Comentarios al diccionario sufí de Ben ‘Aŷiba

El Mehdi Flores

El término árabe taṣawwuf que traducimos por “sufismo” está sujeto a discusión y se han propuesto diferentes teorías para explicar su origen. El cheij Ben ‘Aŷiba menciona algunas de ellas y opta por la más aceptable desde el punto de vista etimológico haciéndola derivar de la palabra árabe ṣûf que significa “lana”. El vestido de lana tosca, sin teñir, que llevaban muchos profetas y ascetas bíblicos era signo de renuncia a las vanidades del mundo y símbolo del cordero sacrificial que se entrega, manso y confiado, a su dueño. Esos calificativos, entre otros, son los que emplea el Corán para calificar al profeta Ibrahim: múslim “que  entrega su alma” (nafs), halîm “manso” y mu’min “confiado”.

En un primer momento, Ibrahim no había entendido correctamente, como dice Ibn ‘Arabí, la visión en la que se ve sacrificando a su hijo porque no la había interpretado (ta’wil). El hijo que debía sacrificar era él mismo, su persona, su alma, su prestigio, sus pertenencias, su deseo de reconocimiento y posteridad. Todo lo que se entiende generalmente con el término árabe de nafs. Y es la sangre de ese sacrificio lo que se convertirá en el tinte (ṣibga), el carácter o marca que señalará a la grey o comunidad (milla) de Ibrahim tenido como el patriarca (imam) de la religión islámica así como de los Banu Isra’il y del cristianismo.

El símbolo del sacrificio del cordero es común a todas las comunidades abrahámicas aunque en el judaísmo se asoció de manera especial con el sacrificio pascual y el éxodo del pueblo hebreo de Egipto y en el cristianismo con el sacrificio de la cruz por el que Jesús se convirtió para los cristianos en el Agnus Dei o Cordero de Dios por antonomasia. El islam viene a recuperar el concepto espiritual del símbolo desligándolo de toda interpretación histórica y devolviéndolo a su origen: la de la entrega de la persona (islam al-nafs) a su rabb, (dueño, criador).

De ahí que el sufí, “el que se ha revestido de lana” (taṣawwafa) se reclame auténtico seguidor de la religión primordial de Abraham, que no era judío ni cristiano, religión que no es otra que la que vino a recordar y confirmar a la humanidad el Profeta Muhammad. Ibrahim es el imam de esta comunidad, el primero de una larga cadena iniciática (silsila) que tiene al Profeta Muhammad como señor (sayyid /cheij) de toda la congregación (qawm) de sufíes.

La idea de que los profetas mencionados en el Corán forman parte del qawm de sufíes es expuesta por Ŷunaid, el guía indiscutible de la escuela sufí iraquí (m. 910):

 “El sufismo se fundamenta en ocho cualidades ejemplificadas en ocho profetas: la generosidad de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo; la sumisión de Ismael, que se sometió al mandato de Dios renunciando a su vida; la paciencia de Job que soportó con paciencia terribles aflicciones y los celos del Misericordioso; el simbolismo de Zacarías a quien dijo Dios “No hablarás a los hombres durante tres días más que por signos” y luego “cuando imploró a su Señor con una invocación secreta”; la extranjería de Juan que fue extranjero en su propio país y extraño a sus propios parientes entre los que vivía; el hecho de ser un peregrino como Jesús, que estuvo tan desapegado de los bienes de este mundo que conservaba solamente una copa y un peine, copa que tiró cuando vio a un hombre beber en la palma de su mano y peine que arrojó cuando vio a otro otro hombre peinarse con los dedos; el uso de la lana (ṣûf) por Moisés cuya vestidura era de lana y la pobreza (faqr) de Muhammad, a quien Dios le ofreció la llave de todos los tesoros que están sobre la faz de la tierra y él respondió: “Señor, no los deseo, concédeme en cambio comer un día y pasar hambre el día siguiente”.

Otra interpretación que se ha propuesto es la que hace derivar la palabra ṣûfî del verbo ṣâfâ que significa “elegir para sí” de donde en pasiva ṣûfî, que significaría “ha sido elegido por Dios para sí” “ha sido elegido por Dios como amigo”.

La relación del término sufí con ahlu-ṣ-ṣuffa o la “Gente del banco o de la tarima” también se ha mencionado por parte de algunos estudiosos. Eran pobres Emigrados a Medina que no tenían domicilio fijo y a los que el Profeta les ofreció la mezquita de su casa en la que les preparó una tarima sobre la que pasaban la noche en oración y veladas espirituales a las que asistía con frecuencia el Profeta. El Profeta les invitaba a menudo a su mesa, vivían de la limosna y recibían los dátiles de las palmeras de la mezquita. Entre los más célebres de estos sufíes se cuentan Abu Huraira, “el de la gatita” uno de los primeros doctores del islam, cuya memoria prodigiosa le permitió memorizar todo el Corán y numerosos hadices del Profeta; Salmán el persa, nacido y criado en la religión de Zaratustra, seguidor después de monjes cristianos en Siria y vendido como esclavo a un judío de Medina, que oyendo hablar de Muhammad se cayó de la alegría de la palmera donde estaba subido y Bilâl, el esclavo negro torturado por su dueño por haber abrazado el islam y que se convertiría en el primer almuédano del islam.

Según Ibn Isḥâq en su obra Ajbâr Makka (Noticias de Meca) el término sufí habría sido ya conocido incluso antes del islam para referirse a la gente de virtud excelente (ahl al faḍl wa-l ṣalâḥ). Según Sarrâŷ, en su libro Kitâb al-Luma‘, el hecho de que el término no aparezca citado en las crónicas hasta los tiempos de Ḥasan al-Baṣrî (m. 110/728), en el primer siglo de Hégira, se debe a que en tiempos del profeta no había un título más noble para calificarlos que el de “Compañeros” (saḥâba).