La conservación de la salud en la Medicina profética
Capítulo de la obra de Jalaluddin Suyyuti titulada «La Medicina del Profeta Muhammad», en el cual se nos recomienda, no solamente por parte del Profeta – sobre él la plegaria y la paz – sino por insignes médicos antiguos, como Hipócrates y Avicena diferentes técnicas para protegerse de las enfermedades.
La conservación de la salud
Sepamos que tomar los alimentos cuando tenemos necesidad de ellos es el medio de conservar la salud.
Hay necesidad de consumir alimentos cuando el sentido del olfato comienza a percibir los olores con mayor intensidad, cuando la saliva se vuelve menos abundante en la boca, cuando el color de la orina se vuelve más intenso y su olor resulta ser más penetrante, cuando, en fin, aumenta el apetito; es entonces que resulta bueno consumir los alimentos, alejarse de esa manera del malestar que experimenta el cuerpo y, por consecuencia, volverse más alegre y reanimar el vigor de nuestro ser.
Comer sin necesidad ni ganas embota el ánimo, engendra la pereza y se convierte en causa de enfermedades.
El médico Al Muwaffaq Abdul Latif ha dicho: “Cuando los hindúes se disponen a comer, tienen como costumbre lavarse previamente y vestirse con ropas limpias, oler perfumes e interrumpir los movimientos, abstenerse de cualquier cosa voluptuosa, palabras o actos; y después de todo eso se ponen a comer.”
Volveremos más adelante sobre las ventajas de lo recogido en estas consideraciones.
En verano, consumid alimentos de naturaleza fría y, en invierno, hacedlo con los de naturaleza caliente.
Consumir alimentos sobre otros alimentos es torturar el organismo; lo mismo que el movimiento después de comer; el resultado de ambas cosas es todo desventaja.
Templad sabiamente los alimentos de naturaleza caliente mediante aquellos que presentan una naturaleza fría; los alimentos dulces, mediante aquellos que son ácidos; los alimentos sosos y grasos, por medio de aquellos que son salados; los secos, por medio de los alimentos grasos. El exceso de variedad de alimentos produce atontamiento.
Los alimentos que nos gustan son los más apropiados, siempre y cuando no los consumamos de manera sobreabundante.
El uso permanente de alimentos insípidos o sosos apaga todo ánimo y engendra la desgana. El uso copioso de alimentos ácidos o excitantes apresura la vejez. El uso de condimentos excesivamente dulces debilita el vigor y la apetencia, causa un calor insólito en el cuerpo. Los condimentos secan el cuerpo y lo deprimen.
Hay que dejar de comer cuando aún queda en nosotros algo de apetito; pero la dieta demasiado prolongada engendra nerviosismo y agota; tanto, que esta es para el estado de salud lo que es la perturbación para el estado de enfermedad.
Es importante observar algunos detalles: si se ha adquirido una mala costumbre hay que abandonarla de manera gradual. Otro es que aquel quien por hábito no interrumpido se ha acostumbrado a digerir malos alimentos, no puede renunciar a ellos de una sola vez.
Evitad los alimentos pesados y repugnantes al estómago, tal como los frutos echados a perder.
Lamer los platos ayuda a hacer la digestión y robustece. El Profeta –sobre él la plegaria y la paz -, se lamía los dedos tres veces[1]; también dijo: “A quien termina el plato, Allâh le hará misericordia”.[2]
Él ha desaconsejado juntar la leche con el pescado; el vinagre y la leche; las frutas y la leche; el vinagre y el pescado; el ajo y la cebolla; la carne seca y la no seca; lo ácido y lo agrio; el rhus typhina con el vinagre; la granada y la comida hervida; o dos alimentos de naturaleza fría; o dos alimentos de naturaleza caliente; o dos alimentos que producen gases.
No usad nunca el vinagre o el aceite que hayan pasado la noche bajo o en un vaso de cobre; ni queso o asado o comida de naturaleza caliente que haya pasado la noche empaquetado o introducido en pan o en cualquier otra cosa. Un motivo análogo, entre muchos otros, ha producido que se prohíba la carne de animales muertos, no degollados. No consumáis ni alimento ni agua que hayáis olvidado o abandonado, pues pudiera ser que hubiera caído en ellos cualquier animal venenoso y, entonces, quien comiera de ese alimento o bebiera de esa agua podría enfermar e incluso perecer.
Conforme a la recomendación de nuestro santo Profeta, cubrid las vasijas que contienen alimentos; anudad y cerrad el bocal de vuestras vasijas; sabed que hay en el año una noche durante la cual la pestilencia desciende del cielo y este mal no encuentra una vasija abierta o descubierta sin que deje caer algo dentro[3].
