El conocimiento de la Verdad
El Ser humano suele ser más ignorante que sabio, incluido el musulmán, que para nada en absoluto creer en la Verdad nos concede una ventaja al respecto del Conocimiento sobre el resto de los seres humanos. Porque la fe es una cosa y el conocimiento otra, y aunque la fe, pueda, y de hecho puede, facilitarnos la felicidad en la otra vida, ella no puede sacarnos por sí sola de la ignorancia.
Nuestro Libro, el Corán, nos dice que nos ha sido dado muy poco conocimiento, y para sacarnos de la ignorancia nos propone reflexionar en la Creación de Allâh y en sus milagros. Ahora bien, reflexionar en la Creación (Al Jalq) no se trata de reconocer lo “bonitos” que son los risueños paisajes, lo sorprendente del trino de los pájaros y las bellezas plásticas de las salidas y puestas de Sol. Esto dejémoslo para la poesía bucólica y pastoril, que es el área que le corresponde a ese campo de belleza visual por derecho propio.
No en vano, en un hadiz, podemos leer que “quien se conoce a si mismo conoce a su Señor”. En otro podemos leer asimismo que los cielos y la tierra no pueden contener al Creador, pero sí el corazón del verdadero creyente (mu’min). En otra palabra profética leemos que cuando marchamos hacia Allâh, Él se precipita hacia nosotros; y en el Corán son decenas de veces que se nos invita a la reflexión, al conocimiento, a no ser sordos, mudos y ciegos, a aconsejarnos la Verdad; ¡cómo si pudiéramos aconsejar aquello que no conocemos! Prueba fidedigna este consejo de que la Verdad puede ser conocida, por supuesto, antes de ser aconsejada. La condición para poder esto hacer es “creer y hacer obras puras”, como dice el Corán en la surat Al Asr.
Conocer, esa palabra misteriosa que nos invita a caminar hacia la Verdad por aquél camino recto, camino de aquellos a los que Allâh ha favorecido. Efectivamente, solamente aquellos a quienes Allâh ha favorecido pueden recomendarse la Verdad y la Paciencia, después de haber conocido la una y practicado la otra. Solamente aquellos que se purificaron pueden comprender los sentidos ocultos del Corán, es decir, la Verdad. Porque ellos reflexionaron, marcharon hacia Allâh, buscaron ese tesoro oculto que Allâh reveló en Su creación para aquellos cuya vista es sagaz y su espíritu es penetrante.
Y es entonces que las gentes peregrinarán hacia ellos para recibir sus consejos; pues la religión es el buen consejo; pues sus corazones son más que la Ka’aba, en razón de que la Presencia divina que albergan es superior en fuerza e intensidad a lo que alberga la Ka’aba. Y ellos, y no otros, son aquellas “gentes del recuerdo” a los que Allâh dice se debe preguntar, de quienes se debe aprender.
No estaba desencaminado el maestro Sócrates cuando decía el famoso lema: “conócete a ti mismo”. Efectivamente, el Ser humano alberga dentro de sí todo el Universo, y más.
Solamente reflexiona en lo que ven tus ojos; en como tus ojos pueden traspasar los siete cielos y visualizar los astros que en ellos se encuentran sin, no obstante, poder viajar con tu cuerpo a conocerlos de primera mano. Primera lección entonces: tus ojos pueden y tu cuerpo no. Esta, si reflexionas, es una prueba suficientemente contundente para que comprendas que tu interior alberga sorprendentes secretos. Y si los ojos de tu rostro pueden llegar tan lejos, entonces, ¿hasta dónde podrían llegar los ojos de tu corazón? ¿Acaso no dice Allah en Su Libro que no son los ojos del rostro los que están ciegos, sino los corazones? ¿Qué sería entonces si pudieras ver con los ojos de tu corazón? ¿Hasta dónde llegaría su alcance?
Por eso Allah en un hadiz qudsi dice:
“Yo era un tesoro oculto y quise darme a conocer; por eso creé la creación”.
Y Su mejor creación fue la del Ser humano, que, con todas sus imperfecciones terrestres, guarda en su corazón la semilla de conocimiento depositada por Allâh para descubrir la Verdad. Un ser humano, que a pesar de ser precipitado, es el único que ha aceptado la Amana de Allah, que ni tan siquiera las poderosas montañas pudieron atreverse a solicitar.
Si el Conocimiento de la Verdad no fuera posible, Allâh no hubiera precisado que “aquellos que creen y hacen obras piadosas pudieran recomendarse la Verdad y la Paciencia”. ¿Cómo Allâh podría haber dejado como posibilidad que se recomendaran la Verdad si fuera imposible conocerla? ¿De qué naturaleza ha de ser esta Verdad, provisto que no puede llegarse a ella por medio de los sentidos y de la razón? ¿Y cuándo se conoce, de qué manera se transforma el Ser humano que la detenta, y en qué se diferencia del resto de sus congéneres?
Hermanos, hay que ser honestos, no se conoce casi nada de nada. Y cuando no se conoce tenemos dos opciones: una de ellas es intentar conocer la Verdad con todas nuestras fuerzas, y la otra es desentenderse. Ahora bien, quien se desentiende de la búsqueda del conocimiento de la Verdad es mejor que calle, pues cuando habla se arriesga a que lo que articula con sus palabras ciegas sea tan desagradable como aquella voz la cual Allâh nos dice en el Corán que es la más desagradable de todas las voces.
Cuánto más en valor tengamos el conocimiento de la Verdad, más grande nos parecerá la ignorancia en la que nos encontramos.