Aunque pusieran el Sol en mi mano derecha y la Luna en la izquierda…

A-s-salamu ‘alaykum – La paz sobre vosotros

Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – recibió la orden Divina de hacer conocer su misión profética a su familia y próximos. Sus íntimos contestaron sin vacilación a la llamada: Ali, Abu Bakr, Zayd (su hijo adoptivo), y otros de su entorno familiar. Para llevar a cabo el mandato divino invitó a su familia a una comida a fin de tenerlos a todos reunidos de una sola vez.

Amonesta a tu familia y a quienes están cerca de tí (Surat 26 – 214)

Cortó un pequeño pedazo de carne y lo distribuyó de tal manera que todos los platos quedaron llenos. Lo mismo hizo con una pequeña cantidad de agua que sació a todos los asistentes. Al ver aquello todos quedaron maravillados y aprovechando esta situación, Muhammad encontró el momento propicio para hablar. Les comunicó su misión profética y ellos escuchaban sus palabras con una gran atención. Hasta que Abu Lahab, viendo le peligro que podía correr su forma de vida si le seguían prestando atención, reaccionó diciendo:

“Vuestro anfitrión os ha embrujado; lo que ha hecho con la comida lo pretende hacer con vosotros”. Entonces todos reaccionaron poniéndose del lado de Abu Lahab.

Muhammad, viendo esto, hizo una última tentativa. Al día siguiente les convocó de la misma manera y realizó exactamente el mismo prodigio con la carne y con el agua. Entonces tomó la palabra diciendo:

Hijos de Abdu-l-Muthalib; no conozco a ningún árabe que haya venido a su gente con un mensaje más noble que el mío. Os traigo lo mejor de este mundo y del otro. Allah me ha ordenado que os llame a El. ¿Quién de vosotros entonces me ayudará en esto y será mi hermano, mi albacea, y mi sucesor entre vosotros[1]

Todos guardaron silencio, incluídos Ya’far y Zayd que siendo ya musulmanes no consideraban que el ofrecimiento fuera para ellos. Viendo que nadie hablaba, Ali – que Allah ennoblezca su rostro – que a la sazón solamente tenía 13 años, dijo:

Profeta de Allah, yo seré quien te ayude en esto

El Profeta puso su mano sobre la cabeza de Ali, y dijo:

“Este es mi hermano, mi albacea y mi sucesor entre vosotros. Escuchadle y obedecedle”.[2]

Entonces los hombres, sintiéndose humillados, se pusieron de pie, riendo y diciendo a Abu Talib:

Ha ordenado que escuches a tu hijo y le obedezcas[3]

Mientras tanto el número de musulmanes iba creciendo. Casi todos los conversos eran de clase humilde, ya que los poderosos de la ciudad temían que la nueva religión acabara con sus privilegios. Ellos no contestaban la veracidad del mensaje del Profeta; si hubieran estado seguros de que dicho mensaje les hubiera procurado continuar acumulando riqueza lo hubieran seguido. Pero para ellos, gentes cortas de mente, los dioses eran intocables y eran el reclamo llamada para que gentes de todos los lugares vinieran a circunvalar la Kaaba, pues solamente los judíos y los arrianos creían en un Dios Único y sin asociados.

El Mensaje del Islam contradecía las actitudes salvajes que se habían impuesto y extendido en la sociedad mekí. Los esclavos eran tratados como animales; las hijas primogénitas eran enterradas vivas, pues se consideraba una vergüenza que el primer hijo no fuera varón; matrimonios polígamos que a veces juntaban a hermanas, o a madres e hijas con el mismo marido. La llamada a tratar bien a los esclavos o criados; la llamada a la hermandad entre los creyentes, fueran de la condición social que fueren, era una amenaza para una forma de vida patrocinada por gentes orgullosas e implacables que habían caído en lo más bajo de la brutalidad humana.

Por esto, viendo amenazada su prosperidad, se reunieron los nobles de la ciudad y convinieron en decirle a Abu Talib , padre de Ali y tío del profeta, que ofrecieran a éste riquezas o realeza o una posición de honor, incluso el mando sobre ellos mismos, si él renunciaba a su Mensaje.

Abu Talib entonces se presentó ante Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – y le hizo partícipe del ofrecimiento de los quraychitas diciendo:

Hijo de mi hermano, ten consideración de mí y de ti mismo. No me cargues con un fardo mayor que el que puedo aguantar.

El Profeta le respondió diciendo:

Juro por Allah que aunque ellos pusieran el Sol en mi mano derecha y la Luna en la izquierda para que abandonara esta misión antes que El la haya hecho victoriosa, a no ser que muriera en el empeño, no la abandonaría”

Esta frase dicha por el profeta es una de las frases épicas, históricas, nobles, elevadas y definitivas de toda la Historia de la Humanidad. Una prueba fidedigna de la Veracidad absoluta de la misión del Profeta; ya que lo que procede de Allah es mucho más grande que todas las riquezas de la tierra y del universo. Una gota de esa Verdad infinita y eterna es superior a todos los océanos de riquezas de este mundo. Unas riquezas que traicionan a sus detentores pues constituyen una prueba enorme para aquellos que disfrutando de ellas oprimen a propios y extraños con una ferocidad y una insolencia fuera de toda medida. Quien cae esclavo de esas riquezas se convierte en lo peor de la Humanidad; la mano que aflige a los oprimidos, y sin duda pagará por sus acciones, pues la vida es corta y los resultados nos esperan a la vuelta de su corto recorrido, sino lo hacen antes por Decisión divina.

Hoy, algunos, en nombre del Islam, predican desde cátedras de plata, oro y diamantes; y si, por ventura, les ofrecieras el Sol en la mano derecha y la Luna en la izquierda, extenderían el manto, no satisfechos, para preguntarte qué planeta podrías poner en él. Ávidos de riqueza y posición engañan a propios y extraños convirtiendo la religión en una élite de codiciosos que enseñan a los mansos que confían en sus mentiras. Hoy, gran parte de los que dicen enseñar el Islam, en sus actitudes nos recuerdan más al Quraysh que a aquellos primeros musulmanes quienes debieron sufrir vejaciones de toda clase.

Hoy los musulmanes de bien experimentan dichas vejaciones que se asemejan a las de los primeros musulmanes de la Meca.

Esto cambiará, sin duda, es una promesa verídica del Señor de los mundos, que cuando llegue a la tierra nadie podrá contestar. Hoy, estamos más cerca de ese desenlace bendito que dará lugar a acontecimientos memorables y extraordinarios. Hoy estamos en el preludio de ellos; esperemos un poco de tiempo y veremos maravillas, in sha a Allah.


[1] Es necesario tener en cuenta el contexto. El Profeta – sobre él la plegaria y la paz – se estaba refiriendo únicamente a la gente de su familia, no a los musulmanes presentes y futuros en general.

[2] Ver nota 1

[3] Tabari (1171)