Al-muṭma’nîna, el sosiego

Por el cheij Aḥmad ben ‘Aŷîba. Comentarios de El Mehdi Flores

Al-muṭma’nîna, el sosiego es la tranquilidad del corazón que se vuelve hacia Dios, inmune a toda inquietud o desasosiego, confiado en la garantía divina, satisfecho con saber que Dios está al corriente de todo y establecido firmemente en la gnosis (ma‘rifa).

El sosiego puede presentarse sin necesidad de que se descorra el velo, (ḥiŷâb) por mediación de las pruebas tradicionales, por el recurso a la reflexión meditativa (fikra), por la práctica perseverante de la obediencia a los preceptos divinos y por la disciplina espiritual.

Puede llegar también tras la desaparición del velo, por la consolidación de la intuición contemplativa (tamkîn al-naḏra) y el arraigo en la gnosis.

Así, para algunos, la certidumbre sosegada de que Dios existe se adquiere por la vía de pruebas y demostraciones, mientras que para otros, el sosiego resulta de una visión directa (‘iyân) de Dios que se les muestra aparente.

Hay pues tres grados de sosiego: el primero es el de los ulemas, el segundo el de los celosos adoradores (‘ubbâd), los ascetas (zuhhâd) y los virtuosos (ṣâliḥûn); el tercero es el de los gnósticos (‘ârifûn) y el de los allegados (mutaqarribûn).

Comentarios

En la azora de La Aurora (Al Faŷr) aleya 27, leemos:

¡Oh alma sosegada, regresa a tu Señor, complaciente y complacida y entra en mis siervos y entra en mi Jardín

(Yâ ayyatuha-l nafs, arŷi‘ ilà rabbika râḍiya wa marḍîya fa-djulî fi ‘ibâdî wa-djulî ŷannatî ).

En el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz se alude también al sosiego y a la aurora en unos bellos versos que resuenan asombrosamente con el comienzo exclamativo de la azora de la Aurora:

“Mi Amado las montañas

los valles solitarios nemorosos

las ínsulas extrañas

los ríos sonorosos

el silbo de los aires amorosos

la noche sosegada

en par de los levantes de la aurora,

la música callada

la soledad sonora

la cena que recrea y enamora”.

Y comentando estos versos dice San Juan de la Cruz:

la noche sosegada,

En este sueño espiritual que el alma tiene en el pecho de su Amado, posee y gusta todo el sosiego y descanso y quietud de la pacífica noche y recibe juntamente en Dios una abisal y oscura inteligencia divina; y por eso dice que su Amado es para ella: «la noche sosegada».

en par de los levantes de la aurora,

En este sosiego se ve el entendimiento levantado con estraña novedad sobre todo natural entender a la divina luz, bien así como el que después de un largo sueño abre los ojos a la luz que no esperaba… Entonces es abismo de noticia de Dios la que le posee”.

La iluminación auroral (išrâq) viene acompañada de sosiego, descanso y quietud, de una relajación del alma que al recibir el abisal conocimiento divino (ma‘rifa) se le hace aparente quién es su Señor (rabb), a la vez que se le muestra simultáneamente quién es ella, de tal modo que ambos estados aparecen como una biunidad inseparable, biunidad que Juan de la Cruz expresa con la locución, nunca entendida bien por los filólogos,  “en par de”: en pareja con, al mismo tiempo que, simultáneamente que, etc. El descubrimiento de quién es el siervo lleva aparejado ipso facto el conocimiento de quién es el Señor: “Quien conoce su alma, conoce a su Señor” (man ‘arafa nafsak, ‘arafa rabbak)

En los Evangelios, por ejemplo, en la escena del encuentro en el jardín (genna) entre  María Magdalena y el “Hortelano”, ese reconocimiento recíproco (ta‘arruf) viene indicado con dos exclamaciones: la primera, la llamada del Señor a su sierva: ¡María! y la segunda, la respuesta iluminada de María: “Rabbuní”: ¡mi Señor!

A partir del reconocimiento mutuo, la aleya coránica “adonde dirijáis vuestras miradas, allí está el Rostro de vuestro Señor”, dice mucho más de lo que parece: Lo que está más allá de toda forma, toma rostro en todos los rostros, sin que se abrogue nunca el axioma “Kâna Allahu wa la šay’ ma‘hu”. (Dios es y nada con Él). Como dijo al respecto Ibn ‘Arabi: “Te equivocarás diciendo sí y te equivocarás diciendo no”.

Ese estado de “biunidad” en el que el coexiste simultáneamente (en par de ) la multitud y la unidad, es el estado paradisíaco en esta tierra, tierra que se vuelve traslúcida y muestra, a la vez que oculta, las realidades espirituales. El Rostro de Dios (Waŷhu-Llah) es simultáneamente la esencia y la existencia, lo aparente y lo oculto, el yo y el tú, la forma y el fondo, el Rabb y el ‘Abd y esa biunidad es la característica de la creación, como dice el Corán: “He creado todo en parejas”.

Dios se manifiesta a través de sus criaturas y es a través de ellas como contemplamos a Dios. La luz solo se hace visible a traves del prisma del ojo. Y el corazón (qalb) es el crisol donde se transforman (taqallaba) las formas opacas en formas luminosas de tal modo que se pueda decir junto con el Profeta Muhammad: “He visto a mi Señor en la más bellas de las formas”.

No es otra la enseñanza sobre la doble naturaleza de Jesús que propone la teología islámica, en la que no se confunden nunca rabb y ‘abd, que  coexisten sin anularse. Padre e Hijo, Rabb y ‘Abd, son manifestaciones de una realidad divina “abisal y oscura” a la que se conocemos como Allah. Y cuando decimos “Allahu Akbar” queremos expresar que Allah engloba y supera toda biunidad en un abismo de incomparable Aḥadiya o No-dualidad más allá de los conceptos e imaginaciones mentales.

La respuesta de Jesús a Felipe que le pedía que les mostrase al Padre: “Quien Me ha visto, ha visto al Padre” no hace referencia de ningún modo a la “divinidad” (uluhiya) de Jesús; Jesús jamás dijo ni podría decir que él es Dios, sino alude a la biunidad del Padre y el Hijo y en cuanto dependen el uno del otro para existir (no hay hijo sin padre ni padre sin hijo) no pueden equivaler a Dios, que es independiente de toda manisfestación al mismo tiempo que sostiene a todas. Como diría magistralmente Ibn ‘Arabí: “Dios es Jesús, pero Jesús no es Dios”.

Ese estado de proximidad (qorba), de familiaridad, es lo que carecteriza la categoría de los mutaqarribûn (los familiares, los allegados), de los que el profeta Jesús, como dice el Corán, forma parte.

Volviendo al concepto de sosiego; al-muṭma’nîna es la naturaleza del paraíso, la relajación total (salâm), la ausencia de las tensiones, inquietudes o agitaciones del alma, que ya no opone resistencia, en cuanto que se siente com-placida en el regazo del Misericordioso que a su vez se siente com-placido con ella. Esa Com-placencia (Riḍwân) es la que se expresa con los términos “râḍiya wa marḍîya” y nos indica perfectamente cuál es la naturaleza del Paraíso.

¡Qué Allah nos permita disfrutarlo algún día!