El áureo verbo de Sidi Abdelaziz al-Dabbag
El relato de la iluminación (fath) narrado en primera persona.
Traducción: El Mehdi Flores
Esislam se complace en presentar en lengua española el relato de la biografía de un wali, Sidi Abdelaziz Al-Dabbag, narrado en primera persona a su discípulo Ibn Mubárak al-Lamti, el cual recoge las palabras de su maestro ummí en su libro “El libro de oro puro de las palabras de Sidi Abdelaziz al-Dabbag”. Pocas veces el lector de lengua española tiene una ocasión tan preciosa de entrar en la intimidad de los encuentros que se producen entre un maestro sufí y su discípulo y cuyos contenidos rara vez se han dado a conocer al gran público, pues son secretos que los maestros no autorizan habitualmente a desvelar.
Nos encontramos aquí con una historia que nos muestra con sencillez y con todo tipo de detalles significativos y entrañables la vivencia del camino espiritual de un musulmán de principios del siglo XVIII, habitante de la ciudad marroquí de Fez, sin formación académica, que llega a un estado de iluminación tras la práctica de un wird o letanía que le entrega una madrugada de viernes un desconocido al que no va a volver a ver jamás. Los detalles sobre la experiencia rezuman tanta simpatía y veracidad que emocionan a quien los escucha.
Todo sucede de un modo tan inesperado como sorprendente, cuando nuestro santo va a comprarle a su mujer aceite para freír pescado. Todo sucede según lo previsto, todo confluye, todo tiende hacia ese momento, hacia esa hora bendita de aquel jueves, todo conspira para que suceda allí, en la “puerta de las iluminaciones” o Bab al Futuh, una de las puertas de la ciudad amurallada de Fez, la bien guardada. ¡Qué bien trama Dios, el mejor de los tramadores! Y esa experiencia le abre al wali la visión de la realidad en un grado superlativo. Conoce su alma y conoce a su Señor. Se empapa de luz, de luz mohammadí. Se empapa de conocimiento por todos los poros de su piel. Y ese estado ya no lo abandona jamás. Frutos de esa experiencia cumbre van a ser las maravillosas palabras que constituyen el contenido del libro mencionado, del que extraemos algunos fragmentos interesantes.
Capítulo I
Antecedentes familiares y espirituales de Sidi Abdelaziz al-Dabbag
Entre sus antepasados familiares y espirituales hay que citar a Sidi Al-Arbi al-Fashtali, que en palabras del propio Sidi Abdelaziz al-Dabbag: “Era una wali entre los walis de Allah, el Altísimo. Tomó primero la iniciación de Sidi Mohammed ben Násir y después de Sidi Mubárak ben Ali que trabajaba fabricando escobas. Sidi Al-Arbi se encontró a Sidi Mubárak en la mezquita de Al-Qarawiyin en la ciudad de Fez la Protegida. Habiendo detectado en él las señales del bien y la virtud, le dijo: “¡Mi señor, enséñame cómo llega el Sirr (secreto) a los que lo poseen?” Sidi Mubárak le dijo: “¡Estornuda!” Le respondió Sidi al-Arbi: “No me viene el estornudo en este momento”.Le replicó Sidi Mubárak: “Pues tampoco a mí me viene cómo enseñarte eso”. Sidi Al-Arbi lo tomó como compañero y le profesó su afecto de modo que recibió de él lo que recibió”.
Sidi Al-Arbi tenía una sobrina huérfana que crió en su casa.En esa misma casa, enseñaba el Corán a quien quisiera y entre sus alumnos se encontraba el futuro padre de Sidi Abdelaziz:“Mi padre Mas’ud se encontraba entre aquellos que asistían a sus cursos. Un día que había terminado la clase, Sidi Al-Arbi le llamó y le dijo: “Quisiera darte a mi sobrina Fáriha como esposa”. Mi padre respondió: “Si me la ofreces, la acepto”. “Ya te la he ofrecido” le dijo y replicó mi padre: “Ya te la he aceptado”.Sidi Al-Arbi le vaticinó a su sobrina que de ella iba nacer una gran wali:“He visto al Profeta, Dios le bendiga y guarde, que me decía que iba a nacer en el hogar de mi sobrina un gran wali”.Pero Sidi Al-Arbi no pudo ver nacer al niño pues murió en el año de la hégira de 1090 (1679 de la era cristina).
