Abdul Qadir Jilani, su madre y el halcón
Fuente: El Memorial de los santos de Fariduddin Attar
Abdul Qadir Jilani fue un gran sabio de todas las ciencias del Islam (1077-1166). Descendiente del Profeta Muhammad – sobre él la plegaria y la paz – fundó una de las cofradías más conocidas del Tasawwuf
Gilani pasó sus primeros años en su ciudad natal, Guilán. En 1095, a los 18 años, viajó a Bagdad. Allí, donde comenzó a estudiar jurisprudencia hanbali bajo la tutela de Abu Saeed Mubarak Makhzoomi y ibn Aqil. Recibió lecciones de hadiz por parte de Abu Muhammad Ja’far al-Sarraj. Su instructor espiritual de sufismo fue Abu’l-Khair Hammad ibn Muslim al-Dabbas.
A partir de 1127 comenzó a impartir clases de Jurisprudencia y Hadiz por las mañanas en la escuela en la que enseñaba asimismo su maestro del Fiqh Majyouni. Se dedicó a la enseñanza del Tasawwuf, llegando a tener numerosos discípulos y siendo famoso poque con su ayuda se convirtieron un buen número de cristianos y judíos.
Entre las historias maravillosas que se relatan de él relataremos una de especial interés:
Un día, de joven, antes de salir a cursar sus estudios en Bagdad, se encontraba hablando con su madre, una mujer muy creyente, con la que él, desde niño, departía en asuntos de religión.
En una de sus conversaciones reparó en una pequeña cicatriz que su madre tenía en el rostro. Así que viendo esto la dijo:
«Madre, yo conozco como te hiciste esa cicatriz» – a lo que la madre respondió – ¿Cómo podrías saberlo si nunca se lo he dicho a nadie y ni siquiera tu padre lo sabe?
Entonces el pequeño Abdul Qader comenzó a relatar la siguiente historia:
«Madre, tenías la costumbre de ir a por agua al río. Estando encinta de mí fuiste con el cántaro a llenarlo de agua. Y allí, entre los cañaverales, se presentó un hombre que te había seguido todo el camino. Ese hombre se llegó hasta tí e intentó abusar, ya que nadie podría escuchar tus gritos. Cuando aquel hombre se avalanzó hacia tí, de pronto, un halcón llegó volando y posándose sobre la cabeza de aquel hombre le sacó lo ojos. Cuando emprendió el vuelo, por accidente, rozó tu rostro con sus garras y de ahí esa cicatriz cuyo origen has escondido a todos».
La madre, estupefacta, no daba crédito a lo oído, pues como de nuevo repitió a su hijo, nunca contó aquel lance a nadie, ni tan siquiera a su propio marido. Y preguntando a su hijo cómo había llegado a saberlo, Abdul Qader respondió:
Madre, has de saber que aquel halcón era yo.