Al Mansur (Almanzor) – héroe para unos – villano para otros
Un personaje controvertido, sin duda alguna, fue Muhammad Ibn Abu Amir apodado Al Mansur (Almanzor)
Nacido en el actual Torrox, en 939; su padre (Abdu-l-Lah) era cortesano, retirado voluntariamente al observar las ya muchas corruptelas que se habían instalado en la corte cordobesa. Las fuentes sirias relatan que se retiró a su ciudad de origen para practicar el ascetismo. Su abuelo fue cadi de Sevilla, y él de joven quiso estudiar Derecho para convertirse en Qadi (Juez)[1]; por ello se dirigió a Córdoba que era la capital de un califato que ocupaba una gran parte de la Península Ibérica y del actual Marruecos.
En una época en la que en la ciudad acudían muchos cristianos del Norte para estudiar Filosofía y traducción, estableció relaciones con jóvenes que fundamentalmente procedían de Navarra. No hay que olvidar que en tiempos del autoproclamado jalifa Abderrahman III, Navarra era un reino aliado de Córdoba; hasta tal punto que muchas mujeres navarras contraían matrimonio con altos cargos de la corte cordobesa.
La ascendencia de Al Mansur era árabe, concretamente yemení; casi con toda seguridad descendientes de aquellas familias yemeníes que se instalaron en la Península poco antes de la llegada de Abderrahman I (A-d-Dajil) a las playas de Almuñécar para después proclamarse emir de Córdoba. Si ya la epopeya de Abderrahman I es digna de ser considerada como una segunda Eneida, el periplo de Al Mansur debería estar escrito en los anales de la sinrazón y de la codicia.
Como buen jurista sus principios fueron rectos; se trataba de un joven simpático, dicharachero; hacía amigos con facilidad. Pronto, debido a sus conocimientos legales y matemáticos rigió el negocio del que pronto sería su suegro. Su esposa, Asma’ era una mujer sabia y bondadosa, pero no pudo darle hijos, por lo cual tomó una segunda esposa navarra llamada Urraca y posteriormente Abda, la cual fue madre de Sanchuelo.
Su padre murió en Trípoli a la vuelta del peregrinaje y Almanzor quedó sin recursos, por lo cual hubo de abandonar sus estudios. Se las arregló para hacerse escribano, y gracias a su facilidad de contacto bien pronto recaló como secretario del cadi. Fue el visir Jafar al Mushafi quien le introdujo en la corte califal, haciéndose íntimo amigo bien pronto del heredero del califato Al Hakam II.
Abderrahman III había perdido la cabeza debido al gran poder que ostentaba; el cadi de Córdoba incluso llegó a dimitir al observar el irreflexivo amor al lujo y a la ostentación del califa. Por no hablar de sus paranoias. De miedo a que su hijo al Hakam, debido a los excesos del padre, quisiera arrancarle el califato, le prohibió casarse; siendo esta decisión con el tiempo la causa indirecta de la caída del califato. Abderrahman con el tiempo le buscó una concubina navarra llamada Aurora (Subh) la cual, siendo al Hakam ya mayor le dio a Hisham.
Desde su entrada en la corte fue tomando poder gracias a Al Hakam, tanto que llegó a poseer por diversas razones cinco ministerios a la vez. De principios rectos se dejó seducir por la ambición, y muy a pesar de los consejos de su esposa Asmaa, se fue convirtiendo cada día más en un personaje siniestro. Las fuentes sirias dicen que se divorció de Asma’ para acallar su mala conciencia al no tener ya a nadie que le aconsejara de manera sabia y verídica.
Murió Abderrahman III de un ataque de corazón y le sucedió Al Hakam II. Este último era un hombre justo y sapientísimo. No hay que olvidar que la biblioteca de Córdoba contaba con 400.000 volúmenes gracias a él. Por aquellos entonces no existía la censura intelectual, ya que el Islam había recalado fuertemente en la población, y el hecho de que hubiera en la biblioteca otros escritos de otras culturas antiguas y contemporáneas era contemplado como un más valor, siendo como era, que los lectores de la época solían extraer como consecuencia la prioridad del Islam sobre las otras ideologías que con la existencia pública de esas obras se podrían rebatir con mayor facilidad.