Ahora bien, hay que saber que aquello que nos ha desaconsejado nuestro Profeta es la base de las palabras de nuestros médicos, además de tratarse de una enseñanza descendida del cielo.
Quien durante cuarenta días coma cebolla y su cara se llene de pecas, o que habiéndose practicado la ḥiŷama (sangría) consume salazones, y como consecuencia de ello sea alcanzado por un ataque de vitíligo, o de sarna; o que consume conjuntamente pescado y huevos y cae presa de la parálisis; o que encontrándose bien repleto entra en el baño y se queda paralítico; o aquel quien después de haber experimentado una polución nocturna no se haya purificado por una ablución mayor, o el baño antes de realizar el acto sexual, y seguidamente a dicha cópula nace un hijo alcanzado por la locura o la idiotez; o quien coma cidra durante la noche y seguidamente se vuelve bizco; o quien mirándose en un espejo durante la noche es alcanzado seguidamente por un tic o agitación convulsiva del rostro; que estos no se quejen si no de sí mismos, puesto que ellos mismos han sido los causantes de sus males.
Según el Profeta, toda enfermedad tiene por principio el enfriamiento, es decir, según la explicación de Ibn Mas’ud, el malestar y el desorden estomacal; pues mientras que el apetito se ha adormecido, uno se enfría. En consecuencia, es necesario recurrir especialmente a los medios que den calor de manera conveniente, pero sin exagerar.
El hombre no tiene un recipiente para llenar más desafortunado que su vientre.
Los bocados que toma la persona deben encontrarse en proporción a su constitución. Pero si se quisiera fijar una proporción, se podría calcular de la siguiente manera: un tercio para la comida, un tercio para la bebida y otro tercio para la respiración[4]. Este es uno de los caminos para preservar la salud. Por lo demás, Dios ha resumido la ciencia de la Medicina en esta parte de versículo del Corán: …comed y bebed evitando todo exceso… (Surat 7; v. 31)
El califa Umar – que Allâh esté satisfecho de él – ha dicho: “Controlad vuestro vientre pues es él la ruina del cuerpo, engendra enfermedades, hace descuidar la plegaria. Recurrid a la sangría (ḥiŷama ) pues establece el equilibrio en el cuerpo y disuade de los excesos”.
Hipócrates ha dicho: “El estado de buena salud se conserva por medio del trabajo, así como por el cuidado en no cambiar de alimento o de bebida. Una pequeña cantidad de un mal alimento es mejor que una gran cantidad de uno bueno.”
Hipócrates es el fundador de la medicina; por ello ha merecido el respeto y la estima de los antiguos y de los modernos.
Un rey de Jonia le envió quintales en regalos para convencerle de venir hasta él; Hipócrates rehusó. No recibía ninguna remuneración por los tratamientos y cuidados dispensados a los pobres y a las gentes de condición media. Pero él tenía como regla aceptar tres cosas de la gente rica: un collar de oro o una corona de oro o brazaletes de oro…; en una ocasión le preguntaron: “¿Cuál es la mejor condición?”
“Calma y pobreza valen más, respondió, que riqueza con temor y preocupaciones”. Por lo demás, trataba todas las enfermedades mediante las substancias producidas en su país.
Cuando se encontraba en su lecho de muerte, dijo: “He aquí la ciencia resumida: aquel que duerme suficiente, que tiene una constitución y una naturaleza ligeras, que conserva la piel siempre húmeda, vivirá largo tiempo”
Hipócrates ha dicho, igualmente: “El hombre, si hubiera estado constituido mediante una sola especie de elemento, no estaría sujeto a las enfermedades; ya que, en ese caso, no existiría dentro de él ni lucha ni oposición, es decir, ninguna de las causas que engendran la enfermedad”.
Antiguamente, un médico que fue a visitar a un enfermo, le dijo: “Tú, yo y la enfermedad somos tres; si me ayudas a combatir tu enfermedad siguiendo mis consejos seremos dos en el mismo bando; entonces la enfermedad se encontrará aislada y, ciertamente, seremos más fuertes que ella; dos contra uno siempre ganan al tercero.”
Se preguntó a Hipócrates: “¿Por qué un cuerpo muerto es tan pesado?” “Ello es – respondió – porque el individuo era doble, compuesto de dos cosas, una ligera y pronta a elevarse, la otra pesada tendente a quedar anclada al suelo; desde el momento que una de ellas, la más ligera, la que tiende a elevarse ha partido, la otra, la que tiende al suelo, aparece con todo su peso”.
“El mejor medio de reconciliar la confianza y el afecto de los hombres, decía Hipócrates a uno de sus discípulos, es el de amarlos, informarse con interés de lo que les afecta, conocer bien su forma de vivir, y serles útil. Todo exceso es negativo y dañino, ya sea en alimentos, en bebidas, en sueño o en coito. El médico que consiente en envenenar, o que hace abortar, o que impide la concepción, o que fija por anticipado un honorario por sus servicios, ese médico no es de los míos.”