La transmisión
Cuando se aproximaba el momento de la muerte, Sidi Al-Arbi mandó llamar a los padres de Sidi Abdelaziz y les dijo: “ Os confío esta amana (depósito) de Allah hasta que nazca de vosotros Abdelaziz para que se la déis” y la amana consistía en un bonete y un par de zapatos negros, que era lo que se llevaba entonces”. El año en que Sidi Abdelaziz alcanzó la pubertad y ayunó por primera vez el mes de Ramadán, su madre sacó las prendas que le había confiado Sidi Al-Arbi y se las entregó.“Las tomé y me puse el bonete en la cabeza y los zapatos en los pies y me entró un inmenso calor hasta tal punto que me lloraban los ojos. Y entendí lo que me quiso decir Sidi Al-Arbi y entendí su alusión (ishara) ¡alabado sea el Señor de los Mundos!”
El encuentro junto al azufaifo
“Desde el momento en que me toqué con el bonete y me puse los zapatos que me legó Sidi Al-Arbi Al-Fashtali y que entendí su mensaje, Dios puso en mi corazón la aspiración a la servidumbre total y tan pronto como oía hablar de un cheij del que la gente decía que había alcanzado la santidad, iba y lo tomaba como maestro. Pero después de un tiempo de practicar con él, sentía que mi pecho se encogía y no percibía más la necesidad de seguir en su compañía. Iba a buscar otro y me quedaba con él. Y cuando me pasaba lo mismo con aquel, lo dejaba y me iba con un tercero y así permanecí en ese estado de perplejidad desde el año 1109 hasta el año 1121 (1697-1709).
En ese tiempo, pasaba cada noche del jueves al viernes en el santuario de Sidi Ali ben Hirzihim recitando la Burda con los que pasaban allí la noche hasta que la terminábamos de recitar la madrugada del viernes. Una de esas noches, subí al santuario de Sidi Ali como de costumbre. Recitamos la Burda hasta que la terminamos. Al salir, me encontré a un hombre sentado bajo el azufaifo bendito que se encuentra junto a la puerta del santuario. Se puso a hablarme y me reveló cosas que tenía en mi interior. Comprendí que se trataba de uno de los walis conocedores de Allah, (¡Exaltado sea!). Le dije: “¡Mi señor, dame el wird e iníciame en el dikr!” Pero hizo como que no me prestaba atención y siguió hablando conmigo de otras cosas. Yo insistía en mi ruego y él en su rechazo, aunque lo hacía para asegurarse de que mi intención era firme y que no abandonaría luego lo que iba a transmitirme y así nos dio el alba y subió el almuédano al minarete para llamar a la oración. Entonces me dijo: “No te daré el wird si no me juras por Dios que no lo abandonarás jamás”. Le respondí: “Lo juro por Dios que nunca lo dejaré”. Yo creía que me iba a dar las mismas letanías que había recibido de los otros maestros antes que él pero héte aquí que me dijo:
“Repite siete mil veces cada día: “Allahumma ya rabbi bi-yahi sayyidina Muhammad ben Abdillah, (slm), achma’ bayni wa bayn sayyidina Muhammad ben Abdillah (slm) fid-dunia qabla-l-ájira” (Oh Dios, Señor mío, por la gracia de nuestro señor Muhammad ben Abdullah, úneme a nuestro señor Muhammad ben Abdullah en este mundo antes del otro)”.
Nos levantamos y acudió Sidi Omar ben Muhammad al-Huwairi, el encargado del santuario. Entonces ese hombre le dijo: “Este hombre, te dejo el encargo de cuidarlo bien”. Sidi Omar le respondió: “Él es mi señor, oh señor mío”.Tiempo más tarde, cuando estaba a punto de abandonar este cuerpo para viajar al Otro Mundo, Sidi Omar me dijo: “¿Sabes quién era el hombre que te dio el dikr junto al azufaifo bendito?”. Le dije: “No, mi señor”. Me respondió: “Era nuestro señor El Jádir, la paz sea con él”.Cuando Allah me dio la iluminación (fath) comprendí las palabras de Sidi Omar”.
