El califa de Allah – El Ruh – el Nafs y el trono
Cuando dijo tu Señor a los ángeles: Voy a crear un ser humano a partir del barro.
Y cuando le haya dado forma y haya insuflado en él parte de Mi espíritu: ¡Caed postrados ante él!
Y todos los ángeles se postraron, aunque no así Iblis que se ensoberbeció y fue de los renegados.
Dijo: ¡Iblis! ¿Qué es lo que te impide postrarte ante quien he creado con Mis manos? ¿Te consideras demasiado grande para ello o es que estás entre los altivos?
Dijo: Yo soy mejor que él, a mí me creaste de fuego y a él lo has creado de barro.
Dijo: ¡Sal de él! Realmente estás maldito. Mi maldición caerá sobre ti hasta el Día de la Rendición de cuentas.
Dijo: ¡Señor mío! Concédeme un tiempo de espera hasta el día en que se les devuelva a la vida.
Dijo: Estás entre los que serán esperados hasta el día cuyo momento es conocido. (38 –71 a 81)
Y cuando tu Señor dijo a los ángeles: Voy a poner en la tierra a un representante Mío*.
Dijeron: ¿Vas a poner en ella a quien extienda la corrupción y derrame sangre mientras que nosotros Te glorificamos con la alabanza que Te es debida y declaramos Tu absoluta pureza? Dijo: Yo sé lo que vosotros no sabéis. (2-30)
Cuando en el dominio de la religión islámica se habla de califa, no nos estamos refiriendo necesariamente al puro aspecto político social, sino antes bien a una representación de Allâh en la Tierra a través del Ser humano. Y esta representación no se limita únicamente a Adam, como vemos en el texto coránico, sino a todo aquel quien representa a Allâh de una manera efectiva, lo que hace que esta representación sea extensible a todo aquel que haya realizado la proximidad a Allâh y cuyo alma se ha convertido en mutma’inna (aceptada y aceptable por Allâh). Que no es un título dado exclusivamente a Adam lo demuestra la siguiente aleya refiriéndose directamente a Dawud – sobre él la paz -:
¡Daud! Te hemos hecho representante Nuestro en la tierra, juzga pues entre los hombres con la verdad y no sigas los deseos, ya que te extraviarían del camino de Allah; cierto que aquéllos que se extravían del camino de Allah tendrán un violento castigo por haberse olvidado del Día de la Cuenta (38-26)
Efectivamente, como podemos leer en la primera lectura que hemos expuesto:
Y cuando le haya dado forma y haya insuflado en él parte de Mi espíritu: ¡Caed postrados ante él!
Allâh no dice parte del Espíritu, sino de Mi Espíritu (ruḥî) en el original árabe, terminado en un “Ya” de posesión (Mío).
Es esta parte del espíritu de Allâh, insuflado a Adam, y por tanto heredado de toda su descendencia, que hace que el Ser humano sea de manera efectiva un representante de Allâh en la tierra.
Ahora bien, no cualquier ser humano puede representar a Allâh en función de guardar en su corazón una parte de Su espíritu, ya que para ser un verdadero representante Suyo ha de tratarse de alguien que cumpla con las Voluntades divinas y las ejecute de manera efectiva. Y todos sabemos que esto es algo al alcance de personas contadas ya que, como podemos descubrir en otros pasajes del Corán, el Nafs lo dificulta, tal y como podemos ver en las palabras que Allâh puso en sayyidina Yussuf – sobre él la paz – manifestando que en verdad el alma (nafs) tiende al mal. Esta tendencia al mal expresada por el Corán es aprovechada por Iblis para extraviar a aquellos que le escuchan a él o a las pasiones de sus almas.
Es, por tanto, “califa de Allâh” en la Tierra un título, una función, que muy pocos tienen la capacidad de desempeñar.
Como hemos dicho, este tipo de representación está lejos de acordarse con un asunto político o social, sino que se trata de una función acordada por Allâh a aquellos servidores Suyos a los que Él ha revestido de Sus Gracias y de Su Ciencia.
Y este califato representativo no es acorde a la voluntad ni depende de la aceptación de las gentes, sino que es algo que desciende directamente de Allâh revistiendo a la persona o personas agraciadas con Su complacencia.
Estos califas son como las montañas que anclan la tierra para que ella no se desplace. Ellos anclan a los seres humanos con el Permiso de Allâh, y ejecutan las órdenes de su Señor sin que nadie se aperciba de ello.
Fina visión y sensibilidad ha de manifestarse para encontrar esta correspondencia sagrada en la que se dirimen los asuntos, se cristalizan las decisiones y se establece el contacto divino con el Ser humano.
Solamente la gafla (el olvido de Allâh) puede dejar pasar desapercibida esta realidad; pero bien es cierto que la mayoría vive en la gafla, en el olvido, pues cada uno recuerda lo que él quiere sin reparar en lo que verdaderamente quiere Allâh. Esa gafla produce que el alma (nafs) se asiente en el trono y gobierne los asuntos de cada uno, desconociendo cuáles son las voluntades divinas al respecto. Y cuando el Nafs ha ocupado el trono, solamente un levantamiento enérgico, una resurrección, puede expulsarla del lugar que ocupa de manera ilegítima.