CONCORDIA: con corazón


[Las trece palabras que me han guiado a la hora de escribir este artículo -que siempre van en negrita son, por orden alfabético: acorde, acuerdo, concordia, coraje, corazón, cordial, cordón, cuerda, cuerdo, discordia, incordio, misericordia y recordar. Todas provienen del latín cor-cordis, en griego καρδία, términos que a su vez derivan de la raíz indoeuropea *kerd: “corazón”.]


Vivimos malos tiempos, de discordia. Nos enfrentamos por nimias diferencias, que deberían atraernos -más que incomodarnos-, ya que con ellas podríamos enriquecer nuestra unidimensional visión del mundo, de las personas y las cosas. Sin embargo, los otros nos parecen solo incordios,
gentes con las que no tenemos la intención de estar de acuerdo, pues pertenecen a otra religión, a otro partido político, a otra etnia, o a otra forma de entender la realidad. Olvidamos que la conjunción de diferentes notas, incluso aparentemente disonantes, es la que produce los más bellos
acordes.

Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas (1)
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el Amor.
Da igual a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe. (2)


Hay que tener coraje para emprender un camino tan cordial como el que proponía el místico murciano Ibn Arabí. El mismo que siguió el maestro persa Rumi, Mawlānā, cuando decía:

El profeta Salomón tenía como servidoras a todas las aves. Como entendía su lenguaje, se habían hecho buenos amigos. Existen así Indios y Turcos que se hacen buenos amigos, aunque hablen lenguas diferentes. También existen Turcos que hablan la misma lengua y llegan a ser extraños entre sí. La que
importa es la lengua del corazón y más vale ponerse de acuerdo por esa lengua que por la palabra.(3
)

San Francisco de Asís, que también conocía el lenguaje de los pájaros, relata así su encuentro con el hermano Gil:

En cuanto nos hemos abrazado, la luz de la divina sabiduría me ha manifestado a mí su corazón, y a él el mío; y así, por la acción divina, mirándonos mutuamente en los corazones, hemos conocido lo que yo quería decirle a él y lo que él quería decirme a mí mucho mejor y con mayor consolación que si nos hubiéramos hablado con la boca. Y, si hubiéramos querido explicar con la voz lo que sentíamos en el corazón, hubiera servido, más bien, de desconsuelo que de consolación, por la limitación de la lengua humana, que no es capaz de expresar los secretos misterios de Dios. (4)

Es la senda del amor: el único y sencillo mandamiento con que Jesús resumió toda la retahíla de restrictivas normas del Antiguo Testamento, y que supo interpretar tan audazmente san Agustín:

Así, pues, de una vez se te da este breve precepto: Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz del amor; de dicha raíz no puede brotar sino el bien. (5)

El mismo mensaje que Sófocles supo poner bellamente en los labios de Antígona:

Yo no he nacido para compartir el odio, sino el amor. (6)

Un camino con corazón. Como el que le aconsejaba seguir el brujo yaqui, don Juan Matus, a su aprendiz el antropólogo Carlos Castaneda:

Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es solo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Solo entonces sabrás que un camino es nada más un camino, y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo, si eso es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición. Te prevengo. Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. Es una pregunta que solo se hace un hombre muy viejo. Mi benefactor me habló de ella una vez cuando yo era joven, y mi sangre era demasiado vigorosa para que yo la entendiera. Ahora sí la entiendo. Te diré cuál es: ¿tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir la vida. (7)


En Egipto y en Grecia, los Padres del desierto y los monjes cristianos hesicastas, que buscaban la calma interior o hesiquia, practicaban una especie de yoga, la onfaloscopia, literalmente, “mirarse el ombligo”, como queriendo conectarse de nuevo con el cordón umbilical que nos unía a la Madre, mientras recitaban la Oración del Corazón: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, apiádate de mí pecador. Como esa otra oración que algunos rezábamos de pequeños, cuando la Madre seguía merodeando a nuestra vera: Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón.
Añejos, como estamos algunos, tal vez hoy podríamos decir: ten misericordia de mí, que, en este mísero mundo, donde la discordia se propaga sin sentido y sin corazón en las enmarañadas redes virtuales que nos enredan, sigo agarrado a la cuerda primigenia que nos ata y que nos une. La que, en el fondo y en silencio, nos hace estar de acuerdo. Ese cordón umbilical que algunos recordamos, y que, en este enloquecido mundo, es lo que nos mantiene cuerdos.

Con corazón.


Pedro Fernández Álvarez

1 En referencia al jardín de las gacelas, o parque de los ciervos, en Sarnath, a las afueras de Benarés, donde el Buda pronunció sus primeros discursos. 2 Ibn Arabí, Kitāb al Dajā’ir.
3 Yalal ad-din Rumi, Masnavi.
4 Francisco de Asís, I fioretti.
5 San Agustín, In Epistolam Ioannis ad Parthos.
6 Sófocles, Antígona.
7 Castaneda, Las enseñanzas de don Juan.