Cuando falleció al Hakam, Mansur tenía muchísimo poder. Amigo de Subh, la concubina del califa, y madre del sucesor Hisham, le ayudó a ser nombrado regente hasta que su hijo alcanzara la edad de gobernar.
Se rodeó de una guardia llamaba saqáliba, compuesta por eslavos, a los que encargó ser policía de las buenas costumbres, ahogando así la vida fluida de la ciudad. Algunos consideran que la descendencia de los vascos es eslava, debido a la nada casual coincidencia (según algunos) de los guardias eslavos y la alianza de Córdoba con los vascos y los navarros.
Pero Almanzor traicionó la memoria de su amigo Al Hakam II; traicionó a su mentora y al muchacho. Deseando quedarse con todo el poder y expulsar de él a Hisham, le maleducó de niño, y ya a su pubertad le llenó el harem de concubinas; le prohibió la lectura y el estudio y le inició en una vida indolente y sin principios. Llegado a la mayoría de edad, al querer tomar el gobierno, Almanzor se lo impidió.
Sus relaciones con su hijo Sanchuelo no eran mejores. Cuando Asma’, su primera esposa, no pudiendo tener hijos, le sugirió que desposara a la navarra Abda, Almanzor se sorprendió que ella diera a luz a los siete meses del matrimonio, lo cual le hizo sospechar que Sanchuelo era hijo de su anterior relación; entonces le repudió tratándole como a un esclavo, y aunque posteriormente supo que Sanchuelo había nacido sietemesino, nunca las relaciones fueron de padre e hijo, llegándose incluso a decir, a tenor de ciertas fuentes, que Almanzor le mandó asesinar por su infidelidad a la codicia de su padre.
No sabemos si ese episodio medio fantástico del transporte de las campanas de la catedral de Santiago de Compostela a espaldas de prisioneros cristianos fue o no real; aunque observando su personalidad no resultaría un hecho increíble.
Una de las cosas que le hizo subir en la estima del califa fue su capacidad como general. Ganó muchas batallas y conquistó territorios. Una de esas batallas fue en defensa de Sevilla cuando los vikingos la atacaron entrando por el Guadalquivir; otras contra los cristianos del norte; otras contra diversas tribus en Marruecos.
Sea como sea, héroe o villano, Almanzor no ha dejado indiferente a nadie.
Una cosa si es cierta: si alguno se pregunta sobre el desmembramiento del califato de Córdoba y el comienzo de los reinos de taifas, haría bien en señalar a dos responsables: Abderrahman III y su paranoia del poder, y Muhammad Ibn Abi Amir y su desmedida ambición.
Abderrahman III cometió un feo acto al declarar a Córdoba califato independiente, desuniendo de manera oficial a los musulmanes. El primer emir Omeya, Abderrahman I, hombre inteligente y santo, desechó ser nombrado califa para no dividir a los musulmanes. Y ello a pesar de que durante 5 años seguidos había huido del primer califa abasí de Damasco que le buscaba para asesinarle, solamente por pertenecer a la familia de los depuestos califas Omeya. Una prueba , sin duda alguna, de nobleza y buen gobierno, de parte de un hombre que vivía con y para el pueblo.
Y es que cuando Allah quiere que algo ocurra, dice sé y es. La prosperidad y el bien no pueden ser duraderos en la vida de este mundo, llena de penalidades y de injusticias.
Vendrán tiempos mejores, sin duda alguna, en los que el estandarte de la justicia ondeará radiante de esplendor. Nos ha sido prometido.
[1] El Qadi en la sociedad musulmana goza de un gran poder, gozando, de una manera u otra, de un poder solamente superado por el del sultán.