A mi abuelo

Jesús Lopez Gil. Abogado especializado en Derechos Humanos.

Cuando era un Bebito pequeño me pegaba como una lapa a mi abuelo. Y lo que más me gustaba en el mundo era estar con él. Le quería con un amor puro, sincero y absoluto. Mi abuelo era mío y de nadie más. Me llevaba al parque, a la Virgen, a los coches de choque. A todas las partes y lo pasaba en grande. Me gustaba abrazarle y colgarme de su cuello. Se muchas cosas que él me contó. El color del campo, el olor de las flores en mayo, el silencio de las velas en las procesiones, el aire que te azota en la cara, la caída de la lluvia, la humildad, la sonrisa de los patitos pequeños en el estanque… La fuerza de los toros y el valor de los toreros. Todo esto, y otras muchas cosas más que me cayó me las enseño mi abuelo. Por eso él siempre está en mi corazón y me acompaña allá donde vaya. En la oscuridad de la noche y en la tensión de los días de fatiga.

Mi abuelo era para mí el hombre más sabio, más inteligente y más bueno. Había viajado a lugares remotos y exóticos que sorprendían mi tierna imaginación. Yo quería escaparme del colegio y volar con el hasta Melilla. Subir las duras cuestas de los montes y ver desde las simas los valles. Quería ir con mi abuelo a los zocos a comprar caramelos. Tomar un té moruno con un tatuaje en el hombro, como los soldados regulares de verdad. Recorrer mil aventuras. Montar a caballo. Ser bucanero en un barco de vela con mi abuelo de capitán. Ver los ojos negros, misteriosos y profundos de las moras. Saber que ocultaban. Y preguntarle tantas cosas que desconocía. ¿Porque las nubes eran blancas?, ¿Porque las sombras de los árboles se alargaban?, ¿Porque los helados se derretían en verano?

Ya no están de moda los hombres clásicos y elegantes como mi abuelo, pero yo sigo queriendo parecerme a él. La espuma en la barba y la navaja de afeitar. Altivo como los urogallos y sencillo como los gorriones. Barón Dandy y Old Spice. La verdad en la boca y la mano al necesitado. Sin odios, ni rencores. Con mil heridas, unas que sangran y otras que se cierran. Pimentón verato y versos de Gabriel y Galán. Cuando ser extremeños era un privilegio y ser español era un orgullo.

Volveré a caminar de la mano de mi abuelo. A correr detrás de las palomas, a pintar con cara de travieso en la pared de su casa, a leer cuentos y escuchar sus historias, a cruzar la Calle del Charcón camino de la guardería de las Benitas, a soñar con dragones de fantasía y héroes de cartón.