Diccionario sufí: al-zuhd

Al-zuhd, el desapego

El desapego es el vacío del corazón que no reconoce otro apego que el que corresponde a Dios o la fría indiferencia del corazón y el distanciamiento del alma respecto al mundo. El desapego del común de los creyentes  es la renuncia, en cualquier asunto, a todo lo que vaya más allá de la estricta necesidad. El desapego de los escogidos es la renuncia a todo lo que distancia de Dios en cualquier circunstancia. El desapego de los predilectos es la renuncia a poner la atención en todo lo que no sea Dios, a cada instante. En pocas palabras, el zuhd es la indiferencia del corazón respecto a todo lo que no sea Él, respecto a todo deseo que no sea el deseo hacia Amado. El zuhd es la causa del Amor (maḥabba), como dijo el Profeta: “Desapégate del mundo, Dios te amará” ; es también el motivo que empuja a emprender el camino espiritual (ṭarîq) y el de la llegada (wuṣûl) a la meta suprema, pues el corazón no puede caminar en tanto que esté encadenado a otra cosa que no sea el Amado (ḥabîb).

Notas

Dice Jean-Louis Michon: “He creído conveniente no traducir el término zuhd por “ascesis”, tal como hace frecuentemente Massignon, porque la ascesis evoca una idea de esfuerzo que está prácticamente ausente en este contexto. En efecto, en el primero de los grados de zuhd se trata de no dejarse apresar por las cosas o eventos, en el segundo, por los deseos y en el tercero por los pensamientos, es decir, por todo aquello que ata el ser humano al mundo de los sentidos, al mundo del alma, y le impide alcanzar a su Señor. Salvo para el grado del común de los creyentes, para el resto, el esfuerzo es interior y no se especifica que implique un combate difícil sino solamente un desapasionamiento respecto a las cosas consideradas accesorias.

Esa indiferencia supone un distanciamiento respecto al aspecto exterior de nosotros mismos, de nuestro cuerpo y de nuestra alma / mente, es decir de todo aquelllo que consideramos nuestra “persona” que no es sino una “máscara” que cubre nuestra verdadera identidad (ḥaqîqa). La práctica del zuhd consiste en mantener una atención vigilante hacia todos los actos corporales y mentales siendo simultáneamente conscientes de que lo que realmente somos está más allá de todos los eventos tanto físicos como mentales que experimentemos. Estos eventos que se manifiestan en la pantalla de nuestra mente son similares a los fotogramas de una película que se proyectan en una pantalla de cine o televisión o, como explican los maestros, las imágenes que se reflejan en un espejo. Solo si la mente se olvida del espectador (al-baṣîr) puede sumergirse en la película, sucumbir al hechizo del espejo, ser afectada por las emociones, las pasiones y los pensamientos y acabar arrastrada por la corriente del tiempo y del espacio. Este olvido o distracción (gafla) que cubre (kâfir) el entendimiento es la causa del alejamiento de Dios y de su consecuente proceso de recuerdo (ḏikr), proceso que no es otro que el camino hacia el despertar de la mente embelesada por la Majestad (ŷalâl) y la Belleza (jamâl) divina que se despliega ante sus ojos. Porque para el musulmán, el mundo (dunya) es el Rostro de Dios, por lo que el Profeta prohibió despreciarlo o desdeñarlo, tal como dijo en un hadiz: “No desprecies el mundo porque el mundo es el rostro de Dios”. El musulmán no ve el mundo como algo malo o menospreciable, sino que lo trata con suma cortesía (adâb) y consideración, pues sabe que es el aspecto aparente (ẓâhir) de su Señor (rabb), una mitad del círculo de la perfección (kamâl) divina y que Dios es siempre más grande (Allahu akbar). La verdadera renuncia o victoria sobre el mundo consiste pues en devolverle a su sitio, a su condición relativa dentro del Misterio insondable (ṣamad) divino que lo envuelve, lo sustenta y lo anonada.