media tarde, el comienzo de un decline del Sol, que va a la par con el decline de las fuerzas que Allâh nos ha concedido en esta vida. Rezamos el Asr hasta media hora antes de la puesta del Sol.

Se va la luz, comienza la oscuridad; nos preparamos para su entrada rezando el Magreb lo antes posibles; protegiéndonos así de las tinieblas que se presentan con vigor.

La quietud embarga el corazón; por este motivo desde el Ocaso hasta la noche cerrada es el mejor de los momentos para recordar a Allâh. Mientras, nos acercamos a la muerte, paso a paso, siempre teniendo a nuestro Señor en nuestras mentes y nuestras lenguas. Más intenso se hace el recuerdo cuanto más nos acercamos a la noche, hasta que nos sorprende la noche cerrada.

El ˤIša es el salat antes de abandonar este mundo a través del sueño. Nos ausentamos de este mundo durante 1/3 de la duración del día, volviendo a Allâh, una y otra vez. Este momento nos recuerda la hora de la muerte, de la que nunca volveremos; por eso es recomendable hacer el ˤIša justo antes de acostarse.

Es así, el paso del día y de la noche nos recuerdan nuestra vida: un día representa una vida. El día la vida y su plenitud; la noche, el retorno obligado a nuestro Señor Misericordioso que aprovecha cualquier ejemplo para hacernos reflexionar sobre la Grandeza Suya propia y la de lo que Él ha creado.

Nada fue creado en vano; todos los elementos de nuestra existencia se encuentran conectados unos con otros de una manera que nos recuerda siempre la Capacidad inmensa divina de crear y de formar; la perfección en lo que no puede ser perfecto por ello mismo. La luz donde hay tinieblas