De Muhammad al Mahdi
Una época oscura como esta, donde la mentira, la injusticia, el abuso, el nepotismo y la inmoralidad asolaban el mundo. La tierra entera necesitaba un profeta; y Allah lo envió.
El padre enterraba a su hija; el marido abusaba de la mujer; el rico estafaba y esclavizaba al pobre; el hombre adoraba ídolos; la ignorancia estaba generalizada y la falta de referencias morales brillaba por su ausencia.
Un hombre pleno de luz, de una educación exquisita, con una oratoria digna de emperadores y reyes; de una fiabilidad total. Un hombre que no mentía, no estafaba, no abusaba y a todo el mundo socorría. De la estirpe de Abraham, de una familia en la que generación tras generación nadie nació a causa del adulterio. Un receptáculo puro para las Palabras puras de Allah. Un nicho de aceite resplandeciente. Un olivo que no es ni oriental ni occidental.
Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – fue enviado y con él la luz y las bondades Divinas pues él era el punto donde se reflejaban. Mejor que la Kaaba y todos los templos sagrados de todas las épocas, que aunque lo hicieran juntos, no podrían rivalizar con él en grandeza, pureza y luminosidad.
El heraldo anunció su nacimiento; a su paso reverdecían los yermos, resucitaban las ubres del ganado, florecía la bondad, la cual él transmitía con su sola presencia. La rúbrica y el colofón de la profecía; el contacto entre los cielos y la tierra; la referencia de los buenos; el ejemplo de los sinceros; el báculo del peregrino en el Camino Recto, el Camino Recto mismo en todo su esplendor.
Predicaba en llanos y montañas; guiaba a las caravanas que transitaban por el camino del bien; se mostraba a la gente como un hidalgo caballero sobre una montura de verdad; parlamentaba con los creyentes prestando cumplida atención a cada uno de ellos; luchaba en el camino de Allah perdiendo en las batallas a algunos de sus íntimos; vivía humildemente entre los suyos pudiendo haber residido en lujosos palacios, llamando hermanos a aquellos que le siguen y aman; protegiendo a la minoría de los creyentes que le seguían, cuando prisioneros de los quraychitas antiguos y modernos aparentaban estar en minoría de fuerzas.
Ahora, en estos tiempos el mundo se encuentra a punto de dar a luz. La tierra es saqueada, los principios morales humanos desaparecen y afloran la agresividad, las guerras, los latrocinios, los abusos de todo tipo. Se esclaviza al hombre por el hombre; se miente día y noche; se adoctrina a la gente para producir beneficios para unos pocos. Los gobernantes inflan sus bolsillos y sus maletas de dinero mientras otros mueren de hambre. Y la hipocresía es tan grande que se nos quiere hacer creer que vivimos en el mundo de la libertad y los derechos. La mentira entra fácil porque el ser humano ha perdido el Norte, y con él la inteligencia, la destreza; donde había luz ahora hay oscuridad; donde antes había palabra ahora hay mentira. El mal aflora de los corazones como el agua aflora del manantial, y el bueno es olvidado porque para triunfar ha y que engañar. Corazones duros como las piedras o más duros aún. Gentes que mienten sobre religión con un descaro fuera de toda nobleza; oportunistas en busca del oro a cualquier precio.
Por eso el mundo espera a alguien que vendrá a restablecer la justicia; alguien a quien ese mismo profeta bueno y noble nombró en numerosas ocasiones diciendo que le hubiera gustado vivir en su época. No es un profeta, aunque si es hermano de profetas.
El mundo ha esperado tanto que muchos muestran escepticismo ante anuncios como este; pero “no desespera del Favor de Allah sino el pueblo incrédulo”. Ahora solamente queda observar cual es el momento adecuado, y aunque algunos pocos morirán antes de que ello se presente, no serán muchos, si Allah lo quiere.
Cuando llegue temblarán los poderosos y se alegrará el pueblo llano; la tierra dará el doble de frutos, así como los mares; la bandera de la justicia ondear en los mismos mástiles donde ahora ondea la de la injusticia. La Verdad brillará y la mentira se eclipsará. Viviremos lo que nunca pudimos soñar, porque cuando llega el momento no hay marcha atrás.