La práctica del dikr
“Practiqué ese dikr y el primer día me resultó pesado y no lo terminé hasta la llegada de la noche. Después se me fue haciendo cada vez más ligero y me fui familiarizando con él hasta que lo terminé al mediodía, después a media mañana, después continuó aligerándose hasta que lo concluí a la hora de la salida del sol.
Permanecí junto a Sidi Omar, amándonos en Allah, hasta el año 1125 (1713). La muerte le llegó estando yo junto a él. Me dijo: “¿Sabes quién era mi maestro?” Le dije que no lo sabía. Entonces me dijo: “Era Sidi Al-Arbi Al-Fashtali”.No divulgó esto hasta el momento en que iba a abandonar este mundo. Sidi Al-Arbi era de los conocedores (ârifin) de Dios y de los que asisten a la Asamblea de los Santos (diwân al-sâlihin) durante su vida”.
La iluminación
“Tres días después de la muerte de Sidi Omar, me acaeció la iluminación (fath) y Allah me hizo conocer la realidad de mi alma, alabado sea Dios y gracias le sean dadas. Se produjo esto el jueves 8 del mes de rayab del año 1125 (31 de julio de 1713). Salí de casa y Dios me proveyó por mano de algunos de sus siervos de cuatro monedas y compré con ellas pescado y lo llevé a casa. Me dijo mi mujer: “Ve a Sidi Ali Hirzihim y traenos aceite para freír este pescado” así que me marché y cuando llegué a Bab Futûh (la puerta des aperturas) me entró un estremecimiento seguido de un intenso temblor.
A continuación sentí en mis carnes un fuerte hormigueo y a cada paso que andaba, aumentaba más la vehemencia de mi estado hasta que llegué a la tumba de Sidi Yahia ben ‘Allal, Dios nos beneficie con él, que se encuentra en el camino de Sidi Ali ben Hirzihim. Mi estado se recrudeció, mi pecho pasó a agitarse con potentes espasmos hasta tal punto que la clavícula me golpeaba la barba. Me dije: “Esto es la muerte, no hay duda de ello”. Entonces echó a salir algo de mi cuerpo como cuando sale el vapor de una cuzcutera y mi cuerpo empezó a crecer hasta que se volvió más alto que todo lo demás. Las cosas se me iban desvelando como si las tuviese delante, al alcance de mis manos; vi entonces los pueblos, las ciudades y las aldeas y vi todo lo que hay en esta tierra, vi a la cristiana dando el pecho a su niño en su regazo, vi todos los mares y las sietes tierras y todo lo que ellas contienen, con sus animales y sus gentes y vi el cielo como si me encontrase arriba mirando lo que se encuentra en él.
Entonces, una luz intensa, semejante a un relámpago arrebatador que me rodeó por todas las partes, vino por encima de mi, por debajo, por mi derecha y por mi izquierda, de frente y por la espalda y sentí un frío inmenso hasta tal punto que me di por muerto. Me apresuré a tenderme en el suelo cubriéndome el rostro pero cuando me tumbaba advertí que todo mi cuerpo eran ojos, que veían mis ojos, mi cabeza, mi pie y todos mis miembros y veía mis vestidos y me percataba que no impedían la capacidad de visión que había impregnando mi cuerpo y que el hecho de tumbarme de cara o de quedarme de pie no cambiaba para nada la situación.
El estado me duró una hora y luego cesó y me encontré en mi estado normal. Volví a la ciudad sin poder llegar a Sidi Ali Hirzihim temiendo por mi mismo y rompí a llorar. Este estado volvió una hora y luego me dejó. Volvió a venirme durante otra hora y a cesar una hora después, hasta que mi cuerpo se fue adaptando a ello. Tras esto, desaparecía una hora durante el día y otra hora durante la noche y al final ya no desapareció más”.