Es en este sentido, y sobre estos principios, que Hipócrates constituyó la fórmula de juramento que lleva su nombre, la cual expondremos más adelante, si Dios lo quiere.
Por lo demás, se conservan de Hipócrates numerosos textos médicos, entre los cuales se encuentran El Tratado de las Estaciones, La Exposición de los Preliminares y El libro de la tumba de Hipócrates. Esta última obra es, de alguna manera, debida a un milagro: ¡un rey griego abrió la tumba de Hipócrates y encontró el libro dentro!
Se preguntó a Hariz Ibn al Kaldali, médico árabe: “¿Cuál es el medicamento por excelencia?”; él respondió: “El hambre” y “¿Qué es la enfermedad?”; respondió: “La enfermedad es el hecho de acumular comida sobre comida, hacer seguir una comida por otra”.
“Guárdate, dijo Avicena, de tomar alimentos antes de terminar la digestión de los que has tomado con anterioridad”.
Comer cuando el plato está caliente es vituperable; el Profeta –sobre él la plegaria y la paz – lo ha desaprobado[5], así como lo ha hecho a aquellos quienes tienen costumbre de comer apoyados sobre el codo[6]. Esta postura es la que adoptan los hombres de la brutalidad y del terror.
El Profeta nunca soplaba sobre sus alimentos o sobre sus bebidas, nunca respiraba en el interior de una vasija.[7]
Caminar después de la cena es saludable y puede ser reemplazado por los movimientos de la plegaria, a fin de que los alimentos queden dispuestos de forma favorable en el fondo del estómago y que la digestión opere con mayor facilidad. “Los alimentos que habéis tomado – decía el Profeta – haced que se disuelvan loando y rezando a Dios. No durmáis seguidamente después de haber comido, esto vuelve el corazón despiadado. No os mováis en exceso después de haber comido, pues de ello resultaría un mal para vosotros. No os privéis de tomar la cena, si lo hacéis envejeceréis rápidamente. Cenad, aunque no fuera más que un puñado de dátiles de calidad mediocre. Lavaos siempre las manos para limpiarlas de todo resto de grasa o de residuos de alimento; aquel que pasa la noche mientras sus manos conservan olor a comida o grasa y atrapa un tipo de malestar, que no se culpe sino a sí mismo. Lavarse antes de la comida expulsa la tristeza. Lavarse después de comer disipa las preocupaciones.”
Es notorio que los alimentos consumidos repetidamente de manera sobreabundante son una excentricidad que procede del primer siglo de la Hégira. El Profeta decía: “El verdadero creyente come por un intestino, el descreído come por siete intestinos.”[8]
La sabiduría y la razón no pueden ser compatibles con un estómago saturado de comida. Quien come poco, bebe poco, duerme moderadamente, vive días plenos de bendición. Pero quien carga su vientre, bebe en exceso; quien bebe en exceso tiene un sueño pesado; quien tiene el sueño pesado no alcanza apenas las bendiciones de la vida. Quien se para antes de estar saciado se aprovecha dichosamente de sus alimentos, conserva el cuerpo y el alma en un estado de bien y de calma. Comer en exceso vuelve la asimilación de los alimentos difícil e incompleta, produce la turbiedad del alma y la dureza del corazón. ¡Guardaos pues de ello, guardaos de la extravagancia sobreabundante de alimentos ya que ello constituye verter sobre el cuerpo el veneno de la crueldad, de la dureza, apartar del alma la sumisión a Dios, y volver los oídos sordos a las palabras de los piadosos!
Platón ha dicho: “Quien se expone al aire libre en pleno campo antes de ponerse a dormir conserva la belleza de sus formas”. Es, en este sentido, que el Profeta recomienda lo que sigue: “Cuando te encuentres en el lugar en el que te dispones a dormir haz las abluciones como si las hicieras para la plegaria”[9]
[1] Recopilado por Ibn Maŷah y A-t-Tabarani
[2] Recopilado por Ibn Maŷah.
[3] Transmitido por JabirYabir y recopilado por Muslim.
[4] El autor hace alusión a un hadiz recopilado por Al Bujari, Ibn Maŷah, A-t-Tirmidi, Al Hakim e Ibn Hibban.
[5] Recopilado por Ibn Maŷah.
[6] [6]Recopilado por Al Bujari, Ibn Maŷah, Ahmad y otros.
[7] Recopilado por Ibn Maŷah, A-t-Tirmidi, A-t-Tabarani, A-d-Darimi y Ahmad.
[8] Recopilado por Al Bujari y Malik.
[9] Recopilado por Al Bujari y Muslim.